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PILAR ARMERO
Domingo, 18 de noviembre 2007, 02:54
Había correspondencia que a Blas Raimundo no le llegaba a San Gil. Ocurría porque vivía en la calle San Cristóbal y resulta que en Plasencia, en el barrio de San Miguel, hay otra dirección idéntica. Así que las cartas se extraviaban con bastante asiduidad.
Eso ya no pasa porque en el carné de los sangileños, junto a la calle en la que viven aparece el nombre de San Gil y, debajo, el de la ciudad del Jerte, especificidad que hay que detallar también en sus sobres para evitar problemas. Aunque parezca una nimiedad, aparte de una cuestión práctica, esa distinción es una de las cosas que más ilusión le hace a la gente de esta entidad local menor, una figura administrativa que viene a significar que está demasiado lejos de la ciudad madre -en este caso Plasencia- como para ser considerada barrio suyo y que, por lo tanto, se le concede autonomía para actuar a nivel municipal, aunque el visto bueno final debe darlo el ayuntamiento placentino, que a fin de cuentas es de dónde depende.
San Gil tiene alcalde (Blas Raimundo, el de las cartas de arriba) y Ayuntamiento. El día de las eleciones sus vecinos votan a quienes se presentan a la alcaldía de la localidad, también al primer edil que consideran mejor para Plasencia y a los representantes autonómicos. O sea, rellenan tres papeletas en lugar de dos.
El alcalde vencedor en la entidad local será después quien elija a su equipo, junto al que elaborará los presupuestos del año y podrá pedir cita directamente en las entidades públicas, como la Junta de Extremadura o la Diputación Provincial de Cáceres, sin necesidad de intermediarios.
Es una de las ventajas de este régimen, que permite que al mismo tiempo los sangileños se beneficien de servicios como el de policía o recogida de basuras, que son los mismos que se prestan en Plasencia. O sea, Urbaser lesvacía los contendores dos días por semana y la Policía Local se da una vuelta por allí durante las fiestas y cuando se les reclama, que suele ser en muy contadas ocasiones.
Todo esto ocurre desde hace diez años, que es cuando se convocó un referéndum para que los vecinos decidiesen si querían o no ser entidad local menor en lugar de barrio.
Lo hicieron porque lo de ser una barriada placentina más no estaba del todo claro, entre otras cosas por la distancia de 14 kilómetros que le separan de la ciudad. No es que la situación estuviera tampoco para pedir la independencia radical, ni mucho menos, de manera que Raimundo, que primero fue presidente de la asociación de vecinos y después alcalde imbatible, propuso a los sangileños esa votación de la que salió que querían ser entidad local menor.
Precisamente este fin de semana están de fiesta, celebrando el décimo aniversario.
Tienen también escudo propio. Lo estrenaron el año pasado, con los colores amarillo, rojo y verde, y una cierva atravesada por una flecha sobre la que aparece un castillo de plata. Lo encargaron a un experto en heráldica y lo colgaron en la fachada del Ayuntamiento.
Hay colegio, un centro rural agrupado en el que estudian siete niños de Alagón, Aldehuela, Pradochano y San Gil; consultorio médico con dos visitas semanales; albergue para los peregrinos que pasan camino de Santiago e incluso campo de golf, el exitoso 'Las Pizarras', que Roberto Suárez abrió en 2003 a la entrada del ¿pueblo?
Los primeros colonos
Hasta llegar a ser entidad local menor San Gil ha pasado por varios estadios urbanísticos. Nació como pueblo de colonización en la década de los 60, toda una oferta del Estado para favorecer el aumento de población de la zona en respuesta al plan de regadíos. El anzuelo que lanzaba la administración no tenía mal sabor: una parcela y una casa que se podrían pagar cómodamente hasta hacerlas propias. La medida animó a agricultores del norte extremeño, que cogieron a la familia y se fueron asentando en la zona.
Sin ir más lejos, Raimundo fue uno de aquellos primeros vecinos que cada vez que se ponía debajo de la ducha empezaba a tiritar. Y no precisamente porque el agua estuviera fría. Es que no sabía si iba a salir o no, porque cuando se estaban duchando los de arriba tenían que esperar los de abajo. Y viceversa.
De aquella colonización, con el transcurrir de los años, se pasó al estatus de barrio placentino. Y más tarde al actual de entidad local menor que comparte con Pradochano. «No sé por qué a quién hizo estos pueblos de colonización no se le ocurrió ponernos más cerca a San Gil y Pradochano».
La duda del alcalde tiene su razón de ser. El primero está a 14 kilómetros de Plasencia y el segundo a 20, de manera que entre uno y otra hay una distancia de tan sólo seis. Sin embargo, no comparten servicios. O sea, que cada uno tiene su consultorio, su iglesia y su propio gobierno -por cierto de signo político opuesto, PSOE y PP-. «De la otra forma habríamos sido un núcleo más importante».
Entonces sí podría haberse pensado en una constitución como pueblo, porque entre los dos vienen a sumar unos 500 vecinos más a Plasencia.
San Gil es un lugar sereno al que la policía apenas tiene que ir, si no es para darse una vuelta como ahora, que hay fiestas. También limpio, con unos impecables jardines cuidados por tres obreros que tomaron el relevo en esta tarea a la Asociación Pro Disminuidos Placeat, a la que también hay que considerar de lo más sangileña porque allí desarrolla parte de sus actividades y mantiene una de sus residencias.
Cuentan los sangileños que no hay más secreto para mantener en tan buena armonía un espacio que quererlo, sentirlo como algo propio. Así no apetece tirar nada al suelo, ni pintar paredes, tumbar papeleras o pisotear flores, como ocurre en esta Plasencia a la que los vecinos de la entidad vienen de compras, al cine o al hospital. En escasos diez minutos se plantan al pie del Jerte, el río junto al que la mayoría han venido al mundo.
Es también, el lugar que muchos eligen en su despedida del mismo. «Eso ya depende de cada uno -relata el alcalde- porque podemos elegir entre el cementerio de Plasencia o uno que se hizo en Pradochano». La diferencia: estar a 14 o a seis kilómetros de sus seres más queridos.
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