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EVARISTO FERNÁNDEZ DE VEGA
Jueves, 17 de enero 2008, 09:27
Manuel no es un pedigüeño más entre los 50 que viven de la caridad ajena en las calles de Badajoz. Quienes comparten charla con él le oyen contar que su vida está llena de reveses, pero incluso así parece feliz. Miembro de una familia de 24 hermanos, este pacense perdió la posibilidad de andar al sufrir una descarga eléctrica. Quince años después, usa con soltura las muletas, pero los 270 euros que recibe como pensión de invalidez no alcanzan a cubrir sus gastos. «Ahora estamos sin bombona de gas y tenemos pendiente el recibo del agua, la verdad es que necesito dinero para salir adelante».
La historia de Manuel es conocida por algunos vecinos del Casco Antiguo. De pequeño vivió en Portugal, donde hizo estudios de Primaria, y actualmente comparte casa con su madre (la segunda esposa de su padre) y dos hermanos. «Se puede decir que somos cinco, porque ahora tengo un hermano en la cárcel».
Manuel tiene la costumbre de pedir a las puertas de la Parroquia de San Juan Bautista, un lugar en el que permanece a pesar de que en estos momentos el templo está cerrado por obras. «La gente que viene a la iglesia es la peor, no me echan ni un céntimo», confiesa.
Más agradecido está a quienes se detienen un momento ante su cestito y depositan alguna moneda, un medio de vida con el que intenta obtener lo que necesita para no pasar estrecheces. «Con la ley que hay ahora la Policía te puede quitar el dinero, la cosa ha empeorado».
Obligado a pedir
A pesar de todo, Manuel se resiste a dejar la indigencia y explica a quienes le dedican un rato que su sueño sería tener un empleo normal. «A mí me gustaría trabajar en algo, pero dónde voy a ir sin estudios».
Al inconveniente de la falta de formación se une la discapacidad que sufre en sus dos piernas, provocada por un «rayo» que le entró por el costado y le salió por la cabeza cuando robaba hilo de cobre en un transformador del parque de la Legión. «Tenía 19 años y estuve a punto de morir por la descarga».
Manuel tiene ahora 34 años y no oculta que aún acude a por la metadona. «Para qué te voy a mentir», dice. Pero no es eso lo que más le preocupa, sino la necesidad de aportar recursos a una casa en la que -según relata- escasean los medios económicos. «El recibo de la luz lo pasan a mi nómina, pero el agua de este mes son 24 euros».
Ese tipo de historias es lo que llega casi a diario a la Concejalía de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Badajoz. Su delegada, María del Rosario Gómez de la Peña, destaca que los técnicos municipales ofrecen a todas las personas que piden en la calle la posibilidad de reinsertarse en la sociedad. «En una ciudad como Badajoz ya no existe lo que antes se entendía por mendigo -aclaró la concejal-. Las necesidades de aseo, ropa y comida están cubiertas por la administración o las organizaciones no gubernamentales, y quien sigue en la calle es porque no aprovecha las oportunidades que existen».
Gómez de la Peña es consciente de que buena parte de los limosneros no piden para comer, sino que lo hacen para alimentar su adicción al alcohol o a la droga. «El mendigo suele tener la autoestima muy baja, arrastra problemas sociolaborales, está desvinculado de su familia... Personas así es muy difícil que acepten la ayuda de forma voluntaria».
La frase de la concejal pone el dedo en la llaga de la mendicidad, puesto que los Servicios Sociales y las asociaciones que trabajan con estos colectivos sólo pueden actuar si el beneficiario da su consentimiento. «Últimamente hay un chico que me huye cada vez que me ve, pero nuestra obligación es seguir ofreciéndoles ayuda y apoyo».
Muchos de los pedigüeños que se niegan a reorientar su vida tienen problemas mentales o de adicción, pero últimamente ha crecido la presencia de ciudadanos rumanos que viven del dinero y la comida que mendigan en la calle o a las puertas de los supermercados.
Muchos rumanos
Uno de ellos es Cristian, nacido en Rumanía hace 49 años y afincado en España desde hace tres. Ayer hacía sonar su acordeón junto al edificio dedicado a la electrónica por El Corte Inglés, una esquina con mucho paso desde la que se quejaba de las dificultades que encuentra para trabajar. «No papeles, yo tocando», decía al ser preguntado.
Cristian apenas habla español, pero chapurrea lo suficiente como para explicar que vive junto a su mujer, dos hijos y dos nietos en una casa de la Plaza Chica. «Yo quiero trabajar, pero no papeles», insistía. En su caso, se toma la mendicidad como un trabajo más y cada día toca el acordeón entre las 10.30 y las 2 de la tarde. «Luego vuelvo a las cinco para seguir».
Al otro lado del paso de peatones, junto a la óptica situada frente a El Corte Inglés, otro rumano tocaba el mismo instrumento. «Yo trabajaba en la construcción en Rumanía, pero en España no dan papeles, papeles pocos. ¿Dónde trabajo?», se preguntaba en voz alta instantes antes de ponerse a tocar.
María del Rosario Gómez de la Peña es consciente de que muchos de los extranjeros que practican la mendicidad en Badajoz tienen problemas de documentación, pero asegura que el Ayuntamiento dispone de un programa social que también ayuda a este tipo de personas. «En algunos casos hemos comprobado que sí tienen papeles y que podrían buscar un trabajo de forma legal, pero otras veces sí es verdad que no pueden trabajar legalmente en nuestro país», reconoce.
Rechazan la ayuda
En cualquier caso, la concejal ratifica que esos rumanos que piden en las calles han rechazado la ayuda que se les ofrecía para salir de ese mundo. «Ahora mismo hay cursos y herramientas para la inserción de los inmigrantes, por falta de medios sociales no queda, pero lo difícil es que el mendigo acepte la ayuda y dé el paso para salir de ese pozo».
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