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NACIONAL

Abuso sexual, Madres cómplices

Isabel García, mujer del pederasta que acabó con la niña Mari Luz, había sido condenada por connivencia con el criminal en el abuso sexual continuado a su propia hija de 5 años. No es el horror aislado: el infierno de menores violados crepita en el silencio de decenas de madres cómplices

VIRGINIA RÓDENAS

Domingo, 6 de abril 2008, 04:28

Tenía 10 años. «Mi madre -explica Cristina, ya cumplidos los 17- dio a luz a mi hermano pequeño y yo hacía gimnasia rítmica, y siempre ensayaba en la cocina, que era muy grande, y siempre bailaba yo sola ahí y mi padre se metió en la cocina. Y... me dijo que me quitara la ropa, y yo me la quité. Yo no sabía lo que iba a hacer ni nada, y que me abriera de piernas como hacía en gimnasia rítmica. Yo lo hice y empezó a tocar -llora-. (...) A partir de ahí venía casi todas las noches, entraba en mi habitación. A mis hermanas yo creo que no las hacía nada, pero en mi cama se sentaba y me metía la mano por debajo del pijama. Yo creo que mi madre, no sé, mi madre alguna vez sospecharía, porque entraba o algo, y no sé, intentaba estar el más tiempo posible para que mi padre no me hiciera nada. Pero no sé, no sé si saberlo... yo creo que no lo sabría. A veces por el día, cuando mi madre se iba a comprar o algo y me quedaba yo sola en casa, pues igual. Y así estuvo hasta que cumplí yo los 14. (...) No dije nada porque tenía miedo, me daba vergüenza, yo que sé, me sentía como si, no sé, como si no me fuese a creer mi madre y encima me iba a regañar. Y luego encima otra cosa... ¿ya mi padre!».

El relato de Cris es el testimonio de una víctima de incesto ante los peritos de la Clínica Médico-Forense de Madrid, que forma parte del estudio «Abuso sexual infantil. Evaluación de la credibilidad del testimonio» (Edit. Centro Reina Sofía), coordinado por la psicóloga de ese departamento judicial Blanca Vázquez.

También es el grano de arena en el desierto de las denuncias sobre abusos a menores -únicamente un 15% se da a conocer a las autoridades y un escaso 5% acaba en proceso judicial-. También es el tormento dibujado con palabras incapaces de abarcar tanto dolor como se oculta tras la losa silente de la que muchos no logran liberarse nunca y que en su edad adulta -sólo un 2% de los casos de abuso sexual familiar se conoce al tiempo que ocurren- les impide besar siquiera a sus propios hijos, esos otros huérfanos de caricias maternas que sobreviven al socaire de un viento ciclónico que quiebra los afectos. Y también es la prueba de que el mal absoluto habita entre nosotros y se cuela brutal, al calor impune del hogar, entre las piernas de los hijos.

Historias negras

Ángel Cantero Ramajo, de 59 años, y natural de la localidad extremeña de Cilleros, «buen padre, con una correcta imagen social, trabajador, serio, respetuoso de las normas y partícipe junto a su mujer y sus hijos en actividades de ocio» -según resolución de la Audiencia Provincial de Navarra- es condenado (5 de marzo) a 94 años de cárcel por violar y abusar de sus tres hijas «con pleno conocimiento y voluntad» durante más de 20 años y desde que las niñas tenían 3 años; la madre, Carmen T. T., «que lo sabía todo -recoge la sentencia-, pero no quería verlo», declaró a favor del criminal. El vecino de Morón de la Frontera (Sevilla) F. G. S., de 45 años, es condenado (30 de noviembre de 2007) a 9 años y medio de prisión por abusar de su hija desde los 12 hasta los 14 años mientras la madre «prefirió cerrar los ojos a lo que estaba sucediendo» y el penado «obtuvo el silencio de la niña con amenazas como la de cortarle la lengua».

El pasado 17 de septiembre la Audiencia de Guipúzcoa condenaba a 6 años de presidio a un matrimonio por abusar de su hijo, al que implicaron en sus relaciones sexuales desde que tenía 2 años, situación de la que alertó el pediatra de la criatura a la Diputación de Guipúzcoa en 1995, sin que durante ocho años la Administración auxiliara al niño e incluso propiciara un programa de «revinculación progresiva de los menores -la víctima y una hermana más pequeña- con la madre» haciendo caso omiso de la negativa de los especialistas. El fiscal solicita 29 años de cárcel (28 de junio de 2007) para un vecino de Berriozar (Navarra) acusado de violar, maltratar y abusar sexualmente de dos hijas y un hijo durante cinco años, y 15 años de reclusión para la madre de las víctimas, por conocer los hechos y no hacer nada para evitarlos.

Un mes antes, funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía de la Comisaría conjunta Hispano-Lusa, de Villareal-Ayamonte, detienen en Faro (Portugal) a una pareja española, F.G.M., de 46 años, y MI.M.O., de 36, condenados por la Audiencia de Sevilla a 17 años de cárcel por abusar reiteradamente de sus hijas, de 5 y 6 años, mientras la madre, que tenía pleno conocimiento de los hechos, llegó incluso a presenciar las agresiones sexuales «sin que hiciera nada por impedirlas».

Antes, en febrero, la Audiencia de Jaén condena a 33 años de prisión al vecino de Torredonjimeno José Luis O. C., de 49 años, por violar a una de sus hijas durante 8 años y abusar sexualmente de otra, ambas menores de edad, mientras la madre «que desfigura la realidad y se la cree» está en una situación «de dominación del esposo y en la que asume como normal el clima impuesto por él mismo, culpando a sus hijas, al igual que él, de la situación actual». Suma y sigue. Pero no es más que los restos hediondos con madres cómplices, cuando no autoras, de ese 5% del secreto pavoroso que sale a la luz y acaba ante un juez.

Razones oscuras

Tampoco hizo nada la madre del presunto asesino de Mari Luz, tras saber que la bestia, entonces apenas un púber, sometía a tocamientos a su pequeña hermana de 5 años, la misma edad maldita de la niña muerta y los mismos 5 que había cumplido su propia hija cuando la obligaba a masturbarle. ¿Qué se ha podrido en el corazón de estas mujeres? La crueldad también tiene madre y al filósofo Montaigne no se le ocurrió otra que la cobardía. Pero no siempre: cuando la madre de una joven de 23 años que llevaba dos décadas siendo violada por su padre fue conducida ante la inspectora jefe de la guardia de la Comisaría de Chamartín y respondió a la policía porqué lo consintió sólo dijo: «él -un septuagenario de pantalón blanco y blasier marino cruzada que jamás pisó la cárcel- es el único que trae dinero a casa».

Explica a D7 la psicóloga forense Blanca Vázquez que «esos problemas de incesto ocurren en todos los niveles sociales, pero sucede que los que llegan a los juzgados suelen ser los que se producen en los más bajos, ya que hay menos hermetismo y el control por parte de las instituciones sociales es mayor. Normalmente, las familias incestuosas no tienen de cara al exterior características que revelen síntomas de que ahí pasa algo; se encierran mucho en sí mismas, son muy impermeables a las influencias del exterior e intentan por todos los medios que los hijos no se independicen nunca. Las denuncias se producen cuando los niños ya tienen 13 ó 14 años y tienen amigos fuera o cuando ya han salido del entorno familiar siendo mayores de edad.

Callan durante tanto tiempo porque tienen un papel ambivalente y porque la subsistencia de la familia depende de ello. Además, están sujetos a dinámicas muy perversas: cuando una de las víctimas -ya que a veces hay varias en la misma familia- empieza a decir que ha sido abusada es declarada como loca y la mandan al psiquiatra; le dicen loca y acaba loca. Esto es real. Son actuaciones muy patológicas en su funcionamiento sin que podamos decir que haya una sintomatología clínica que incapacite a los autores para comprender la realidad.

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