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Francisco Pérez y su hijo Francisco Javier en su explotación de cochinos ibéricos. / CASIMIRO MORENO
El ibérico teme al futuro
REGIONAL

El ibérico teme al futuro

Los ganaderos extremeños de porcino aseguran que no pueden aguantar más tiempo Si no suben los precios o bajan los costes, casi todos cerrarán sus explotaciones

LUIS EXPÓSITO

Domingo, 11 de mayo 2008, 03:44

PACO se mueve por su finca con un Seat Panda que conoció tiempos mejores. Fuerza una mueca sin ganas cuando se le pregunta por el Mercedes que, dicen las malas lenguas, se han comprado todos los ganaderos de porcino en los años de bonanza. No parece que nadie lo tenga. Todo lo que han ganado lo han invertido en sus explotaciones.

Desde el pasado verano, la cría de cochinos atraviesa por una crisis como las que ya casi no se recuerdan. Los precios que perciben por los animales han caído en picado, mientras que los costes se han disparado. Especialmente sangrante es el caso de los piensos, que descuadran cualquier presupuesto. A los ganaderos poco les importa si es una crisis coyuntural o estructural, eso queda para los economistas. Simplemente, Paco teme al futuro. Y José Ramón, y Fernando, y José Ignacio...

El miedo se palpa en la dehesa. Parece mentira que en un escenario tan bello se pueda trabajar con tanto desánimo. Pero es así. Los productores temen que el fruto del esfuerzo de tantos años se quede en manos de los bancos que les han prestado el dinero para crecer.

Basta con taparse los ojos, poner el dedo en el mapa y acercarse al lugar elegido para comprobar que esta crisis va muy en serio. Tocó Salvaleón y sus pueblos cercanos. Esta es la historia, y éstos algunos de sus protagonistas.

FRANCISCO PÉREZ

Almendral

«Es una catástrofe, como un tsunami»

Francisco Pérez, Paco para todo el mundo, gestiona tres fincas, entre propias y arrendadas. En total, unos 400 cochinos de bellota anuales. «Claro que estamos notando la crisis, pero no tanto como otros. Nosotros no criamos guarros de cebo, así que hemos ganado menos en años anteriores, pero ahora estamos perdiendo también menos, porque gastamos menos pienso». Sin embargo, a él tampoco le cuadran las cuentas. También consume grano y además nota, como todos, la bestial bajada de precios.

Hacer números con un ganadero es casi siempre complicado. Dominan las multiplicaciones como una calculadora y mezclan pesetas, euros, kilos, arrobas y libras sin que uno se dé cuenta. Sin embargo, traduciendo datos, la realidad se presenta durísima. «El pienso nos viene costando 3 céntimos/kilo, dependiendo del tipo, mientras que el año pasado por estas fechas estaba sobre 0,19 euros. Hemos llegado a pagar el pienso de desarrollo hasta casi a 0,36. Para que un animal, de cebo o para recriarlo, gane una arroba de peso (11,5 kilogramos), debe comer sobre 60 kilos de pienso. A 0,36 céntimos el kilo, sólo eso te cuesta 18 euros cada arroba. Luego están los gastos de vacunas, el control de calidad, las tasas... El gasto se te va a 21 euros. Pues se están vendiendo los cochinos a 12 euros/arroba o menos. Se le pierde un 40% como mínimo», comenta apesadumbrado.

Caos, catástrofe, tsunami. Los adjetivos son inagotables en la boca de Paco. «Habrá gente a la que no se lo parezca, pero esto es una ruina para Extremadura, porque nosotros vivimos de esto. Hay quien que está poniendo los bienes a nombre de los familiares porque tiene miedo de que se los quiten».

Francisco Javier, el hijo, también trabaja en el negocio. Él tiene claro quiénes son algunos de los culpables. «Se está vendiendo como ibérica mucha carne que no lo es. Se está engañando a los consumidores y están matando a la gallina de los huevos de oro. Aquí, en la finca, se puede ver lo que tenemos, el esfuerzo que hacemos en conseguir la máxima calidad. No podemos esconder la cabeza como las avestruces y dejar que vengan de fuera a picar aquí. Hay grandes industrias que han creado sus entidades de inspección a la medida».

JOSÉ RAMÓN CARO

Salvatierra de los Barros

«Nos pagan a 120 días, que tienen 120 noches»

100 'eurazos'. Una cifra redonda, eso es lo que pierde José Ramón por cada animal que se lleva el camión camino del matadero. «Pero no es que deje de ganar -aclara-. Son pérdidas netas, lo que sale de mi bolsillo hacia fuera». Por eso, ve el futuro tan negro como el resto. «Los precios son totalmente ruinosos. Muchas explotaciones ya han cerrado, pero si esto se prolonga mucho tiempo, el resto irá detrás en breve, porque esto es inaguantable».

Este ganadero tiene 200 madres de cebo y considera que no puede reducir producción para disminuir gastos. «En la granja estamos dos de mis hijos, un muchacho contratado y yo. Si reducimos animales, sería totalmente inviable, no podríamos vivir todos».

José Ramón arruga el ceño cuando se le recuerda que la Junta anima al sector a que aumente el porcentaje de animales sacrificados y transformados en la región. «Cuando oigo eso me lo pienso, porque yo acumulo dos experiencias negativas. En una ocasión, un grupo de ganaderos nos reunimos para sacar adelante el matadero de Pata Negra de Tentudía, en Monesterio. Luego hicimos otro en Salvaleón. No sé bien qué pasó, si fue mala gestión, falta de ayudas o lo que sea, pero los dos proyectos se derrumbaron. Ahora ha nacido la Asociación de Productores de Ibérico de Extremadura, y si se enfocara bien, tendríamos una salida de estos productos».

Este ganadero también se rebela contra la cantinela de los beneficios pasados. «Cuando esto daba dinero, lo invertíamos en el mismo negocio. Ahora tengo unas naves o unas condiciones de manejo que hace diez años no había. Y no sólo para nosotros, también para los animales. Hemos buscado la calidad, el bienestar animal y la seguridad alimentaria. Y eso cuesta dinero, aún tengo que pagar al banco. De poco nos sirve tener todas esas inversiones hechas si todo resulta ruinoso. Cuanto antes las cerremos, antes dejaremos de perder dinero».

Otra de las quejas recurrentes de los ganaderos pasa por las condiciones a las que les someten los industriales comerciales. «Te aprietan mucho, en los precios y en los plazos. Se aprovechan, a pesar de que saben que el negocio está mal. Saben que el cochino es un artículo que no se puede engordar indefinidamente ni congelar. La última operación me la han pagado a 120 días, con sus 120 noches...».

FERNANDO MORIANO

Salvatierra de los Barros

«Me levanto sabiendo que pierdo 2.600 euros al día»

Fernando estuvo el miércoles en la manifestación de Madrid organizada por UPA para denunciar la existencia de abusivos márgenes comerciales y para pedir precios justos. Al día siguiente, le pesaba haber faltado una sola jornada al trabajo. «Esto es así, hay que trabajar llueva, haga frío, fines de semana y festivos. Yo falté para ir a la marcha y no puedo hacerlo más. Y todo esto para que luego lo puedas perder. Todo lo que he ganado está aquí metido. Nadie me ha dado nada, no he heredado nada», repite.

Volviendo de la protesta, también encontró un motivo más para el enfado. «Paramos en un restaurante de carretera. Allí te vendían un lechón por 90 euros, y a mí me lo pagan a cinco. Un jamón valía 66 euros el kilo. Debía tener unos 8 kilos, así que rondaba los 500 euros. Yo vendo un guarro gordo por 144», recordaba con un deje de hastío.

Por eso, Fernando no escapa del pesimismo generalizado del sector. «Criar un guarro me cuesta el doble de lo que me pagan. Te puedes imaginar con la cara con la que me levanto por la mañana al perder 3.600 euros al día. Antes tenía una póliza, ahora tres por lo menos, y no sé si seré capaz de pagar. En casa tengo que criar tres 'chiquininos' y no sé si seré capaz de mantener lo poco que he juntado en los años que llevo metido en este negocio».

Como todos, tiene muchas razones para quejarse. «Los precios están muy por debajo de lo que marca la mesa. Hay ganaderos que, en vez de vender los animales, los están regalando por ahí o matando por su cuenta». Muchos ganaderos hablan de esta posibilidad como una posible solución. El matadero se encarga de curar los animales cobrando un servicio que si es en especie se denomina 'maquila'. Con ello, se consigue retirar producto del mercado para volver a sacarlo cuando el mercado esté mejor.

Sin embargo, la alternativa no convence del todo a muchos ganaderos, y Fernando es uno de ellos. «No sé si es una buena solución, porque te tendrás que tirar al mercado más tarde sin saber si pondrás vender los productos. No es seguro que los precios estén mejor cuando quieras vender».

FRANCISCO JAVIER DOMÍNGUEZ

Salvatierra de los Barros

«Los compradores te pagan lo que quieren»

«El guarro no es una botella de vino que se pueda guardar en un armario. Los compradores saben que cuando alcanzan las 14 arrobas no los podemos aguantar. Tienes que venderlo y se aprovechan de eso. A cada camión de cochinos le estamos perdiendo más de 13.000 euros. Y además te pagan a 120 días». La metáfora es eficaz además de simple. Los ganaderos están indefensos ante la presión de los intermediarios, y no tienen herramientas de defensa. «Y luego, además, vienen a decirnos que no podemos retirar los lechones porque regulamos el mercado. ¿Qué mercado vamos a regular? Son otros los que lo hacen. Yo los estoy retirando porque no puede pagar el pienso de los animales».

JOSÉ IGNACIO MARTÍN

Salvatierra de los Barros

«La Junta nunca pierde con el cochino»

Además de los más conocidos, otro de los problemas del sector pasa por la excesiva burocracia. Así piensa José Ignacio, que a su condición de criador une la de empresario transformador. «Tenemos una granja familiar de 60 cochinas. Su situación es crítica, estamos perdiendo mucho dinero. Estamos reduciendo animales, pero no puedo quitarlo todo». Opina que, por encima de los bajos precios que cobran, el gran problema están en los piensos. «Si se solucionara lo del grano, mejoraríamos mucho».

Además, dice que quien está ganando más dinero con el cochino es la Junta de Extremadura, que nunca pierde. «Está el modelo 50, la enfermedad de Aujeszky, la Norma de Calidad. Por ahí se te van más de 18 euros de gasto en cada animal».

En la otra pata de su actividad profesional, afirma que está sufriendo una auténtica «competencia desleal» desde otras zonas del país. «Están poniendo etiqueta de ibérico a cosas que no lo son. Mi mercado principal está en Cataluña, y se nota que ahora estamos vendiendo menos de los productos con más valor añadido, como el jamón y la paleta. Sin embargo, los que menos valen están aumentando sus ventas, como las morcillas».

Finalmente José Ignacio aporta otra posible causa del problema. «Tenemos un problema de sobreproducción muy grande -asegura-. Hay gente de profesiones liberales, que tiene dinero, y lo ha invertido en el cochino en los últimos años. Ahora, los que estamos sufriendo las consecuencias somos los ganaderos de toda la vida».

JOSÉ MANUEL MALDONADO

Salvaleón

«Aquí han llegado a soltar los tostones por las calles»

«Mira a tu alrededor. Si te fijas, hay silos de pienso por todas partes. En Salvaleón podemos ser 800 familias, y 250 nos dedicamos al cochino. Estamos en una situación caótica». El joven José Manuel pertenece a una nueva generación de población rural dedicada al campo. Tiene una pequeña explotación familiar, de quince cochinas, y además trabaja en la cooperativa ganadera del pueblo y en la Asociación de Defensa Sanitaria (ADS) local. Por tanto, vive directa e indirectamente del sector. «No podría vivir sólo de la granja, sobre todo como está la cosa. Tienes que dar de comer a una madre seis meses, que te puede salir por 270 euros, para que luego te den 40 euros por la cría entera (normalmente seis o siete lechones). Si te los dan».

José Manuel confirma una de las comidillas del pueblo en los últimos días. «El otro día vino un ganadero con la furgoneta y soltó los lechones por las calles. La gente se los quedaba para comérselos o para lo que fuera». No es un caso aislado, otros ganaderos hablan de madres abandonadas en gasolineras para que paran, o de cancelas abiertas para que los animales que no pueden vivir de lo que dé el campo se marchen.

Aunque es la hora de comer, la cooperativa es un hervidero de ganaderos. Alguno comenta que un momento antes se habían llevado un camión de lechones, vendidos a 5,5 euros la unidad. «Somos 180 socios y tenemos 500 clientes. La gente está muy mal. Han ido modernizando instalaciones y equipamiento, porque hay que avanzar. La gente que tiene liquidez aguanta, pero habrá un momento que digan 'hasta aquí hemos llegado'».

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