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ANTONIO J. ARMERO
Miércoles, 29 de octubre 2008, 11:33
Juan Carlos Cofrades Santillana es un hombre polifacético. Ha sido colaborador televisivo en una cadena nacional, ha tenido página web propia (se titulaba 'El curandero extremeño'), ha regentado un herbolario, ha trabajado en Estados Unidos en algo que no era la CIA pero sí 'top secret' -según él mismo definió-, ha sido mentalista, mago, escapista, conferenciante sobre temas relacionados con la medicina natural, ha ejercido como doctor en una residencia de mayores en la localidad pacense de Villafranca de los Barros... En fin, un hombre completo, que saltó a los medios de comunicación en el invierno del año 2004 por su faceta de adivinador, y que esta semana ha vuelto a los titulares de prensa. Una vez más, una historia protagonizada por él ha trascendido la frontera de Extremadura y ha saltado a los medios nacionales. Esta semana han escrito sobre él en Perú, donde asegura que cursó los estudios que le acreditan como médico cirujano. Su nombre artístico (Carlos Santillana) le iguala al delantero centro del Real Madrid y la selección española de fútbol, pero a él le va más el ciclismo. En marzo del año 2003 acabó decimosegundo en el Campeonato Interautonómico de Tándem para ciegos, celebrado en Segovia. Su relación con los deportistas cacereños de la ONCE no fue más allá de unos pocos meses, y también fue breve su paso por el equipo Bicicletas Cáceres. Allí, sin embargo, todavía hay quien le recuerda bien. De hecho, si hay algo claro en torno a la figura de Carlos Santillana es que se trata de un personaje popular. Los días felices Cualquiera en Cáceres, la ciudad en la que ha pasado la mayor parte de su vida, le conoce. Y gran parte de esa popularidad se la debe al número que protagonizó en el invierno del año 2004. Aunque no era la primera vez que comparecía en público, lo de diciembre de ese año fue algo así como su presentación en sociedad. Su propuesta no era la más original del mundo, pero sí arriesgada y con gancho: acertar 'el gordo de Navidad'. Según contó él por entonces, a las cinco y cuarto de la madrugada del día 5 de diciembre del año 2004 -o sea, 17 días antes del sorteo-, grabó en un casete de 46 minutos su voz pronunciando el número que saldría ganador. Después, metió esa cinta en una urna transparente y obtuvo el permiso del Ayuntamiento de su ciudad para colgar la caja de la Torre de Bujaco, en la Plaza Mayor. Allí estuvo la suerte colgando durante un par de semanas hasta que los niños de San Ildefonso cantaron... Y Santillana acertó. La jugada le salió perfecta. Durante el año y medio siguiente, hasta su escandaloso fracaso en Trujillo, al mentalista Santillana le contrataron unos cuantos ayuntamientos extremeños: Badajoz, Olivenza, Don Benito, Monesterio, Los Santos de Maimona, Casatejada... En Don Benito, por ejemplo, llenó el Teatro Imperial para demostrar que era capaz de parar una bala con los dientes. Cuentan las crónicas que lo logró. En ese tiempo, Santillana era requerido para programas radiofónicos que se escuchan en todo el país, y pasó por los platós de varias cadenas de televisión. En esa época, Carlos Santillana era más público, y eso ayudó a conocerle mejor. En una entrevista publicada en HOY, en junio de 2005, aseguraba que una semana antes le habían ofrecido trescientos mil euros por desvelar el sexo del primer hijo de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. Llegó a asegurar que tenía información privilegiada: la Casa Real conocía su reto y le había escrito confirmándole el sexo del bebé que estaba a las puertas. En los prolegómenos de este reto, él había posado para los fotógrafos en Cáceres, a las puertas de una notaría en la que depositó un sobre con esa revelación que inquietaba a una parte de la sociedad española. Ese día, para ese acto, el mentalista se presentó en una limusina interminable. En esa misma entrevista que concedió en Badajoz, aseguraba haber trabajado en Estados Unidos, donde según él mismo definía, desarrollaba una labor 'top secret'. «¿Para la CIA?», le preguntaba a renglón seguido el periodista J. López-Lago. «No, para ciertas pruebas de agencia», aclaraba él. Eran los años felices del mentalista Carlos Santillana anunció su siguiente órdago: pararía las agujas del reloj de la puerta del Sol. Fracasó, pero no decayó. Unos meses después anunció su consagración definitiva, un número a la altura del gran Houdini, el rey del escapismo. Cutrez En la plaza mayor de Trujillo, el mentalista cacereño se enterraría en un ataúd, sobre el que echarían tres mil kilos de tierra, y allí, en la soledad de su propio féretro, viviendo como un muerto, pasaría cuatro días. Pero le falló el truco. Cara-dura y mentiroso fue de lo más bonito que le dijeron los vecinos, indignados ante la cutrez del espectáculo. «Le hemos visto un pie bajo el plástico negro con el que han cubierto el ataúd, se ha escapado», relataba un testigo. Él contó que había tenido que abandonar el nicho voluntario por un problema de salud, del que después le atendieron en un ambulatorio de Trujillo. Responsables de este centro sanitario aseguraron al día siguiente que por allí no había pasado nadie con ese nombre. Tras ese fracaso, nada más se supo de él. Su nombre volvió a aparecer en este periódico la pasada Navidad, con siguiente titular: 'La Audiencia condena a Santillana a devolver seis mil euros'. Quien se los reclamaba era un empresario cacereño que le había dado esa cantidad a cambio de la publicidad que le reportaría el éxito de su siguiente demostración: valerse de sus poderes mentales para apagar las luces de la Torre Eiffel de París. Ahora ha vuelto a salir en las fotos, tras involucrarle la Policía Nacional en una red de falsificación de títulos. Él asegura ser médico cirujano por la Universidad de San Martín de Porres, en Perú. En una mutua de Plasencia aseguran que sospecharon al ver que leía los electros al revés, y él asegura que nunca ha trabajado allí. Dice que viajó a Perú dos o tres veces al año entre 1994 y 2002, y la Universidad responde que así es «absolutamente imposible» obtener el título de médico cirujano. Él asegura que es médico, y se declara víctima. Cordial y atento siempre con los periodistas, el otro día, tras publicarse que era uno de los dos extremeños interrogados por este caso, se quejaba de cómo le estaban tratando los medios de comunicación. Y hacía en alto una reflexión interesante. «Hay que estar tonto -decía- para llamar mentiroso a un mago».
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