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ÁNGEL CAMPOS |
Miércoles, 26 de noviembre 2008, 10:29
Sin duda, Eugénio de Andrade es el poeta portugués vivo más traducido a nuestro idioma. Así, aún es posible encontrar una amplia Antología de sus versos preparada por Ángel Crespo (Plaza & Janés, Barcelona, 1981) o Vertientes de la mirada y otros poemas en prosa (Júcar, 1987) a cargo del mismo traductor. También han aparecido los siguientes títulos: Blanco en lo blanco (Granada, 1985) en versión, bastante desigual, de Fidel Villar Ribot; Escritura de la tierra (Oviedo, 1985) traducido por José Luis García Martín; El otro nombre de la tierra (Pre-Textos, 1989) en versión de Ángel Campos Pámpano y el más reciente de los suyos: Próximo al decir, (Amarú, 1993), traducido por José Luis Puerto.
El lector español de poesía tiene, pues, dónde elegir. Sería conveniente asimismo recordar la labor de traductor de Eugénio de Andrade («Esta especie de trasfusión de sangre perdida, que es siempre el trabajo del traductor») como una forma de confrontar su propia escritura. En este sentido son ejemplares sus versiones de Lorca, Safe o Ritsos, entre otros.
Su producción poética, que supera la veintena de títulos, se ha configurado como una de las voces más peculiares y más sólidas del panorama de la poesía portuguesa actual, y se ha venido caracterizando desde sus comienzos por una expresión limpia y un impecable sentido de la musicalidad que insiste en la vivencia de las cosas y de los seres desde la sensualidad y desde el equilibrio rítmico del verso. Para Eugénio de Andrade, el «acto poético es el afán total del ser para su revelación. Este fuego de conocimiento, que es también fuego de amor, en el que el poeta se exalta y se consume, es su moral. Y no hay otra».
Andrade es el eterno perseguidor de la sencillez, de la transparencia, de la expresión limpia y rigurosa. Despoja a la palabra (es aplicable a su obra el concepto juanramoniano de «poesía desnuda», de poesía esencial) de cualquier elemento superfluo y desecha asimismo cualquier tipo de conceptismo barroco.
«Yo creo que la plasticidad de mi poesía comienza en la palabra, siempre muy apegada sensualmente a la materia, y sólo después se hace extensiva a la imagen. La unidad que se encuentra en toda la poesía de Andrade representa la fidelidad permanente al espacio instantáneo en el que la mirada recupera la visión original del mundo».
Los motivos que aparecen en su obra se reiteran de un libro a otro, entre sus obsesiones mantiene fidelidad al hombre y a su lúcida esperanza de serlo totalmente; «fidelidad a la tierra donde hunde sus raíces más profundas, fidelidad a la palabra que en el hombre es capaz de la verdad última de la sangre, que es también verdad del alma».
La transparencia de su discurso, las múltiples sugerencias de sus metáforas, la variedad de sus recursos expresivos, hacen de su lenguaje poético un verdadero gozo, un lugar al que acudir para recuperar en la música oculta y honda de la tierra. «Es otra vez la música, / es otra vez / la música la que me llama, / otra vez ese esplendor / casi animal / el que me busca / y conmigo se hace alma / o primera mañana en las arenas».
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