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J. MUÑOZ
Domingo, 7 de diciembre 2008, 02:17
Durante las pasadas elecciones a la Casa Blanca, el candidato republicano John McCain se propuso convertir a 'Joe el fontanero' en un símbolo del americano corriente; pero el personaje se desinfló cuando la prensa descubrió que no pagaba impuestos. El votante medio dio la victoria al demócrata Barack Obama porque éste abordó sus temores más acuciantes -el empleo, la hipoteca, la sanidad- con unas dosis de idealismo que recordaban el espíritu reformista de la Depresión, el largo declive que siguió al 'crash' bursátil del 29. Aquella época, que guarda paralelismos con el actual colapso económico, perdura en la memoria gracias a Frank Capra (1897-1991), el director que rodó 'Caballero sin Espada', 'Juan Nadie' o 'Qué bello es vivir', películas protagonizadas por Gary Cooper, James Ste-wart y Barbara Stanwyck que inmortalizaron al ciudadano honrado frente a la crisis; al «hombre olvidado al pie de la pirámide», tal y como lo describió el presidente demócrata Franklin Roosevelt. Las comedias ingenuas de Capra, que muchas familias reponen en Navidad, crearon un clima favorable a las políticas intervencionistas que Roosevelt puso en marcha entre 1933 y 1945 para salvar la economía, un camino que Obama tiene que recorrer de nuevo siete décadas más tarde. «Para los buscadores de trabajo helados por el viento que pateaban las calles -relató el director-, los cines eran el único refugio conveniente y barato para descansar sus pies y calentar sus cuerpos. Y aunque un asiento de cine de diez centavos tenía que ser una tortura infernal para dormir en él, todos los refugios de caridad estaban atestados de roncantes sin hogar». Cuando EE UU aún no alcanzaba a ver el final del túnel, las historias de Capra se convirtieron en el contrapunto optimista de otro filme histórico: 'Las uvas de la ira', dirigido por John Ford a partir de la novela de John Steinbeck sobre la Depresión. Mientras Ford ofrecía un retrato de los granjeros desheredados, su colega creaba personajes que se sobreponían a la adversidad y derrotaban al villano: el banquero especulador; el político a sueldo, el periodista ambicioso y cínico y el magnate que manipula la opinión pública; unos arquetipos que la crisis actual ha desempolvado. Encanto y carisma «Tuvimos que luchar con los viejos enemigos de la paz», dijo Roosevelt en los comicios de 1936. «Con el monopolio de las finanzas y los negocios, la especulación, la banca temeraria, los antagonismos de clase, las divisiones, los logreros de la guerra. Ellos habían comenzado a considerar el Gobierno de Estados Unidos como un apéndice de sus propios negocios. Y nosotros sabemos ahora que el Gobierno constituido por el dinero organizado es igualmente peligroso que el Gobierno constituido por el populacho organizado». Las palabras de Roosevelt parecen sacadas de una película de Capra, a pesar de que éste último votaba a los republicanos. La coincidencia entre el político, un hombre rico de Harvard, y el artista, un inmigrante italiano católico y moderado, era natural. No se conocieron personalmente hasta 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, pero Capra confirmó entonces que el presidente era un líder nato, religioso como él y muy avispado. Conocía la importancia del cine y la radio para formar la opinión pública e impulsó programas que dieron trabajo a miles de artistas. «Tenía encanto y carisma a manos llenas -confesó el cineasta-. Pero su principal don era la forma en que hacía que tú, daba lo mismo qué o quién fueras, te sintieras importante... Casi estuvo a punto de convertirme en un demócrata». Aquellos elogios despertaron el recelo de la izquierda, pues los filmes de Capra defendían después de todo la armonía entre empresarios y trabajadores para salvar el sistema capitalista. Aunque a los líderes soviéticos les gustaban sus películas, los comunistas norteamericanos le apodaron 'Pollyanna', la jovencita de la novela homónima de H. Eleanor Porter que siempre tenía una actitud positiva. El director José Antonio Bardem, afiliado al PC, se refería al cineasta como la «abuelita Capra». En cambio, el productor cinematográfico Harry Cohn le llamaba 'macarroni' por su origen siciliano. Llegado a la dirección de películas desde los laboratorios de celuloide, 'macarroni' tomaba ideas de los titulares de prensa sobre el derrumbe social que provocó el 'crash' del 29. Los reporteros tenían material de sobra, ya que la especulación a crédito y el ansia de ganar dinero sin esfuerzo habían arrastrado a millones de americanos a la ruina. Uno de ellos era Groucho Marx, a quien tuvieron que buscar un actor suplente en Broadway por el disgusto que se llevó al perder sus ahorros en el famoso 'Martes Negro' de la Bolsa. «La broma ha terminado», le dijo su 'broker'. Ciertamente, la desolación reinaba en EE UU cuando Capra comenzó a convertirse en un grande de Hollywood con comedias que rebosaban esperanza. Uno de sus primeros éxitos, 'La locura del dólar', que gira sobre el pánico bancario, se estrenó precisamente cuando los votantes decidieron sustituir en 1932 al presidente republicano Hoover por Roosevelt, quien prometió un 'nuevo trato' a los americanos (New Deal). «Lo único a lo que tenemos que temer es al propio temor», aseguró el nuevo inquilino de la Casa Blanca. La realidad era que la economía se había hundido. En 1933, los líderes de los países industrializados esperaron a que Roosevelt tomara posesión oficial de su cargo para convocar una cumbre similar a la celebrada en nuestros días por el G20. Al poco tiempo organizaron otra cita similar, con resultados confusos. El economista John Kenneth Galbraith recordó que una generación entera de historiadores trató posteriormente de «encontrar un sentido a lo que se había intentado, propuesto o, simplemente, dicho» en el segundo encuentro. Cuando las expectativas de un plan mundial para rescatar la economía se esfumaron, Estados Unidos contabilizaba 12,5 millones de parados. El propio Galbraith no encontraba trabajo, pero consiguió una beca para analizar el mercado de la apicultura en California, ya que ni las abejas se libraron de la Depresión. Galbraith recordó que los temores a una rebelión agraria eran exagerados, pero «expresaban admirablemente el espíritu de la época». Capra atrapó ese espíritu de otra manera: ofreciendo una butaca de cine a diez centavos; la moneda que lleva la efigie de Roosevelt. Uno de los mitos de la Depresión era que aumentaron los suicidios. Se decía que cuando un 'broker' entraba en un hotel, el recepcionista le preguntaba si quería la habitación para dormir o para arrojarse por la ventana. No hubo más suicidios tras el 'crash' del 29. Las autoridades estaban preocupadas porque los granjeros amenazados de embargo no querían quitarse la vida, sino linchar en público a los directores de banco. Sin embargo, el tópico planeó sobre los auténticos problemas de la gente, que eran los mismos que hoy. Estos filmes hablan de ello. El director de banco Tom Dick- son concede préstamos a empresarios en plena Depresión.Cree que el dinero debe moverse para crear empleo. Se guía por la confianza y por el 'carácter' del cliente. Pero los otros accionistas de la entidad quieren cortar los préstamos. Un hecho inesperado pone en duda la solvencia del banco. Los depositantes acuden en masa a retirar el dinero. El matrimonio de Dickson pende de un hilo. Observa una pistola en el cajón. Pero algo ocurre... Al estreno acudió la clase política de Washington, pero se marchó indignada a mitad de proyección. Jefferson Smith (James Stewart) se presenta como senador en la capital sin saber que un grupo de presión le quiere convertir en un instrumento de sus intereses. Smith se embarca en una lucha contra la corrupción de otros miembros del Senado que, al no poder manejarle, montan una falsa acusación contra él. Gary Cooper es un vagabundo al que una periodista contrata para que se haga pasar por el héroe inventado. Su periódico tiene un dueño nuevo que está recortando personal; así que pa-ra conservar el empleo, la reportera ha creado a John Doe, un personaje que se va a arrojar desde el Ayuntamiento, harto de estar en paro. Metido en el falso Doe, el vagabundo atrapa el interés del público. Pero descubre que le quieren manipular. Inclusopiensa en quitarse la vida de verdad. Roosevelt había muerto cuando se estrenó este filme. George Bailey (James Stewart) concede hipotecas a personas que compran viviendas asequibles. Como el 'Pocero bueno' de Fuenlabrada. Un día, Bailey se encuentra con que su entidad puede quebrar y él, ir a la cárcel. Decide suicidarse, pero Dios le envía un ángel. Los vecinos que tienen casa gracias a él le ayudan. En la Depresión, Roosevelt animó a bancos y constructores a edificar viviendas baratas.
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