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¿Qué ha pasado hoy, 22 de febrero, en Extremadura?
LA PANADERÍA DE TODOS. Caterina muestra un apetitoso pan recién cocido en el horno comunitario de Peña García.|ESPERANZA RUBIO
Peña García, Portugal hecho cuento
EL PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Peña García, Portugal hecho cuento

Peña García es un pueblo portugués del que se habla mucho en los blogs de escalada, pero que no aparece destacado en las guías turísticas. Peña García gusta más porque no te lo esperas. Está a un paso de Extremadura. Pasear por sus calles empinadas es como recorrer un cuento de panaderas hacendosas y fantasmas medievales

POR J.R. ALONSO DE LA TORRE

Lunes, 22 de diciembre 2008, 11:54

Huele a pan recién hecho. Seguimos el rastro del aroma, ascendiendo por escaleras, callejas y terrazas. Llegamos a la fuente de la fregresía. En una casita se ve mucha gente. Más que nada, señoras de pueblo de la Raya, o sea, vestidas de negro, gesticulantes, algo alborotadoras, delgadas, con la cara surcada por arrugas hondas y elegantes. La fuente es de la fregresía porque estamos en una de las 17 fregresías del ayuntamiento portugués de Idanha-a-Nova, en concreto, en Penha Garcia, Peña García para los españoles, un pueblo de 1.700 habitantes situado a 480 metros de altura por donde los turistas extremeños pasan en sus excursiones a Monfortiño y Monsanto, pero casi nunca se detienen. Craso error porque Peña García es uno de los lugares más entretenidos e interesantes de la Raya. Situada en las estribaciones de la Sierra de Malcata, tuvo población en el Neolítico, fue castro de la Lusitania y luego poblado romano. Tras la Reconquista, perteneció a la cacereña Orden de Santiago, cuyos caballeros despreciaron aquel enclave a trasmano. Pasó entonces a la Orden del Temple, que fortificó el lugar convenientemente, y acabó en la del Cristo. En el siglo XVI será de nuevo posesión real y se convertirá en ayuntamiento independiente hasta quedarse en fregresía en 1836. Peña García tiene iglesia con imagen de Nossa Senhora de Leite de 1469, un rollo o 'pelourinho' que certifica el prestigio de su pasado y todo ello lo corona la fortaleza, que coloca el pueblo en la línea de castillos fronterizos de la Beira Baixa: Sabugal, Sortelha, Penamacor, Monsanto, Idanha-a-Velha, Penha Garcia... Porque estamos en la Beira Baixa y se nota en la piedra rústica, que sustituye a la blancura de la cal del Alentejo. Pero habíamos quedado en que, ascendiendo por el pueblo, siguiendo el aroma del pan recién salido del horno, habíamos llegado a una casa llena de señoras. Nos aventuramos a husmear y descubrimos el tesoro: en un arcón de madera, que ya debía de existir en tiempos de los templarios, se guardan, envueltas en telas, gloriosas hogazas de pan caliente. También hay otros panes muy dorados de forma poco convencional: aplastados, grandes, delgados, brillantes. «Estas son las bicas o panes de aceite. Cuestan un euro. Y las hogazas también son a un euro. Acaban de salir del horno». Quien informa de la oferta panadera es Caterina. Estamos en la tahona comunitaria. Existió en Peña García desde la Edad Media. A ella venían los vecinos a cocer su pan. Hace muchos años se cerró. «Su dueña decidió reabrirla hace unos 10 años. La llevamos nosotras», explica Caterina y señala a sus colegas de panadería, que asienten, escuchan y despachan. El horno comunitario sólo abre los sábados y los domingos. En las paredes hay fotos de Mario Soares, que lo visitó hace años. «Hacemos pan para nosotras, para la familia, para las vecinas que vienen a comprar y para los turistas. También pueden venir otros vecinos a asar pollos. Una muchacha viene muchas mañanas a cocer pizzas y en Navidad hay mucho trasiego de dulces y asados de carne. Los vecinos solo tienen que traer la leña o pagar si la ponemos nosotras», detalla esta mujer tan dispuesta, que regresó a su pueblo desde la emigración en Alemania y ahora entretiene sus fines de semana con este oficio impensado de panadera. La hogaza y la bica Cargados con la hogaza y picoteando la bica, que está buenísima y desaparecerá antes de llegar a lo alto del pueblo, seguimos ascendiendo. En los cristales de las casas se ven carteles ofreciendo miel y en una plazuela con jardín colgante nos encontramos un tanque. Esto de colocar artefactos guerreros en las plazas de los pueblos es una costumbre que se extiende. En casi todas las aldeas de las Ardenas belgas hay un tanque americano en la plaza. Pero tiene un sentido: esos carros de combate liberaron la región del yugo nazi. También tiene explicación el caza colocado en Talavera la Real. ¿Pero qué sentido tiene este tanque de Peña García o el reactor de la rotonda de Castuera? Jorge es el encargado de la oficina de Turismo de Peña García y explica lo del tanque: «Fue solicitado por la fregresía en un aniversario de la Revolución de los Claveles», revuelta democrática en la que dicho tanque participó. Satisfecha la curiosidad, seguimos ascendiendo entre huertos y casas. Porque lo más interesante del urbanismo de Peña García es que la mayoría de sus casas tienen una finquita adosada desde hace siglos donde crecen los olivos, los naranjos, las berzas... Como hoy es sábado, la gente aprovecha para trabajar en estos huertos recogiendo leña y hortalizas. Como en todos los pueblos portugueses, Peña García cuenta con unos urinarios públicos, céntricos, limpios y bonitos: hasta azulejos tienen en la fachada. No hay mejor índice de civilización que una letrina impoluta, sin destrozar y hasta con papel higiénico. Pero ya llegamos a lo alto del castillo y como parece que la niebla quiere jugar a los misterios con las almenas, el espíritu de don García se hace patente y su leyenda se pasea por el camino de ronda. Don García fue alcaide de este castillo y no tuvo mejor idea que raptar en una noche de tempestad a doña Branca, la bella hija del poderoso gobernador de Monsanto, imponente fortaleza cercana. El gobernador, naturalmente, persiguió a don García con saña y aunque el alcaide y la hija se escondieron en la sierra, acabó dándoles alcance. Cuando se disponía a cortar la cabeza del raptor, el gobernador descubrió que su hija lo amaba y lloraba desconsolada: «Papá, no lo mates». Y no lo mató, que una hija es una hija, pero le cercenó una mano para que no volviera a raptar muchachas. Lo que sigue se lo imaginan: el fantasma del alcaide manco recorre cual alma en pena los adarves castellanos en los días de niebla. Pasando de leyendas, descendemos de la fortaleza, pero por otro camino: el que lleva a una de las rutas más bellas que hemos recorrido nunca, un camino empedrado con puentes y pasarelas de madera que baja desde el castillo de Peña García hasta el desfiladero del río Ponsul entre paredes con fósiles trilobites, molinos de piedra, que aún funcionan, y rocas enormes aptas para la escalada. De vuelta al pueblo, visitamos el museo de los fósiles y allí descubrimos que, hace 600 millones de años, Peña García era un océano, hace 542 aparecieron los trilobites, hace 230, los dinosaurios, hace 2 millones se formó este desfiladero del río Ponsul y ahora, ya ven: panes, tanques y fantasmas mancos.

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