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¿Qué ha pasado hoy, 16 de abril, en Extremadura?
Mónica y Miguel con sus hijos Talya y Denis. / CASIMIRO
La familia se hace mestiza
REGIONAL

La familia se hace mestiza

Los hogares extremeños con un cónyuge extranjero se triplican en la última década

A. GILGADO

Domingo, 22 de febrero 2009, 10:48

EN el reproductor de DVD se escuchan ritmos de kilomba, una danza africana que bailan en el salón Mónica y Miguel mientras sus hijos, Thalya y Denis, tratan de imitarles. En el fuego se termina de cocer el Pirao, una pasta de trigo angoleña. A pocos metros de la casa de Miguel y Mónica viven Tania y Jesús. En su hogar se escuchan acordes del himno boliviano y de la cocina salen platos de masuka de yaco a la hora de la comida. Dos escenas paralelas con raíces muy lejanas, pero que se viven en un mismo lugar: Badajoz. Hasta aquí llegaron en su día Miguel y Tania. A Miguel le arrastró el conflicto bélico que se vivía en Angola y a Tania las dificultades de Bolivia. Ambos venían para poco tiempo, pero ya llevan años. Miguel se casó con Mónica, una joven de Badajoz que fue Miss Barrio de La Paz y Tania vive con Jesús, un militar de Orellana. Como ellos, casi 300 familias de la región cuenta con un cónyuge extranjero. El triple de las que había hace una década. El Instituto Nacional de Estadística recogió 232 matrimonios celebrados en Extremadura el año pasado con un cónyuge extranjero. Hace una década en este mismo caso sólo había 78 parejas. Sin embargo, los datos del INE no se detienen en las parejas mixtas que forman una familia sin formalizar su relación. Aunque no sean exactos, la tendencia que se refleja es más que evidente: las familias con un cónyuge extranjero empiezan a dejar de ser una excepción en Extremadura. Amigos y familiares Bien lo sabe Tania, que tuvo que soportar muchas miradas cuando paseaba de la mano con Jesús. De aquellas miradas ahora apenas quedan rastros. «Hace años la gente lo veía como algo raro, pero ahora ya no resulta tan diferente». Jesús recuerda que en más de una ocasión se sintió observado en su pueblo cuando iba acompañado de Tania. También tuvo que defender su relación ante amigos y familiares. «Mucha gente te dice las cosas porque te aprecian, pero no entienden que a lo mejor hacen daño». Al final todo aquello menguó y Jesús y Tania hoy apenas se sienten observados. Quizá en parte se deba a la propia evolución del fenómeno migratorio. Los pueblos y ciudades no paran de sumar vecinos extranjeros. En los últimos seis años han llegado a la región casi 20.000 inmigrantes, según un estudio elaborado por UGT. Los estudios de inmigración también hablan de lo difícil que resulta, a veces, la integración de los que vienen de otra cultura. Tania divide su experiencia en dos caras. Por un lado habla de «las buenas personas» con las que se ha topado en Badajoz, aunque su camino no está exento de experiencias laborales amargas. En Bolivia tenía niñera y trabajaba en un colegio, ahora en Badajoz es ella la que trabaja de niñera. Dice que salió de Bolivia por luchar para darles un futuro a sus hijos. Las dificultades de un país enfrentado despejaba cualquier opción para una mujer joven viuda y con tres hijos pequeños. Llegó a Badajoz con la intención de estar tres meses y ni por asomo pensó que algún día tendría alguna relación con un español. Aunque Jesús se empeñó en desbaratar esa idea. Un amigo común les presentó justo antes de que él se fuera a Kosovo. Las obesas facturas de móvil ayudaron a fraguar una relación en la distancia y a que Tania no se fuera de Badajoz. De hecho, reconoce que en estos momentos no se imagina «viviendo en otro sitio». Las tradiciones Lamenta que sus hijos se estén educando en España sin tener contacto con sus abuelos y le da pena de que pierdan costumbres y tradiciones de Bolivia. «Por eso les pone el himno nacional y les hace de vez en cuando alguna comida boliviana». De momento, Richard, Nelly y Jayson mantienen esas raíces de las que tanto les habla su madre. Richard, el mayor, piensa en volver a Bolivia cuando pasen unos años. Estudia en el instituto y juega al fútbol los fines de semana en el Badajoz, aunque no oculta que echa de menos la vida que llevaba en Guayamerín. Lo mismo le ocurre a Miguel, a él se le ilumina la cara cuando habla de Cunene, la ciudad del sur de Ángola en la que nació y vivió hasta los 15 años. Las cosas se pusieron difíciles y toda la familia tuvo que emigrar a Portugal. Hace ya diez años se acercó a Badajoz a ver a su hermano y en una discoteca conoció a Mónica. Un mes después volvieron a encontrarse y desde entonces no se han separado. Han formado una familia con dos hijos. Thalia, de ocho años, y Denis, de 7. Reconocen que han tenido que luchar mucho por seguir adelante. A las reticencias de la familia de Mónica de que compartiera su vida con un africano se unía la diferencia de edad. Miguel es 19 años mayor que ella y tuvieron que dar muchas explicaciones. Tópicos Tania repasa con resignación los tópicos a los que ha tenido que enfrentarse su marido. «La gente se piensa que África es un nativo con la lanza y no sabe la riqueza cultural que aporta». Aunque nunca ha visitado África, su marido le ha contagiado el amor por su país. «En mi casa casi toda la comida que cocinamos es africana». Esa misma pasión se la intentan transmitir a sus hijos. Hablan con ellos en portugués, le enseñan a bailar las danzas como la kilomba y les explican los orígenes de los platos como el Pirao. Miguel incluso cree que Angola «puede ser el futuro» para ellos. Sueña con que un día Talya y Denis puedan conocer Cunene y no descarta que, si la situación política se arregla, se trasladen a vivir allí. Las cosas no le termina de ir bien en España y entiende que la vuelta no es descabellada. En los últimos meses ha trabajado de pintor, de montador de espectáculos y de cualquier otra cosa que le buscan en las empresas de trabajo temporal. Reconoce que, sobre todo en el último año, la vida se les ha puesto un poco cuesta arriba por la culpa de la crisis y el paro. De ahí que miren de reojo a Ángola. Entonces quizá en el salón de la casa Talya y Denis aprendan a bailar jotas extremeñas mientras su madre les prepara unas lentejas.

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