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ITSASO ÁLVAREZ
Miércoles, 11 de marzo 2009, 13:03
En la localidad salmantina de Zarza de Pumareda, los niños que hace muchos, muchos años, las cigüeñas trajeron de París se han convertido en adultos que discuten sobre si conviene frenar el afán constructivo de estas aves. Unos quieren que las zancudas sigan anidando en la espadaña de la iglesia del pueblo, como hacen cada año, mientras que otros piensan que es mejor reconducirlas a otro lugar por los problemas de limpieza que sus deyecciones y sus nidos formados por barro, cañas, ramas, plásticos y otros elementos generan en la piedra centenaria del templo. El alcalde de este lugar de 80 habitantes, José Benedicto Martín, prefiere mantenerse «al margen» de la polémica, aunque ha tenido que mandar una brigadilla de limpieza a borrar unas pintadas sin autor que han aparecido en la puerta de la iglesia y que dicen, en grandes letras rojas, 'cigüeñas, sí'. Si Zarza de Pumareda, antigua tierra de manzanas, es tan pueblo como los demás, pronto saldrá a la luz quién ha sido el cantamañanas. Pero mientras no haya consenso, como en la política, las que quiten el sueño mañanero a los vecinos seguirán siendo esta cigüeña y su cría 'non gratas' enamoradas del Parque Natural Arribes del Duero, que les nutre bien de sapos y culebras, como los hechizos de las brujas de los cuentos infantiles. Para gustos... Les duele este amor a los parroquianos zarceños, que para no tener que ir a la misa del domingo con paraguas pagaron de sus ahorros no sólo la reparación de la cubierta de la Iglesia y la instalación de un montón de ganzúas en la atalaya eclesiástica para disuadir al animal, sino una nueva 'vivienda' en lo alto de un mástil con un soporte a las afueras del pueblo. Pensaron que si no era por las malas, por las buenas animarían al ave a cambiar de domicilio. Pero la muy no ha accedido a la 'sugerencia' y ha acabado sorteando los hierros para levantar una vez más su morada en la casa del Señor de Zarza, el mejor lugar que ha encontrado para dar vida a sus polluelos. Es que las cigüeñas nidifican donde nacieron y se empecinan en regresar cada año a las mismas torres, tejados o chimeneas. Y esta obstinada que vuela cada año desde la sabana africana porque creía ser la estampa risueña que alegra este paraje salmantino hasta bien entrada la primavera no se siente una okupa ni una extraña, sino tan zarceña como la que más.
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