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51 AÑOS EN CLAUSURA. Sor Asunción, de 66 años, es la abadesa del convento de San Pablo, junto a la parroquia de San Mateo./ L. CORDERO
Encerradas por vocación
CACERES

Encerradas por vocación

Cuarenta y seis religiosas viven en los tres conventos de clausura de Cáceres, donde dedican el día a rezar y a elaborar sus afamados dulces para poder subsistir El convento más antiguo de la diócesis está en Coria y se fundó en 1300

MARÍA JOSÉ TORREJÓN

Lunes, 30 de marzo 2009, 11:02

La televisión llegó al convento de San Pablo en mayo de 2004. «Una amiga nos la regaló para que viéramos la boda de los príncipes de Asturias», apunta Sor Asunción. Pero el aparato se utiliza poco, precisa la abadesa, que prefiere mantenerse informada sobre todo lo que ocurre fuera de los muros de esta construcción del siglo XV por la radio - «suelo oír el parte todos los días»- o por la revista 'Ecclesia', publicación semanal católica, de información religiosa. Palentina de nacimiento, Sor Asunción llegó a Cáceres con 15 años. Y se quedó. Lleva 51 años dedicada a la vida contemplativa. O lo que es lo mismo: medio siglo como monja de clausura. Esta mujer menuda, de tez blanca y discurso generoso está al frente del convento de clausura más antiguo de Cáceres. El convento de San Pablo, situado junto a la Plaza de San Mateo, se fundó en 1449. Primero perteneció a la orden de las Terciarias Regulares y desde 1960 está habitado por religiosas de la orden de Santa Clara. En su interior viven, trabajan y, sobre todo, rezan 18 monjas, de las que 11 son españolas y siete proceden de África. La más joven tiene 33 años y la mayor, 91. La edad media de las religiosas es de 56 años. Si no fuera por las hermanas extranjeras, precisa la abadesa, la edad media sería muy superior. «Nosotras nunca hemos ido a captar vocaciones a África. Allí apenas hay conventos de vida contemplativa y a ellas les llama la atención. Vienen con auténtica vocación», aclara Sor Asunción. Pero las religiosas africanas no sólo rejuvenecen el censo de religiosas, sino que también lo aumentan. En el convento de San Pablo llegaron a habitar durante la década de los cincuenta hasta 31 monjas, un dato que poco a poco fue flaqueando hasta reducirse a más de la mitad por el descenso de vocaciones. En la actualidad en Cáceres hay 46 monjas de clausura repartidas en tres conventos: San Pablo, Santa Clara y el de las Madres Jerónimas. Las tres construcciones están enclavadas en la Ciudad Monumental. En el convento de Santa Clara, fundado en 1593, viven 14 religiosas de la orden de las Clarisas-Franciscanas, la misma que ocupa el convento de San Pablo. Y en la antigua enfermería de San Antonio, situada en la calle Olmos, residen 14 religiosas jerónimas. Este convento es el más joven, ya que se fundó en 1977. El abanico de conventos de clausura de la Diócesis de Coria-Cáceres se completa con otros dos puntos. En Coria las franciscanas regulares ocupan el convento más antiguo de la Diócesis. Se fundó en 1300 y está ocupado por 14 monjas. Y en Garrovillas de Alconétar las monjas jerónimas se instalaron en el año 1573. En el interior del convento viven y oran 14 hermanas. El día en el convento de San Pablo transcurre entre visitas a la capilla y horas de trabajo en la cocina para elaborar los afamados dulces de las religiosas que, hoy por hoy, son su principal medio de subsistencia. «Todo nuestro esfuerzo consiste en buscar al Señor», aclara Sor Asunción, vestida con su hábito marrón franciscano. La abadesa, a quien eligen por votación el resto de hermanas del convento cada tres años, destierra tópicos. Rompe mitos. «Nosotras salimos a la calle para ir al banco o para ir al médico», apunta. Eso sí, procuran permanecer el máximo tiempo posible en el convento. Ella lleva así 51 años y dice que no añora otra forma de vida. «No echo de menos la calle». Las mañanas en la Plaza de San Pablo comienzan temprano. Las hermanas se levantan a las seis y cuarto de la madrugada. Tras dedicar media hora al aseo personal, rezan y escuchan misa. A las nueve desayunan y después comienzan a elaborar esas magdalenas, bizcochos y tocinitos de cielo que tanto gustan a los turistas. El trabajo en la repostería se dilata hasta la una del mediodía. «Antes bordábamos ropa pero ahora nuestros dulces son nuestro medio de subsistencia», apostilla la abadesa. Rezo A la una y cuarto, antes de entrar al comedor, las hermanas clarisas dedican otros 15 minutos a rezar. Tras almorzar, se toman hora y media de descanso. Y, después, vuelta a la capilla. A las 15.45 toca de nuevo oración. Por las tardes, entre las cinco y las siete, reciben formación. Algunos sacerdotes se trasladan hasta el convento para impartir lecciones, por ejemplo, sobre las Cartas de San Pablo. Y a las siete de la tarde es hora, de nuevo, de volver a la capilla para rezar. A las 20.15 y hasta la hora de la cena las monjas toman asiento en el salón y disfrutan de su hora de recreo. Y a las 21.10 cenan. Quince minutos antes de meterse en la cama vuelven a rezar y a las diez en punto cada una se retira a su habitación. Religiosas de vida activa Además de las monjas de clausura, en la Diócesis hay 42 comunidades de religiosas de vida activa -unas se se dedican a la enseñanza, otras a obras sociales y caritativas y otras tienen actividades pastorales en las parroquias- y nueve comunidades de religiosos, también de vida activa. Pero eso es otra historia. Tras los muros del convento de San Pablo sus inquilinas buscan a Dios durante las 24 horas del día. Su encierro es vocacional. Pero no viven alejadas del mundo que las rodea. «La monja de clausura no puede estar ajena a los problemas de la humanidad». Palabra de abadesa.

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