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ANTONIO J. ARMERO
Domingo, 2 de agosto 2009, 13:08
No todo es negro en Las Hurdes. Ni mucho menos. La comarca del norte extremeño acaba de perder 3.265 hectáreas en tres días, y el fuego destrozó otras nueve mil en agosto de 2003, el annus horribilis en la historia de los incendios en la región. Además, a esas dos cantidades hay que sumar otras más pequeñas, consecuencia de incendios menos sonados ocurridos en la última década. Pero Las Hurdes son 46.500 hectáreas. La cuenta matemática es sencilla. Y la conclusión a pie de carretera, igualmente clara: existen Las Hurdes negras, sí, y Las Hurdes verdes.
-¿A qué vienen, a sacar Las Hurdes negras?, preguntan tras la barra de un bar en uno de los pueblos de la zona más alta de la comarca, casi pisando el límite con la provincia de Salamanca.
-A sacar lo que hay, las dos cosas, Las Hurdes negras y las verdes. Hemos empezado por las verdes.
-Así me gusta. A ver si venden bien lo bonito que tenemos, que nos queda mucho, y tal como está la cosa...
No es una cuestión de ahora, del incendio. Hay entre una parte de la población de la comarca cacereña una cierta desconfianza hacia las cámaras. Quizás habría que remontarse a Buñuel y su 'Tierra sin pan' para explicarlo, y probablemente esa actitud precavida, minoritaria pero latente, tiene su razón de ser. Seguramente esto explica también que al aclarar que la intención es reflejar lo mismo lo triste que lo alegre, surja en el paisano una catarata de propuestas, de sitios, lugares, pueblos, zonas, paisajes, sierras, restaurantes, chiringuitos, chorros para sacar en el periódico.
¿Y mi nombre no lo vas a poner?, se preocupa graciosa una niña a la que sus padres acaban de llevar al sitio más repetido en los folletos publicitarios de Las Hurdes. Puede que ahora, a sus siete años, Gloria no lo aprecie demasiado, pero es probable que si vuelve a este lugar, se le despierte en la memoria algún recuerdo, seguramente lejano y algo desubicado. «Aquí estás como fuera del mundo, qué preciosidad», comenta Juan Antonio, uno de los adultos que le acompaña.
De Mérida a Riomalo
Él, Víctor y sus mujeres, Dami y Sara, son de Mérida, y han atravesado la comunidad autónoma para reencontrarse con sus hijas, que han pasado una semana en un campamento organizado por la Junta de Extremadura en Pinofranqueado. Las han recogido, se han montado en el coche y han tomado rumbo a Riomalo de Abajo. Han atravesado el pueblo, y justo antes del puente, se han desviado a la derecha, han recorrido poco más de un kilómetro por un camino asfaltado y han aparcado. Después, veinte minutos andando por una buena pista forestal hasta llegar al mirador de El Melero. Así se bautizó en su día al meandro más famoso del río Alagón, que en ese punto de Las Hurdes altas traza una sugerente curva de 180 grados. Es, quizás, el principal icono turístico de la comarca, un enclave con un punto de exuberancia que resume bien lo que ofrece la zona a quien no la conozca.
«Se han quemado 3.000 hectáreas de una zona atractiva, pero aquí sigue habiendo muchos sitios que son una pasada», dice Jose Manuel. Bombero de profesión, regenta La Jurdana, en Riomalo de Abajo (55 vecinos), la primera casa rural que abrió en la comarca. Está construida en pizarra, el elemento básico en la arquitectura tradicional de la zona, y no hay nada en sus alrededores que haga pensar en el fuego. «Es que por aquí hay muchos sitios que están intactos, intocables», asegura Jose Manuel, que pasa de la teoría a la práctica y arranca con la enumeración: «El valle del río Ladrillar, el de Casares de Hurdes con sus bancales, toda la zona de Cerezal hacia arriba con el río Malvellido, el pantano de Arrocerezal, el volcán de El Gasco, los arroyos de Cambrón y Cambroncino, la zona de Horcajo, Ovejuela, Erías...». Y la lista no tiene por qué acabar ahí. Quedan fuera del área recién quemada el enebro de Las Mestas, los paisajes de Las Carracas y Las Estrellas o el valle de Las Batuecas.
Que esta última zona se salvó ya debe haber llegado a los oídos de don Juan Carlos, Rey de España, que la tiene entre sus preferidas cuando sale de caza. «Eso de que el Rey viene alguna que otra vez por aquí lo sabe todo el mundo, lo que pasa es que nos enteramos tiempo después de que ya se ha ido», confirma un vecino parlanchín en Vegas de Coria (237 habitantes), una de las alquerías que tuvo que ser evacuada en plena madrugada ante la cercanía del pinar en llamas. Desde ahí hasta Caminomorisco, el panorama es otro. El trayecto, de catorce kilómetros, se cubre por la carretera EX-204, que estuvo cortada al tráfico casi dos días por culpa del incendio. Eso sí son Las Hurdes negras. Negro a la derecha y negro a la izquierda. Sólo hay pequeñas islas que ignoró el fuego, mínimas parcelas con veinte o treinta olivos perfectamente alineados que hacen de frontera entre el paisaje deprimente y la calzada. Serpenteando a setenta kilómetros por hora se llega a Cambroncino (209 nombres en el padrón), otra de las alquerías por las que pasó la Guardia Civil invitando a los lugareños a hacer la maleta. «Yo me fui de aquí por mi señora y para que los guardias se quedaran tranquilos, pero ya les dije bien clarito que yo a mi pueblo iba a volver en cuanto pudiera», recuerda Rafael Iglesias (77 años), al que la mayoría de sus vecinos identifica mejor como 'el suizo' por sus años de emigrante.
'El suizo' lo dijo y lo cumplió. El lunes al mediodía se dejó llevar a Caminomorisco, medio obligado por la autoridad y por su conciencia, y por la tarde volvió. «Pues claro que volví -responde-. Andando». ¿Andando? «Claro, andando. Son seis kilómetros. Como una hora o así tardaría. Es que yo en Suiza iba a trabajar todos los días en bicicleta, también seis kilómetros, nevara o diluviara. Algún día me tenía que haber ido en coche, pienso ahora».
Rafael lo cuenta mientras sube, sin inmutarse su sistema respiratorio, por una pista forestal con una pendiente sólo apta para vehículos con marcha reductora. «No creo que haya mejor sitio que este para ver lo que se ha quemado, como quieren ustedes», informa. Y con acierto. Desde esa cima a un kilómetro de Cambroncino se aprecia perfectamente por dónde deambuló el incendio, al capricho del aire, desde el sábado 25 de julio hasta el martes 28.
Ciervos y jabalíes
Desde esa atalaya que 'el suizo' pateó de pequeño, algunas tardes poniendo trampas a los conejos, es fácil imaginarse las llamas devorando el monte por la noche. «Era impresionante -rememora-. Yo vi el incendio del año 81, pero este ha sido mucho peor, yo no había visto cosa igual en mi vida».
Tampoco Nieves, su hija. «El fuego nos ha cogido dos fincas, una con unos 240 olivos y otra con 80 ó 90, y también algunos naranjos y manzanos», detalla la joven, que se sabe tan bien como su padre a dónde va y de dónde viene esa pista forestal que nace a unos pocos metros de su casa, en la parte alta de Cambroncino, un buen sitio para los amigos de la escopeta. «Por aquí ha habido siempre ciervos -explica Rafael 'el suizo'- y muchos jabalíes. Los ciervos se habrán salvado la mayoría, porque salen corriendo, pero el jabalí es más tonto».
Al margen de la capacidad de huida de la fauna autóctona, es un hecho que el incendio, el mayor que ha sufrido Extremadura este verano, ha hecho daño al sector cinegético de la comarca. Y bastante más al turístico. Aunque alguno sea remiso a sincerarse ante un periodista, desde que las cadenas nacionales empezaron a abrir sus telediarios con las imágenes de la tremenda nube de humo en la zona, las cancelaciones se han multiplicado. Ha habido muchas, incluso en puntos bastante alejados del área afectada. Esta realidad ha movilizado a los hosteleros de la comarca, que a través de la asociación que les agrupa (Athur) han salido a los medios de comunicación a resaltar que lo que ha ardido representa tan solo el siete por ciento del territorio de la comarca.
Efectivamente, 3.265 es el siete por ciento de 46.500. Las matemáticas no mienten. Como no engaña tampoco pasear en coche por la EX-204 entre Cambroncino y Vegas de Coria con el aire acondicionado encendido y que penetre el olor a humo. Como no engaña la visión panorámica del meandro El Melero rodeado de verde. Ni las señales de tráfico imposibles de descifrar porque el fuego las ha cambiado de color. Ni miente tampoco la fotografía de la piscina natural de Las Mestas, con gente bañándose en el agua helada, nadando río arriba entre una arboleda impoluta. Ahí, en ese sitio frente al que se hacen una foto para el recuerdo dos parejas de la Guardia Civil, también huele a humo. Al de las brasas que van dorando la carne -¿un cabrito de la zona, quizás?- en la parrilla del chiringuito. Distintos tipos de cenizas. Distintos paisajes. Distintos colores. Hurdes negras y Hurdes verdes.
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