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LORENA SEBASTIÁN
Jueves, 27 de agosto 2009, 12:10
Como es tradición y en presencia de medios de comunicación de medio mundo, más de 40.000 personas se enzarzaron ayer en una guerra de tomates en la localidad valenciana de Buñol, en el marco de una fiesta, 'La Tomatina', que en 2002 fue declarada de interés turístico internacional.
Nada menos que 120 toneladas de tomates procedentes de Extremadura, donde se cultivan especialmente para el festival, ya que no son de buen gusto para el consumo y por tanto son menos costosos. En total 90.000 euros de presupuesto se utilizaron este año para la peculiar celebración, a la que se sumaron a sus 10.000 habitantes otros 30.000 forasteros, entre los que pudieron verse numerosos ciudadanos de los cinco continentes lanzándose la colorida hortaliza en la plaza del pueblo.
Un total de 70 personas, la mitad voluntarias, ayudaron a que los camiones cargados con tomates se abrieran paso entre los asistentes para que pudieran elevar sus remolques y aprovisionar a los presentes, que hora y media antes de que la carcasa diera la orden de comienzo -previsto para las 11.00 horas-, ya clamaban «tomate, tomate».
Un presupuesto de 62.000 euros fue para la organización de actividades paralelas, entre las que destacaba una zona de acampada, la celebración de la final del concurso Buzz '¿Qué sabes de tu país?', organizado por Sony Play Station y el festival de música Non Stop, que reúne a famosos Djs desde las 23 horas del pasado martes y hasta las 18 horas de ayer.
Renfe amplió su horario de trenes y el Ayuntamiento facilitó baños, lavabos y duchas para el aseo de los participantes. Todas estas facilidades chocaron con las retenciones de tres kilómetros que se registraron en la A-3 para entrar al pueblo y que obligaron al desvío del tráfico.
Entre los atuendos preferidos de los participantes destacaron el bañador y los chubasqueros improvisados con bolsas de basura. Complementos como gorros de agua para no ensuciarse el pelo o gafas de bucear para evitar que el ácido del tomate dañe los ojos también fueron habituales.
La tradición tiene 64 años de historia. Durante un desfile de gigantes y cabezudos, unos jóvenes que querían participar organizaron una trifulca y, como cerca del lugar había un puesto de verduras y hortalizas, cogieron los tomates y los utilizaron como arma arrojadiza. Las fuerzas del orden de la dictadura franquista tuvieron que intervenir para disolver la pelea y condenaron a los responsables a pagar los destrozos realizados, pero al año siguiente los jóvenes repitieron el altercado y de nuevo fueron disueltos. Tras repetirse esto mismo en los años sucesivos, la fiesta quedó, aunque de modo no oficial, instaurada. Fue después, en el año 1950, cuando el ayuntamiento la incluyó en su programa de fiestas, aunque la prohibición y el visto bueno se fueron alternando hasta 1959, cuando se incluyó en el calendario festivo del pueblo.
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