Declaraciones

C uando los políticos no tienen nada que hacer se dedican a hacer declaraciones. Les da igual que sean sobre el padre de la patria andaluza, Blas Infante, o sobre la madre de Pajín. El caso es suministrar titulares que nos distraigan o que nos oculten lo que se nos viene encima. El presidente de la Junta de Andalucía, que es un hombre sensato y sereno, pero no hasta el punto de que su sensatez y su serenidad le hayan inducido a no aceptar el cargo, ha declarado ante el Parlamento que se le acaba el dinero. Dicho en sus propias palabras: la administración autonómica está «al límite de sus disponibilidades financieras», ya que se ha gastado hasta el último puñetero euro volátil en paliar los efectos de la crisis.

Un alarde de sinceridad, esa rara virtud cuyo mérito se basa en la capacidad para comunicar cosas desagradables. Hay que echarse a temblar cuando alguien nos dice «voy a serte sincero». Claro que también cabe el recurso de decirle que lo haga con otro y nos deje tranquilos, ya que hasta ahora su sinceridad no nos ha sido imprescindible. Lo peor de las sinceras declaraciones de los políticos es que suelen hacerlas sin que se las pida nadie. El presidente Berlusconi acaba de declarar que él «nunca ha pagado por sexo». El buen señor es un conquistador y si alguna de sus núbiles 'velinas' le presenta factura le dice que ni hablar del peluquín.

Al millonario presidente lo que le seduce es seducir.

En toda Europa, que es lo que nos pilla más cerca del mundo, hay gente que se pregunta qué hemos hecho para merecer los líderes que tenemos, pero quizá no haya que inquirir las razones: se debe a que la gente mejor está en otras tareas, haciendo otras cosas, en vez de dedicarse a hacer declaraciones.