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MANUELA MARTÍN
Viernes, 21 de octubre 2011, 02:05
ETA nunca ha cometido un atentado en Extremadura, pero entre los 817 muertos (esta era la cifra en abril de 2006, actualmente son 857) que ha causado a lo largo de su sangrienta historia, 53 habían nacido en esta comunidad . La mitad de los asesinados eran guardias civiles, 28 agentes muertos en atentados ocurridos en el País Vasco, en Cataluña y en Madrid; la banda terrorista ha matado también a nueve policías extremeños, a dos policías municipales y a un militar. Pero no sólo han caído asesinados miembros de las fuerzas de seguridad. Esa lista la completan trece civiles. Desde José Píriz, un niño 13 años que volvía un sábado por la mañana de jugar al fútbol en Azcoitia y le dio una patada a una bolsa que escondía una bomba, hasta una anciana de 78 años, Maudilia Duque, que vivía con su hija y su yerno, guardia civil, en el cuartel de Vic, cuando ETA lanzó un coche bomba al patio y mató a diez personas.
Datos inexistentes
A lo largo de los casi cuarenta años de historia de ETA, este periódico ha ido publicando ese rosario de muertes. Una visita a la hemeroteca de HOY, y especialmente a los ejemplares de los años 80, pone los pelos de punta al comprobar lo cotidianos que eran los atentados y las veces que se repetía el mismo titular en portada: «Otro extremeño asesinado por ETA» Y junto a esta frase, la foto de un coche bomba, o el cuerpo abatido a tiros de una persona.
Sin embargo, la memoria, también la de los periodistas, es frágil y cuando ETA anunció el pasado 22 de marzo un alto el fuego permanente y quisimos hacer un balance de las víctimas extremeñas, nos dimos cuenta de que no existía ningún recuento oficial. Publicamos los datos que nos aportó la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Extremadura, que tiene contabilizados a 17 muertos. Al día siguiente, lectores de HOY nos llamaron recordando nombres de otros fallecidos que no habíamos recogido.
Era evidente que faltaban víctimas, pero no sabíamos cuántas, y nos propusimos recuperar sus nombres, sus biografías, las circunstancias en que les habían arrebatado la vida. Nuestro desconocimiento de cuántos extremeños habían sido asesinados por ETA era la prueba más palpable de ese olvido a que se les condenó durante tantos años.
Repasar periódicos viejos en busca de los muertos por acciones terroristas es como entrar en la casa de los horrores: la frecuencia de los atentados era tal y tanta la brutalidad que sorprende cómo los españoles pudimos aguantar tantos años sin rebelarnos. Todos nos acordamos del asesinato de Miguel Ángel Blanco y, quienes superamos los 40, del atentado contra Carrero Blanco, ¿pero cuántos españoles recuerdan que el primer muerto por ETA fue el guardia civil José Pardines, nacido en La Coruña y asesinado el 7 de junio del 68 en Villabona?
Guardias jóvenes
Tampoco habrá muchos extremeños que guarden memoria de que en vísperas de la muerte de Franco, en plena marcha verde en el Sahara, ETA asesinó a dos guardias extremeños, Esteban Maldonado, de 20 años, y Juan José Moreno, de 26. Eran los primeros de una lista que termina con el sargento de la policía local Alfonso Morcillo, asesinado en San Sebastián el 15 de diciembre de 1994, y con el policía Domingo Durán, muerto el 7 de marzo de 2003 a consecuencia de las graves heridas que sufrió en un atentado en 1995. Entre esos cuatro nombres, hay veinte años de distancia y ese más de medio centenar de muertos arrumbados en el olvido. Son, la mayoría, personas muy jóvenes, guardias y policías recién salidos de la Academia, con 20, 24, 30 años... Muchos con hijos pequeños, o con mujeres que esperaban un niño. Hay nombres extremeños entre las víctimas de algunos de los atentados más sangrientos, como el del cuartel de Vic (Barcelona), en 1991; o los de Plaza de la República Dominicana y Juan Bravo, en Madrid, contra autobuses de guardias, en el año 91. O el de Sabadell, en el 90, con seis policías muertos, tres de ellos extremeños. Todos realizados con coches bomba cargados con decenas de kilos de goma-2 para producir cuantas más víctimas mejor.
Abundan también los atentados cometidos en cualquier pueblo o en cualquier carretera del País Vasco: un artefacto disimulado en la cuneta que explota al paso del Land Rover de los guardias. O un ametrallamiento a un grupo de agentes en un bar. O lisa y llanamente un terrorista que les sigue a la salida del cuartel, o de casa, les dispara a quemarropa, y se marcha a cara descubierta. Nadie se atrevía a seguirles.
Están también los atentados que la sociedad consideraba entonces 'errores': el del niño que le da una patada a la bolsa de deportes en la que ETA ha olvidado una bomba. Fue el primer niño asesinado por la banda. La lógica terrorista parecía tener secuestrado hasta el lenguaje de los medios de comunicación, porque cuando ETA asesinaba a un civil se le buscaba la 'causa': «Tenía amistad con policías», o «era de ideología derechista», concluían las noticias. Eran frecuentes las declaraciones de familiares diciendo que ETA «se había equivocado», porque su allegado no tenía ideas políticas. ¿Como si no se equivocara siempre! Una decena de emigrantes extremeños -un comerciante, un taxista, dos parados, un chatarrero, un conserje-, fueron asesinados sin 'explicación' aparente. Pero, de inmediato, caía sobre ellos el baldón del 'por algo será', o 'algo habrán hecho'. La sociedad de esos años, aquejada de un agudo síndrome de Estocolmo, daba por buena la sentencia de muerte dictada por los terroristas y convertía en sospechosa a la víctima.
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