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EDITORIAL

Vuelva usted mañana

El peregrinaje de un empresario por la administración revela situaciones de molicie e ineficacia insoportables

PPLL

Domingo, 13 de noviembre 2011, 13:38

Este diario publica hoy la denuncia formulada en primera persona por un empresario y emprendedor extremeño contra una realidad que, en su testimonio, adquiere dimensiones de problema nacional. Iniciativas como las ventanillas únicas o la e-administración no han logrado acabar en España con ese lastre endémico que, ya a principios del XIX, pormenorizó Mariano José de Larra en aquel famoso artículo titulado «Vuelva usted mañana». Más allá de lo que tenga de subjetividad y casuística circunstancial, el jugoso y revelador relato de Fermín Caraballo presenta ejemplos que, desgraciadamente, resultarán familiares a numerosos usuarios de la administración. Los casos que describe respecto a salidas para el desayuno que parecen excursiones por el tiempo empleado o a la indiferencia con que se deja sonar un teléfono sin que en los puestos de trabajo nadie mueva un dedo durante horas para cogerlo son dos simples episodios de una denuncia que resulta perfectamente creíble y constituyen, a la vez, un sonoro aldabonazo contra una realidad insoportable y que habrá que modificar más pronto que tarde. Su lamento, «no nos merecemos esto», lo hemos transformado en un reclamo -#nomerecemosesto- para que a través de las redes sociales, como Twitter, nuestros lectores puedan aportar otros casos que agiten conciencias; también soluciones, por supuesto, que permitan cambiar la situación; o, finalmente, buenas prácticas dignas de imitar.

Es obvio que el testimonio que publica HOY no va contra todos los funcionarios de las distintas administraciones que trabajan en Extremadura. Ni siquiera contra ese 80% al que Fermín Caraballo atribuye falta de profesionalidad. No nos corresponde a nosotros decir si son el 80%, el 50% o el 2% la proporción de funcionarios que no cumplen con su deber. Es secundario. Aunque únicamente fuera uno entre cien, ya estaría justificada la necesidad de poner freno a esas conductas. Tampoco se trata de apuntar exclusivamente a una categoría profesional, la administrativa. El caso que explica el protagonista es paralelo, en la actitud, al de un médico que pone por delante de sus obligaciones en el sistema sanitario público otras que pueda tener en consultas privadas; o al de un agente de policía que prefiere hacer la vista gorda; o a los de un maestro, un secretario de juzgado o un técnico que no contemplen, siquiera, la posibilidad de aumentar puntualmente sus tareas cuando por ejemplo un compañero falta a su puesto por una baja...

El trabajo es un bien escaso y quienes lo tienen garantizado por su condición de funcionarios son los primeros que deben dar ejemplo. No es esta una denuncia contra el cuerpo funcionarial, sino contra una manera de trabajar (o mejor, contra una manera de vaguear o de incumplir) que debe escandalizar en primer lugar a quienes no se reconocen en esos episodios -muchísimas personas- porque regresan todos los días a casa con la conciencia tranquila de quien cumple honrada y profesionalmente con sus obligaciones. De hecho, el problema principal seguramente anide no tanto en las personas como en el modelo: un modelo de función pública español que, está demostrando, queda obsoleto ante situaciones como la actual, que alimenta el hermetismo y la endogamia propios de quienes consideran que esta crisis no va con ellos; un modelo que ningún gobierno parece estar en condiciones de mejorar por el coste electoral que ello supondría... Hay que confiar en que, además de producir vergüenza ajena, el testimonio de este empresario sirva para que los responsables de las distintas administraciones tomen nota

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