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MARTA PÉREZ GUILLÉN
Jueves, 25 de julio 2013, 15:32
Una obra que gira en torno a la sublevación en contra del poder establecido, cuando la ambición ronda en sus cabezas. Una obra que a muchos les supo a la más rabiosa actualidad, al presente marcado por la corrupción y oscuras tramas políticas. Una obra a la que acudió el ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, que hoy participa en la clausura de la reunión de directores del Instituto Cervantes, celebrada esta semana en Mérida.
El público, cerca de 1.750 personas, lo recibió entre abucheos y pitidos, unidos a los gritos de ¡fuera! de más de un indignado. Pocos fueron los que se levantaron y aplaudieron al ministro más controvertido y polémico del momento, que incluso perdió el equilibrio y casi conoce de cerca la dureza del suelo del graderío. Un comienzo empañado en una obra que parecía representada aposta con la presencia de Wert.
Sin más, y puntual como siempre, las luces del Teatro Romano se apagaron para acoger a la cuarta obra del Festival Internacional de Teatro Clásico, que marca el ecuador de esta 59 edición.
Los conspiradores se hicieron con el escenario que desembocó primero en la muerte de Julio César, interpretado por un Mario Gas que parecía nacido para ese papel, la venganza de Marco Antonio, su mano derecha con la voz y sombra de un bárbaro Sergio Peris Mencheta, y el suicidio de los principales instigadores, Bruto, por un crecido Tristán Ulloa y Casio, por un sorprendente José Luis Alcobendas.
La escenografía, sillas, un obelisco y una pantalla de grandes dimensiones, no parecía desentonar con el espacio. Tampoco el vestuario, que aunque contemporáneo, supo transmitir la naturaleza militar de los personajes.
El público enmudecido durante toda la obra, aplaudió entusiasmado en el final de la representación, aunque le costó levantarse de sus asientos. Menos tardó en despedir a Wert de nuevo entre pitidos y reivindicaciones.
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