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Tania Agúndez
Domingo, 17 de agosto 2014, 10:15
Con sus inmensos ojos azules mira a su hija para que le repita las preguntas. Ya no oye bien, pero la abuela Kika se entera de todo lo que ocurre a su alrededor. A sus cien años, esta vecina de Badajoz puede presumir de tener una salud envidiable para su edad. Su buen aspecto, su intacta memoria y su permanente sonrisa constatan las ganas de vivir de esta anciana orgullosa de tener 4 hijos, 11 nietos y 18 bisnietos.
El abundante pelo canoso, la mellada dentadura y las arrugas de su rostro son hasta ahora las únicas huellas visibles que el paso del tiempo ha ido dejando en el cuerpo de esta mujer. «No tengo azúcar ni colesterol ni la tensión irregular. Sólo me he tenido que operar de la vista y el oído tampoco lo tengo muy bien, pero por lo demás estoy estupenda», indica María Francisca Rodríguez Díaz, más conocida en el vecindario como 'la abuela Kika'.
Tiene 99 años, pero está contando los días para cumplir los 100. El 22 de agosto celebrará esta efeméride junto a los suyos. Aún recuerda su 96 cumpleaños, en cuyo evento logró reunir a 40 miembros de su familia. «Claro que estoy contenta de llegar a los 100 años, cómo no lo voy a estar. Mi familia está bien, qué más puedo pedir», destaca Francisca entre risas. Es muy conocida y querida por los vecinos de la calle Joaquín Costa, en la que vive desde hace décadas. «Es la abuela de todos los que residimos en la zona. Todos la apreciamos mucho», dice Clara Rodríguez, que habita en su mismo bloque de pisos.
Francisca, viuda desde hace más de 30 años, está acompañada en casa por una de sus hijas; otra vive en el mismo edificio. Lejos de buscar la tranquilidad y dejarse cuidar, la abuela Kika sigue realizando a sus 100 años todas las actividades y labores que sus condiciones físicas le permiten. Se levanta y se acuesta temprano, pero la edad no le impide bajar y subir a diario las empinadas escaleras que separan la calle de su casa, ubicada en un segundo piso. Unos 40 escalones supera sin dificultad cada vez que entra o sale de su hogar. «Y todos los días lo hago unas cuantas veces», manifiesta con satisfacción.
Ella sola se atreve a hacer la compra diaria y llevarla hasta casa. También baja la bolsa de basura sin ayuda a pesar de las recomendaciones de sus hijas. «Y aquí me tienes, que para andar no utilizo bastón», resalta la anciana.
Francisca hace gala de su agilidad y energía cada día. Ella hace su cama, se prepara el desayuno, hace la colada y tiende la ropa. «También me aseo y me ducho sola. Mientras yo pueda hacerlo, no voy a molestar a nadie. No quiero dar la lata. Lo único que no hago ya es la comida. Desde que me pusieron la vitrocerámica me da miedo quemarme», especifica Kika.
Su fortaleza y vitalidad fascina a quienes la rodean. «El otro día la sorprendimos arreglando el patio. Estaba barriéndolo y cortando la hierba que crecía entre las baldosas. Aunque le decimos que se esté quieta, no nos hace caso», comenta su hija Isabel Márquez. Siempre le ha gustado mucho viajar, el baile y coser. Hasta hace muy pocos años ha estado disfrutando de estos hobbies, «pero ya no puedo», admite con cierta nostalgia. «He recorrido toda España, y he viajado en avión y en barco», añade.
Las muestras de cariño en su entorno son constantes. Los vecinos, el panadero de siempre, el farmacéutico de confianza o la peluquera que lleva cortándole y preparándole el pelo desde hace décadas elogian su buen estado de salud. Todos la saludan al verla y se preocupan por ella. «Me encargo todos los días de comprar el pan y echar la lotería. También voy al supermercado cuando hace falta. Hasta la plaza de San Andrés me desplazo para cortarme las uñas. Cuando quiero dar un paseo llego hasta San Francisco o el parque de Castelar», sostiene Francisca. «A veces anda tan ligera que no soy capaz de alcanzarla», agrega su hija.
Buen humor
Otro aspecto que también caracteriza a esta abuela centenaria es su buen humor. En unos minutos de conversación con ella no faltan las bromas y su risa contagiosa. «La verdad es que siempre está con la sonrisa en la boca», indica su nieta Belén Acedo. La esconde de vez en cuando con sus dedos, cuando de repente parece acordarse de que le falta algún diente.
Para Francisca el único secreto que hay para disfrutar de una vida larga y llena de salud es «trabajar mucho». Nació en Torre de Miguel Sesmero, a unos 40 kilómetros de Badajoz. Se trasladó de joven a la capital pacense para trabajar y conoció al que posteriormente fue su marido. «Trabajábamos en la finca que teníamos en la carretera de Cáceres. Vendíamos leche, frutas y verduras. Iba hasta el barrio del Gurugú en bicicleta. Allí se acuerdan mucho de mí», rememora la abuela Kika.
Los 100 años de Francisca dan para mucho. Esta anciana ha sido testigo de importantes hechos históricos. Ha sufrido tristezas y miseria, pero también ha tenido momentos de prosperidad y felicidad. Sus peores recuerdos se concentran, dice, en los años de la Guerra Civil y la posguerra. «Pasamos hambre. Lo que ahora se tira, antes se comía», asegura. Entre las anécdotas más positivas está el día en el que le tocó la lotería. «Le regalaron un cupón comprado en otra provincia y resultó premiado», puntualiza su nieta.
Pero si tiene que escoger la mejor época de su vida, Francisca lo tiene claro: el presente. «Me encuentro bien. Entro, salgo y hago lo que quiero. Ahora es cuando mejor estoy», sentencia. Ante esta situación, las palabras de su yerno Juan Romero adquieren más sentido que nunca. «Seguro que tengo suegra para rato», afirma.
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