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Cristina Núñez
Domingo, 22 de marzo 2015, 00:41
«Dejé de ir al patio del colegio a la hora del recreo porque me volvía llorando», explica Macarena, madre de un niño de 14 años, «siempre le veía jugando solo». «En el patio, lo único que hace mi hijo es dar vueltas a una farola», desgrana Trini, con un niño de 12. Macarena Rodríguez, Trini Román y Teresa Carriedo guardan una considerable batería de anécdotas difíciles relacionadas con sus hijos. Sin perder la serenidad describen situaciones que dan cuenta del duro cuerpo a cuerpo diario al que les somete el TDAH (Trastorno de Déficit de Atención por Hiperactividad). Esas imágenes hablan de incomunicación y rechazo. Sus hijos han tenido que ver cómo eran los únicos a los que no se invitaba a un cumpleaños en la clase, por ejemplo. Algunos han tenido acoso escolar. Se han cambiado de colegio en varias ocasiones hasta dar con el centro adecuado, o más adecuado, porque, coinciden estas mujeres, «el sistema educativo va justito de recursos». Y su paciencia siempre a prueba.
80 familias cacereñas están asociadas desde hace ocho años para luchar de manera conjunta para buscar recursos que mejoren su vida y la de sus hijos. Andah (Asociación de Niños con Déficit de Atención e Hiperactividad) se ha convertido en una especie de refugio para personas con este trastorno, aún muy desconocido socialmente. Es de carácter genético y crónico, pero no está considerado discapacidad, lo cual traba el acceso a subvenciones.
Javier García Marquez es psicólogo y vicepresidente de esta asociación. «Las familias llegan con desesperación total, porque el TDAH implica problemas a nivel social, escolar, familiar, emocional, de conducta». A nivel calle parece difusa la línea entre un niño hiperactivo o un simple chico travieso. «Cuesta mucho entender que no son niños malos o que no quieren hacer las cosas; como a simple vista no se les ve, son los niños más incomprendidos que hay en el mundo».
Javier establece tres tipologías dentro del concepto de hiperatividad: la impulsiva, por la que los niños no están en ningún momento quietos y les cuesta permanecer sentados. También hay niños impulsivos con episodios de «estallido» que quieren las cosas aquí y ahora. Y luego está el déficit de atención, por el cual a los menores les cuesta mucho concentrarse. A veces se combinan los síntomas.
El debate también está en la calle acerca del excesivo diagnóstico y medicación. «De cada 20 niños, hay uno hiperactivo», señala García Márquez, lo cual no significa que en todos los casos necesite fármaco para regular los problemas que genera. Es a partir de los 6 años cuando se diagnostica este problema, porque antes todavía no se han alcanzado ciertos niveles madurativos. «La pastilla es un psicoestimulante, pero no es mágica, puede hacer que te concentres un poco más, pero hay que trabajar con el niño». Teresa asegura que a su hijo, que ya tiene 18 años, la medicación le hace «estar en el mundo», mientras que Trini cuenta que el suyo lleva ya unos años sin medicación y que está bien.
Las funciones de la asociación son llevar a cabo actividades y talleres terapéuticos para mejorar la vida cotidiana de estos chicos. «Trabajamos mediante el juego, la resolución de conflictos, habilidades sociales, temas de impulsividad y atención, pero en un entorno en el que no se les grita, no se les chilla, y cuando surge el conflicto, se arregla en el acto».
Recursos
Suelen ser educadores y pediatras los que detectan este problema, pero en ocasiones no es fácil y se necesita tiempo y precisión y también que el mundo se adapte a la avalancha de imágenes que un hiperactivo guarda en su cabeza. Teresa explica que un niño hiperactivo al que se le muestran tres cuadros no verá tres cuadros, sino una mezcla entre los tres. «En las escuelas se necesita que se adapten a ellos, son niños a los que se les agolpan las ideas, por ejemplo, a la hora de responder un examen, deberían establecerse cambios metodológicos, pero hay profesores que no saben o no están preparados», añade García Márquez.
El TDAH suele estar detrás del fracaso escolar. Solamente un 5% de las personas que lo padecen logran terminar los estudios universitarios, según los datos que se manejan.
Los padres también tienen que conocer bien a los niños, saber como tratarles, no perder los nervios y actuar acorde con lo que el niño necesita. «Nosotros nos hemos tenido que poner las pilas, pero el problema está en la escuela», explica Teresa Carriedo. «Además de los profesores también tiene que haber conciencia por parte de los padres de los otros niños, he perdido amistades por no entender este problema, que nuestros hijos siempre sean los que causan el mal a los suyos».
Macarena, Trini y Teresa pasaron por distintos profesionales hasta que se afinó con el diagnóstico. Sufren la falta de recursos, que les ha hecho tener que acudir a recursos privados, psicólogos, psiquiatras, logopedas.
Estas tres madres sospechaban desde tiempo antes de que fueran diagnosticados el problema de sus hijos. Teresa, por ejemplo, se percató de que algo había ya desde la época de la escuela infantil, con un año. «Te das cuenta de que algo falla, son reacciones desmesuradas todos los días», perfila por su parte Trini.
Después de los detalles difíciles, contados con naturalidad y una aceptación que sorprende, Teresa estalla con una declaración en la que sus compañeras están de acuerdo: «A veces piensas que tu hijo es un extraterrrestre, pero no es tan grave, se puede llevar». Y todas sonríen. «Aquí estamos todas en la misma batalla, con gente que te entiende».
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