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CELESTINO J. VINAGRE
Viernes, 4 de julio 2014, 09:42
Abajo los prejuicios, fuera los estereotipos. Si usted, como servidor, forma parte del 99,99% de extremeños que ni acude con regularidad a ver y escuchar ópera ni es algo que le entusiasme tanto como para coger el coche e irse a Sevilla o a Madrid para saborearla, puede acudir al Festival de Mérida sin miedo a presenciar 'Salomé' y no morirse de aburrimiento. La ópera de Richard Strauss, tan famosa por su complicación musical como por la prohibición de representarla que hubo sobre ella a principios del siglo XX, desembarca en el Teatro Romano a lo grande. La vieja historia bíblica de Herodes, su mujer, la hija de esta (Salomé) y Juan el Bautista, al que la joven se empeña en cortar la cabeza por no hacerle caso a sus guiños amorosos, resulta sugerente, comprensible, espectacular en casi todo lo que se ve (salvando el obstáculo de una luna bestial) y en lo que se oye, gracias a unos tenores y sopranos descomunales y a una excelente Orquesta de Extremadura. Que todo eso se conjugue para hacer que la ópera, que esta ópera, pueda ser declarada sin rubor como apta para todos los públicos, es lo que la hace singularmente recomendable.
La 'Salomé' de Strauss bebe en el texto que hizo Óscar Wilde, lo que, de inicio, barrunta emociones fuertes. Este montaje fue el que abrió el jueves por la noche la 60ª edición del Festival de Mérida en el que el nueve fue la cifra mágica y repetitiva. Nueve fueron los minutos en los que el público estuvo aplaudiendo de pie al elenco de 'Salomé' tras el estreno. Nueve fueron los minutos que duró el sensual baile -la danza de los siete velos- de la mujer judía en uno de los actos más recordados del espectáculo. Nueve eran los años desde que las piedras del Teatro no recuperaban (2005, Norma, de Bellini) la ópera en sus representaciones. Y nueve (o diez, más cuatro o cinco policías locales) eran los agentes de la Policía Nacional que custodiaban la entrada lateral al Teatro por donde acceden políticos, invitados y periodistas, y vigilaban también los nueve (o diez) Audi azulados de cargos públicos aparcados en la acera de enfrente, junto a la Lonja, que ofrecían una llamativa imagen en la noche emeritense.
Casi la misma que mostró 'Salomé', cantada en alemán, con subtítulos en español colocados pantallas incrustadas bajo las columnas del teatro, con una desmesurada luna sujetada por una grúa cuyo brazo salía del Peristilo afeando más que dando lustre al montaje dentro de un espectáculo brillante y de duración justa (unos 100 minutos).
La coreografía de Víctor Ullate, además, aportó otro plus de interés a una ópera que estará en cartel hasta el domingo. La soprano alemana Gun-Brit Barkmin, extraordinaria, que alterna con Ángeles Blancas, en su papel de la alocada, vengativa y enamoradiza Salomé, lidera un reparto que ofrece un tono sobresaliente de forma colectiva y en el que también sobresale el barítono José Antonio López en su papel de Juan El Bautista.
La Orquesta de Extremadura, que siempre da la impresión de ser un organismo de la Junta desaprovechado, se sumó a esa excelencia grupal con una magnífica respuesta bajo la batuta de Álvaro Albiach. Y no era fácil tampoco su actuación ante un montaje de dientes de sierra, musicalmente hablando, en el que se mezclan la quietud con la locura.
Género musical adaptado
Unos 1.600 espectadores, algo más de media entrada, acudieron en el día de su estreno (estará en cartel hasta el domingo) pertrechados con jerseys y cazadoras en una inusual noche fresca de julio para presenciar una ópera que resuelve bien un dilema. Para un público generalista como el que viene a Mérida, además siempre muy agradecido, acostumbrado a comedias y tragedias pero que apenas ni sabe ni conoce ni adora la ópera, ¿se hace aconsejable ver 'Salomé'?. La respuesta es sí.
Sí porque ni resulta un ladrillo, ni es incomprensible ni tampoco genera sopor, por mucho que más de un espectador sentado en mitad de cávea media profiriese el jueves sonoros bostezos, más achacables a su estado somnoliento antes de entrar en el Teatro Romano que a la propia obra. Sí porque cuenta una historia que tantas veces se ha mostrado desde una perspectiva diferente y donde la música, con tenores, sopranos, mezzo-sopranos, bajos y demás clasificaciones de cantantes de ópera manda pero no asfixia a la gestualidad teatral.
Esta 'Salomé, que el alemán Richard Strauss compuso a principios del siglo XX bebiendo en el texto que antes había elaborado Oscar Wilde, crea interés desde el inicio, va directo al grano y concluye sin demasiados rodeos, con un epílogo sensacional de Salomé junto a la cabeza de su asesinado Juan el Bautista.
El murciano Paco Azorín, su director, crea un montaje robusto, directo, entretenido y clarificador sobre una historia conocida de antemano, más o menos, pero que no por ello deja de ofrecer detalles sorprendentes, entre ellos el de una mastodóntica luna que tapa parcialmente la escena siguiendo la tónica, cuestionable práctica emprendida por algunos directores desde hace unos años de ocultar y no resaltar el Teatro Romano.
Programa
Quizás tampoco sea lo más destacable la escenografía que representa el palacio de Herodes y el festín del rey con sus invitados como si fuera el jolgorio durante la Belle Époque, con coches de entonces sobre la arena de la escena y chóferes de entonces. Se ha elegido ese momento histórico, a principios del siglo XX, porque fue el momento, más o menos, en el que Strauss logró representar su 'Salomé' que antes había sido prohibida en Austria.
Discrepancias escenográficas aparte, la historia de Juan el Bautista, Herodes, su mujer (a la que el Bautista pone de vuelta y media con sus dardos) y la hija de ésta, Salomé, que pide la cabeza del profeta al sentirse rechazada sexualmente por él, se representa con una ópera atractiva que supone un buen primer bocado de un Festival redondo, por su 60ª edición, que volverá a la carga con otra ópera más, en este caso, made in Extremadura (día 15, Dido y Eneas). En medio, la próxima semana el ballet flamenco de Sara Baras con su 'Medusa, la guardiana'.
El Festival concentra entre finales de julio y los primeros diez días de agosto las comedias, el plato siempre más digestivo (y facilón por qué no decirlo) para el público). Son Las Ranas (Pepe Viyuela); Pluto (Javier Gurruchaga) y El eunuco (Pepón Nieto) para cerrar con dos tragedias de fuste, Coriolano y Edipo Rey.
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