La Asamblea de la risa y el picanteo

A veces sucede que cuando una cita se espera con ansia, incluso las ganas traicionan. Sobre todo de los que por primera vez se sientan en el graderío del Teatro Romano. Nada más apagar las luces, y que la oscuridad aderezada con esa magia que se destila entre las columnas del poderoso frente del escenario hiciera presencia, algunos espectadores emocionados, o desconcertados por semejante estampa, se lanzaron en aplausos. Los primeros de muchos que se dieron durante las dos horas de función. Los primeros, que aunque simpáticos, resultaban un guiño a esa sed de teatro que a veces se palpa en el ambiente, que tanto gusta y que el miércoles se notó como nunca. De golpe, una espesa neblina cubre la escenografía, que no es más que una circunferencia de grandes dimensiones abriéndose paso bajo la diosa Ceres, en la que se ubica una escalinata.

Las linternas se acercan y la música con partitura de Javier Ruibal, acertada y muy en el tipo de la obra, se deja escuchar con la voz de Pedro Mari Sánchez. Una pieza, a modo introducción, que provoca el desconcierto del público que apenas reconoce a los actores, dando paso a los primeros aplausos. Tan rápido como entran, desaparecen. El elenco al completo desnuda la escena. Todos, menos una. O uno. Lolita Flores, metida en la piel de Praxágora luciendo barba y harapos de su esposo, explica a los presentes sus intenciones de hacerse con el poder y entregárselo a las mujeres. Eso, y que van a ser testigos de una comedia.

Altibajos

No miente. La propuesta de Juan Echanove consigue con facilidad lo que todo director busca cuando lo que amasa no es una tragedia. La risa está asegurada, y también alguna que otra carcajada profunda en las dos horas que dura la función. Aún así, la sensación que deja no es precisamente la de una comedia redonda. La dilación en exceso de algunas escenas provoca la pérdida de la chispa del humor que se enciende como polvorín al comienzo de la obra. Cierto también resulta que, cuando menos se espera y en un sorprendente giro de tuerca, vuelve a sentirse con fuerza.

Una obra con altibajos que resultan llevaderos por la presencia de personajes efectivos, discursos aderezados con 'gags' acertados y guiños de rabiosa actualidad, que demuestran una vez más que el ser humano es capaz de reírse de sus desgracias y de sí mismo. Guiños en algunos casos sobresalientes. Frases como «si me apoyáis, irse», en boca de la hija de la faraona, se dejan oír en esta particular 'Asamblea de las mujeres'. Gamberra sí, picantona, también, y escatológica a medias, con expresiones que pasarán a la posteridad entre esas columnas. Expresiones que, además, vienen de la que menos se espera. María Galiana, dando vida a Althea, rompe con su estereotipo marcado a golpe de años de serie como la abuelita de Cuéntame, provocando las risas más sinceras del público.

Risas que también parten del resto del elenco. Pedro Mari Sánchez en tacones resulta desternillante. Pastora Vega, junto con Concha Delgado, y sus cuatro personajes, una por quedarse corta y otra por sobreactuar, se compensan sobre la escena. Sergio Pazos, como el procurador, y Santiago Crespo, como Sófocles, también enganchan. Al igual que Bart Santana y Luis Fernando Alvés como ciudadanos. Lolita, como protagonista, deja correr como nunca la sangre que lleva en sus venas, con una Praxágora muy Lola Flores.

Una versión acertada, algo extensa, pero que cumple con su cometido, entretener y proporcionar una velada agradable a los presentes. Las 2.716 personas que acudieron al estreno así lo sintieron, correspondiendo con un aplauso interminable y la singular levantada entre vítores y elogios para todos.