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Posada de Maravillas, torea al natural a uno de sus enemigos . :: efe
Tres oportunidades para tres novilleros

Tres oportunidades para tres novilleros

Un buen novillo de Montealto para Román y dos notables de Guadaira para Gonzalo Caballero y Posada de Maravillas, que ninguno redondeó

BARQUERITO

Martes, 27 de mayo 2014, 10:33

La última de las tres novilladas de San Isidro. Estaba anunciada una de jandillas de Guadaira. La desecharon en los reconocimientos. Hubo repesca, nuevo envío de género fresco, y al fin se aprobaron tres guadairas, que se abrieron en lotes distintos y se jugaron por delante. Altos de agujas, segundo y tercero, casi clones en pinta y remate, dieron el trapío justo para Madrid. Flacote, fino de cañas, peor rematado, el primero tenía más cara pero no cuajo.

Fueron de líneas distintas: los clones, castaños albardados, abrochados, rompieron en la muleta con buen son. Mejor el tercero que el segundo. Galoparon los dos. En cambio, el primero de los tres, negro zaino, se espantó a la vista del caballo, se orientó enseguida y acabó cazando moscas. Venía al cuerpo y no al engaño. Enterado, avieso, se metió por las dos manos y por las dos quiso coger. Quiso y pudo: a Román le levantó los pies del suelo, se lo echó a los lomos y lo buscó. No pasó nada. Se mascó una segunda cogida, y casi. Le habría arruinado a Román la alternativa, que está anunciada para dentro de unos días en Nimes.

Posada de Maravillas se dejó algo crudo de varas al notable tercero. Cinco lances de más desgarro que temple en los medios en el saludo, y dos medias de buen trazo pero sin la redondez propia de la suerte. Posada abrió de largo y en distancia. Un alarde. El novillo apretó más de lo esperado, galopó con viveza y eso fue como marcar la velocidad, la suya, la del toro. Codicia desatada. En el tercio y casi en los medios, terrenos los dos del toro, le faltó a Posada acoplarse. No ganas. Con la izquierda, en las rayas y en paralelo, hubo dos tandas buenas pero, igual que en el remate de capa, faltó redondear: una claudicación del toro, un enganchón. Un desarme después. Una estocada desprendida.

Gonzalo Caballero se atrevió en el primero de corrida con un quite descaradísimo casi en el mismo platillo. Capote a la espalda y lance a la brava. Se indispuso mucho el toro, que había manseado antes y ahora sacó su fondo de temperamento. Hay dos clases de temperamento: el agresivo y el defensivo. El guadaira primero era de la segunda condición. Y el toro de Caballero, segundo de corrida, ni lo uno ni lo otro. Se escupió del caballo, escarbó y esperó en banderillas, pero tomó la muleta con suavidad sorprendente. Los cuatro muletazos de apertura fueron lo mejor de la faena de Caballero, que se encajó de riñones entonces y en una tanda en redondo que vino enseguida. No tanto luego, aunque el toro, descolgado y dócil, con su fondo bravo, invitaba de verdad. Recorrido particularmente bueno y largo por la mano izquierda. Más porfión que otra cosa Caballero, que acortó distancias y buscó el toreo de péndulos que tan caro puso el viernes pasado Miguel Ángel Perera. Media estocada, dos descabellos. Se aplaudió el esfuerzo y no los magros logros.

Después de la variada mitad de Guadaira, llegaron tres novillos-toros, como solía decirse, de Montealto. Los tres tuvieron más cara y hechuras de cuatreños que de utreros. El quinto, de frondosa pechuga, imponía. También los tres montealtos salieron bien distintos. El cuarto se empleó con prontitud y nobleza. Sin eso que los ganaderos llaman «calidad», pero con bastante buen ritmo. Román abusó de los lances de doma en el primer tercio y se embarcó en larga faena que pecó por destajo. Valiente el torero, descarado a ratos, precipitado también.

El quinto, remolón y reservón, aprendió enseguida, se violentó al enganchar engaños, pegó cabezazos y desarmó a Caballero cada vez que se lo propuso. Cuando se cansó de discutir, se fue a tablas. Muy habilidoso con la espada Caballero. También el sexto, bien armado, tuvo aire violento después de picado. Era el último de los cuatro novillos que Posada mataba en San Isidro y no quedó otra que echarse adelante: intentar someter al toro con la muleta, más cerca de las tablas que del tercio, donde menos protestara el toro. Buenos doblones, apuntes con la mano izquierda, excelentes pases cambiados o de pecho en semicírculos perfectos, templados, limpios. Una porfía, sin embargo. Hasta que el toro dijo basta. Una estocada ladeada, dos descabellos.

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