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BARQUERITO
Viernes, 30 de mayo 2014, 08:36
Antes de soltarse el sexto, que fue con diferencia el mejor de los seis toros, la corrida de Moisés Fraile, tan desigual, había sufrido varios descalabros. El primero, el único que pasó por poco la barrera de los 500 kilos, se pegó al cabo de quince viajes una costalada tan tremenda que sudaron para levantarlo. Después de la costalada, era otro. Lamió tablas de salida, se soltó, tardó mucho en fijarse. Eso es seña de la ganadería y del encaste Raboso-Fonseca. Le pegaron muchos capotazos sin razón, persiguió en banderillas y se acabó sujetando y queriendo. Hasta la costalada. Castella, que reaparecía solo dos semanas después de un grave percance en Osuna, anduvo seguro y fácil. Una inopinada apertura en tablas. Sentado Castella en el estribo, tres estrellones del toro. Algún muletazo bueno, todos encajados hasta que el toro se quedó a mitad de suerte. Larguísima faena, un metisaca y una estocada.
Toros. Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile), se hechuras y condición desiguales. Excelente el sexto, bravo de verdad. Muy protestado un tercero acalambrado y encogido. Claudicaron todos sin excepción más de una vez. Salvo el primero, se emplearon con fría desgana los demás.
Toreros. Sebastián Castella, silencio tras un aviso en los dos. José María Manzanares, silencio y palmas de tango. Alejandro Talavante, silencio y saludos tras un aviso.
Plaza.
Madrid. 21ª de San Isidro. Lleno. Templado y primaveral.
No se contaba con que ese toro lastimado tan de golpe fuera a contar tanto a la hora del balance: después del sexto, ese primero. La espera entre uno y otro llegó a ser mortificante. Todos los toros, incluido el sexto, se lidiaron bastante mal. Banderilleros tan competentes y eficaces como José Chacón y Juan José Trujillo apenas pudieron intervenir, pero muy felizmente, en la brega de cuarto y sexto. Talavante, a gusto con el sexto desde que lo vio asomar, y templado y encajado en los tres primeros lances de un recibo de seis, se empeñó en adornarse para dejar colocado el toro ante el caballo.
Muy celebrados, los adornos -revoleras a pies juntos- contaron como ocurrencias. En un quite a pies juntos en los medios, después de la primera vara, Talavante toreó a cámara lenta, las manos bajas, el lance sacado a tiempo y una media más ligera. Entonces claudicó el toro por primera vez. No iba a ser la última. Los capotazos de Trujillo en el tercio de banderillas fueron magistrales. Ya había visto el toro Talavante, y hasta parecía haberlo sentido.
Castella no dejó a José Chacón salir con el capote hasta después de picado el cuarto, y eso que se perdió. Un toro muy alto de agujas, badanudo, de quilla flotante y de suave condición pero frágil. Bajarle las manos y claudicar eran todo uno. Castella se prodigó hasta el fastidio. A mitad de festejo se temía que la corrida acabara siendo un sonado chasco. Al arrastre del cuarto pesaba como una losa. Manzanares se encargó sin acierto ni fortuna con la lidia del segundo, que cobró corrido en las tablas dos puyazos en uno casi letales. Dos puyazos arriba, pero toro baldado. Talavante quitó a la verónica -es novedad ese gusto de Talavante por el lance clásico- y el toro claudicó en el remate de media. Se soltó mucho el toro y, cuando Manzanares descargó el trabajo, pasó que Curro Javier no logró sujetarlo. La lidia fue premiosa hasta la exasperación. Muy castigado por los fiscales de la plaza, Manzanares no llegó a templarse con el toro ni a hilvanar faena ni a discurrir nada. Sin serlo, el toro pareció incierto.
El tercero, cinqueño, el de menos cara de los seis, fue protestadísimo por falta de trapío. Encogido, parecía topar al lanzarse, se sentó varias veces, claudicó otras tantas. Talavante se fue por la espada. «¡Te voy a borrar de la lista, Alejandro!», gritó uno de los suyos. El quinto se puso en los 640 kilos. No hizo falta jurarlo. Como era colorado, abultaba el doble. Toro de zumbona desgana. Flojo, pero descolgó en seguida. Como era codicioso sin fuerza, se puso pegajoso. Movido y sin fe, Manzanares capeó el chaparrón de protestas de castigo. Al segundo lo tundió de gran estocada. El quinto no le dejó pasar con la espada.
A pesar de todo, la gente esperaba a Talavante con ilusión. El beneficio impagable de ser en Las Ventas «torero de Madrid». Se encampanó el toro en banderillas y atacó de bravo. Talavante brindó a la gente. Una ovación cerrada. Y un arranque espectacular de faena: entre rayas y tablas, junto a la puerta de Madrid -la puerta grande-, una tanda de fuerza soberbia, porque el toro galopó como los grandes y repitió -el hocico por la arena- como los bravos. No perfecta, pero sí de gran emoción. Ese era el terreno del toro y tal vez ahí habría convenido la faena sublime de veinte muletazos, la estocada y ya está. La gloria.
Fiel a su credo algo caótico. Talavante optó por irse al platillo mismo para fajarse con el toro, que en este terreno perdía las manos si, en vez de a pulso, Talavante remataba con un ligero tirón. La mano derecha del toro era un escándalo. Sin ser rebelde, la izquierda, no. Por ahí se volvía o se ponía por delante. Como era tan brioso, pegar el toque era muy arriesgado. Y difícil. Talavante no se apeó de su decisión de torear casi en los medios. Siete u ocho tandas. Entre casi cada una de ellas se pegó unos paseos exagerados. La gente estuvo con él incondicionalmente. Empujando. Celebrando los mejores muletazos, los más puros. Todos con la diestra, y hasta uno de ellos, de frente, muy de toreo genio por improvisado El ajuste y la verticalidad proverbiales. Las breves claudicaciones del toro fueron jarritos de agua fría. El ambiente, sin embargo, hervía de gozo. Tres pinchazos, media estocada, un aviso. Ese gran sexto toro se llamaba Fantasioso. De fantasía.
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