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BARQUERITO
Domingo, 20 de marzo 2016, 08:30
El paseo fue a las cinco. A las seis y diez ya había tenido que saltar dos veces la parada de siete cabestros berrendos de la plaza de Valencia. Con sus cencerros serranos. Y un vaquero en traje corto campero. Tronchado por un ligero puyazo, se derrumbó el primero de los seis toros de Cuvillo sorteados. Un segundo picotazo todavía más ligero, inocultable invalidez, pañuelo verde. El segundo de sorteo, hermoso retinto, salió quebrado de la primera vara pero resistió antes de afligirse. El tercero, lindo cromo colorado, remató de salida -o sería un porrazo-, se entregó en una gavilla de lances de David Mora -cinco verónicas, dos medias, dos largas- y perdió las manos luego. Un segundo puyazo lo dejó desencuadernado. Volvieron a salir los mansos.
Las dos devoluciones, el poder menguado del primer sobrero y los trabajos planos y triviales de Ponce -el Ponce paripé- y de Castella -el Castella terco- dejaron marcado el comienzo de festejo: iba a ser larga la cosa. La más larga de las siete corridas jugadas en la semana fallera. La de menos interés.
El segundo sobrero, sin embargo, picado muy trasero, la boca abierta ya en banderillas, tuvo una docena y pico de viajes ganosos en la muleta. Y la nobleza general de la corrida toda. Era la primera vez que David Mora se veía anunciado en el cartel, siempre caro, de la tarde de San José en Valencia. El día de la cremá. Dos tandas en redondo de buen ritmo, acompasadas, ligadas; la segunda, a suerte cargada y casi en los medios.
Se puso a llover. Un calabobos nada más, cuatro gotas, pero se abrieron muchos paraguas. David le cambió al toro terrenos sin razón aparente y de pronto se apagó el invento. Inseguro el torero con la zurda. El toro hizo dos o tres amagos de rajarse, muletazos solo a favor de viaje o de inercia, una estocada valerosa y concluyente. Cariñosa la gente con el torero de Móstoles. Ponce le había brindado el primer toro y entonces recibió la primera ovación. La segunda, durante una vuelta al ruedo que tendría su carga de emoción. Hubo quienes quisieron sacar a saludar a la terna después de romperse filas, pero no cuajó la operación.
Los toros de la segunda parte no fueron precisamente dechado de fortaleza ni entrega. El cuarto, trastabillado de partida, estuvo a punto de sentarse dos veces, y Mariano de la Viña le pegó capotazos terapéuticos. Si no, se va al suelo. Claudicó unas cuantas bazas y no es que fuera toro de menos a más, pero se tragó vivo un trasteo de diez minutos y pico. Un aviso a Ponce antes de pensar ni en cuadrar.
Los dos últimos fueron cromos de la colección de jaboneros de Álvaro Cuvillo. No los jaboneros barrosos de hace quince años, sino jaboneros claros, albahíos, de palas y pitones blancos, rabicanos, calceteros. Como mimetizados con la arena dorada y pulida de la plaza. Si no es por la sangre de las varas, se habrían quedado sin perfil esos dos toros.
El quinto, codicioso pero sin fuerza ninguna, resistió en pie gracias al capote y los pies de José Chacón, lidia muy competente. Toro en constante tembleque de banderillas en adelante. El sexto, que pareció en razón de la pinta el más terciado de los seis, se dejó el corazoncito en un primer puyazo empotrado pero sin apretar y estuvo parado antes de llegar al décimo viaje. Toro sin celo ni secreto. Hace dos semanas lidió Cuvillo en Castellón una corridita terciada pero bastante más viva que esta otra. La de Castellón también la mataron Ponce y Castella. Con más fortuna entonces.
Ponce se embarcó en largo destajo con el cuarto Cuvillo, que tuvo por la mano izquierda bastante buen aire. Faena de vender humo a modo -pausas, gestos al tendido- y no sin cautelas -el vicio de abrir tandas con molinetes, o de perder pasos-, pero con la guinda de una tanda de tres naturales despaciosos, enroscados y ligados, precedidos los tres de uno de esos molinetes de seguridad. A toro parado y rendido, sedicentes péndulos. Un pinchazo en los bajos y una estocada delantera cobrada en la suerte contraria, que es en Valencia el terreno mejor si se ataca con la espada desde la sombra.
Castella, espectacular en su habitual apertura de largo y con cambiados por la espalda, acortó en exceso distancias con el primero de los jaboneros, se dejó ver, tiró un par de tandas buenas en redondo. Solo dos. Muy agobiante la pelea en zona cero. Pelea sin golpes. Tres pinchazos, la espada no anda. La gente estaba cansada de todo cuando casi a las siete y media se soltó el torito jabonero que tan pronto iba a pararse. Una estatua. David Mora abrevió aburrido y mató por arriba.
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