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J. C.
Lunes, 2 de mayo 2016, 08:05
En una ciudad como Cáceres, lo de ayer en el Serrano Macayo era algo más que un partido de baloncesto, y es que el evento adquirió categoría de acto social con todas las de la ley. En efecto. Hay cacereños que exhalan amor a la patria chica y son fijos e indiscutibles en todos los eventos que llevan el apellido de Cáceres, desde el Womad hasta la mismísima Virgen de la Montaña, pasado por otros muchos que sirven como nexo para respirar 'cacereñismo'.
Muchos, la mayoría, no han sido asiduos durante esta temporada en las gradas del Serrano Macayo, pero ayer, al igual que en toda la fase, sí quisieron arrimar el hombro para dar aliento, para apoyar, para ver y dejarse ver. Hasta tal punto de que, en el día grande, el Serrano Macayo rozó el lleno para ser testigos de una nueva gesta con apellido Cáceres.
En una tarde noche de contrastes, el algarabío de festejos en la cancha y de efusivos saludos en la grada contrastaba con la imagen de la desolación protagonizada por la expedición del Alcobendas. Significativos fueron los abrazos fraternales y las lágrimas en el banquillo madrileño tras la quinta falta personal de Sheila Mangada con el partido ya decidido. Un llanto sobrecogedor e insostenible que evocaba incluso compasión. Compasión hasta que, tal y como reconoció el entrenador José María Cerrato, «esto es solo un deporte».
El colofón de las celebraciones lo pusieron las jugadoras del Al-Qazeres con un vistoso baile sobre la cancha dirigido por Tamara Taylor, quien encabezó una coreografía que las de Jacinto Carbajal supieron depurar casi tan bien como el baloncesto brindado esta temporada.
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