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Con la seda cacereña se hacían mantones de Manila. :: hoy
La seda de Cáceres
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

La seda de Cáceres

Al perder Filipinas, la provincia se llenó de moreras para los gusanos

J. R. Alonso de la Torre

Miércoles, 30 de abril 2014, 07:26

Cuando yo era un niño, al llegar estas fechas, mi casa parecía un zoológico: primero se llenaba de corderos y después se llenaba de gusanos. Mi casa no era un caserón de pueblo con corral y cuadras, sino un primer piso de la calle Antonio Hurtado de Cáceres, a un paso del centro de la ciudad.

Hacia Semana Santa, mis padres traían un cordero o dos y los estabulaban en la terraza, entre las escobas y el tendedero. Allí pasaban 15 o 20 días hasta que el domingo en que regresaba la Virgen de la Montaña a su santuario nos los comíamos en caldereta.

Contado así, suena muy cruel. Pero mi padre disimulaba para que no sufriéramos. Decía que había llevado a Norit y a Nora (los bautizábamos con nombre de detergente) con un pastor para que pudieran comer a gusto y correr por el campo. Menos mal que nuca supimos que habían desaparecido camino de algún matadero y, sobre todo, menos mal que aquella caldereta era bautizada a la húngara con el eufemismo de ragut de ternera.

En Marruecos se celebran, también por ahora, mercados de corderos donde los musulmanes hacen lo mismo que mis padres hacían: comprar corderitos pequeños para alimentarlos en casa y sacrificarlos en la Pascua. Los magrebíes van a comprarlos a un mercado campesino, mis padres los compraban en la plaza Marrón de Cáceres, detrás de lo que hoy es la fundación Helga de Alvear.

En aquel tiempo, mi madre y sus amigas solían llevar el pelo recogido con un pañuelo, las señoras mayores llevaban siempre velo o pañoleta y los niños, al asomar la primavera, jugábamos a los bolindres. Todo esto se puede ver en Tánger o Tetuán, donde abril es el mes de las canicas y los niños juegan a los bolindres improvisando guás en las calles de la medina.

La gracia de Extremadura es que queda cerca del ayer: basta cruzar la frontera portuguesa o viajar cinco horas hasta Tánger con salto en Tarifa para recuperar costumbres que marcaron una infancia de corderos pascuales, madres con pañuelo en la cabeza y bolindres.

Hay, sin embargo, una costumbre del mes de mayo que era muy extremeña y no se puede recuperar viajando: los gusanos de seda. Se trataba de un entretenimiento que hoy me parece increíble. En las casas teníamos grandes cajas llenas de gusanitos. Aquellos bichitos iban creciendo y había que alimentarlos con hojas de morera. Los niños de Cáceres salíamos a los parques y a las calles con cubos y los llenábamos de estas hojas. La tarea recolectora no nos era extraña pues 15 días antes habíamos salido a los descampados a coger hierba para Norit y Nora.

Aquellos gusanos engordaban rápidamente. Un buen día, empezaban a hacer su capullo sedoso y cuando lo cerraban, se acababa la práctica casera de biología. Desconocía la razón de aquel extraño coleccionismo de gusanos. Pero el otro día, en Carcaboso, me dieron una pista: pudiera ser que formara parte de una tradición muy propia de la provincia de Cáceres.

En España, había una importante industria textil dedicada a confeccionar mantones de Manila. Cuando se perdió Filipinas, se acabó la seda para los mantones. La solución fue criar gusanos de seda en España. A los bichitos había que alimentarlos con hojas de morera. Por esta razón, se plantaron moreras en Levante, en las cuencas del Norte y en la provincia de Cáceres. En Carcaboso, junto al río Jerte, hay unos bosques llamados de las moreras republicanas porque se plantaron durante la República y en el propio Valle del Jerte había varios telares de seda.

De ahí quizás la costumbre de que los niños cacereños criáramos gusanos de seda en los años 60, aunque sus capullos ya no sirvieran para nada. Era un juego como los bolindres o como alimentar a los corderitos estabulados en la terraza. En algo nos teníamos que entretener en aquel tiempo en que no había ordenadores ni consolas, los dibujos animados de la tele duraban media hora y los juguetes solo aparecían por casa el seis de enero.

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