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El mejor coche de la familia es el que lleva al novio.
El mejor coche
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

El mejor coche

Es humillante que tu hijo vaya a su boda en la berlina de un cuñado

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 12 de mayo 2014, 08:56

Cualquier día de estos, mi hijo aparece en el comedor, me suelta eso tan espeluznante de papá tenemos que hablar, me dice que se casa y me obliga a comprarme un coche nuevo. Porque yo soy más moderno y más iconoclasta que nadie, pero mi hijo no va al juzgado ni a la iglesia en el coche de un cuñado.

Tengo un coche tan viejo que no tiene ni lector de cd. Si quieres música, has de meter una casete. Si quieres saber la temperatura exterior, lo mejor es que bajes la ventanilla y saques la mano. Y su cuentakilómetros marca una cifra tan espectacular que te haría millonario si se convirtiera en euros. Podría decir que es un coche vintage, pero está tan rayado y abollado que es imposible que pase por coche de época. Ya ha cumplido 18 años y, aunque pasa las ITV como un campeón, en la última revisión me concedieron la gracia con la condición de que ascendiera el ángulo de luz de un faro, algo alicaído por culpa de un golpe. Los mecánicos lo han intentado, pero aquello no sube ni a la de tres y ando loco buscando la manera de que ascienda. Todo con tal de seguir con él porque me lleva, me trae, tiene fuerza y brío y, sobre todo, lo quiero, qué caramba, quiero a mi coche.

Cuando las máquinas duran mucho y te fallan poco, las conviertes en parte de ti. Al acostarme, coloco junto a la almohada una radio minúscula, pero eficiente, con la que me duermo y me despierto desde 1992, el año de la Expo, de las Olimpiadas, del V Centenario, del ascenso del Cáceres a la ACB y de mi transistor plateado, pequeñito y eterno como una joya familiar.

Tuesto el pan en un tostadora que he arreglado cinco veces desde que la compré el siglo pasado. Y ahí sigue como una campeona. Cuezo las carrilleras en una olla Magefesa cuya alegre válvula simboliza para mí lo doméstico desde que me casé en 1981. Escribo con la pluma Parker que me regaló mi padre al acabar la carrera y escucho los vinilos que compré en los 70 en un tocadiscos de la misma década.

Pero este amor por los cachivaches de toda la vida se puede destrozar si mi hijo se casa. ¿Porque a quién debo querer más a mi hijo o a mi coche? Sé que mi viejo auto no me va a fallar, mientras que mi hijo se casa porque se va con otra y vendrá a verme solo de visita y cuando le deje la otra, como hago yo con mis padres. Pero eso, aunque lo piense, no lo puedo decir (escribirlo es otra cosa porque siempre podré justificarme con un: ¡Bah, literatura!).

La tostadora, el tocadiscos, el transistor, la pluma y la Magefesa son pasiones domésticas que nadie ve y nada comunican, pero un coche lo es todo. El automóvil es la medida de todas las cosas porque cuando apareces en las grandes citas familiares (bodas, bautizos, entierros y comuniones), es tu coche lo que te sitúa en la vida y te clasifica socialmente.

Le va bien, dicen de ti si conduces una berlina alemana o sueca. Le va, comentan si llevas un coche francés o italiano. Ni le va ni le viene, concluyen si llevas un coche con 18 años a cuestas y rayones de todos los colores conseguidos en aparcamientos subterráneos de Plasencia, Badajoz, Almendralejo y Cáceres (en Mérida, los parkings públicos están en superficie, son como desmontables y casi no tienen columnas).

En las bodas, el pariente con el mejor coche lleva al novio o a la novia a la iglesia o al juzgado. Yo no creo que casar a un hijo en el coche de un cuñado sea una de las mayores humillaciones que pueda sufrir un padre. No lo creo... Racional y lógicamente no lo creo, pero emocionalmente, sí.

Por eso, cada vez que mi hijo me dice que tiene que hablar conmigo, entro en los buscadores de vuelos baratos a Alemania y empiezo a ver la manera de comprar en Munich un coche muy grande y muy serio de segunda mano. Luego resulta que mi hijo solo quiere que le 'preste' dinero y yo, aliviado, le 'presto' más de lo que pide. Sospecho que él se ha percatado de la jugada porque, últimamente, quiere hablar conmigo todas las semanas.

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