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En 2014, se prefiere el «café con» al mitin. :: efe
O chicas o política
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

O chicas o política

En la campaña del 77, un mitin era un espectáculo formidable

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 16 de mayo 2014, 08:34

A los 19 años, vivía en un piso con tres compañeros de mi edad. Éramos muy parecidos: nos gustaban las mismas chicas, el mismo equipo de fútbol, los mismos bares y los mismos partidos políticos. La única diferencia es que uno era de León, otro, de Vigo, un tercero, de Toledo y servidor, cacereño. Un buen día de marzo del 77, decidimos afiliarnos los cuatro al mismo partido político. Era una formación de izquierdas y era pobre, pero tenía tanto prestigio y tanta calidad que nuestros padres, siendo de derechas, podían presumir de que sus hijos estaban afiliados a aquel partido tan rojo y, a la vez, tan fino.Pasaron un par de meses y comenzó la primera campaña electoral de la democracia postfranquista. A nosotros, nos daba lo mismo ganar las elecciones. Lo que de verdad nos interesaba era hacer la revolución. Eso sí, una revolución no a partir de la violencia, sino de la lectura, el pensamiento, el cine, las tertulias, la prensa progresista, el teatro y el proselitismo social.

¡Qué bonito era todo aquello y cuánta pasión poníamos en las cosas! Para nosotros, en aquel tiempo, la política era tan importante que incluso pasábamos de las chicas. En la precampaña, íbamos a todos los mítines. Si venía Carrillo a Salamanca, porque esta historia transcurre en Salamanca, allí estábamos los primeros, aunque no fuéramos del PCE. Si le tocaba a Felipe González, no nos lo perdíamos, aunque no fuéramos del PSOE. Y si quien llegaba era Fraga, tampoco fallábamos porque nos podía la curiosidad. Solo le fallamos a Suárez, que tenía poco morbo: ni nos encendía a favor ni nos encendía en contra. Supongo que por eso ganó.

Ya he dicho que nuestro partido era pobre hasta que de pronto, un buen día, se hizo rico. Y yo creo que ahí empezó a torcerse todo. El caso es que nos llamaron de la sede, nos preguntaron que si alguno tenía carné de conducir y nos dieron un Renault 5, naturalmente, rojo, a estrenar, un equipo de megafonía, también a estrenar, cientos de carteles y folletos, dinero para gasolina y comida y el encargo de recorrer cada tarde la zona sur de la provincia de Salamanca llevando la buena nueva de nuestro partido culto y revolucionario.

¿Se imaginan ustedes lo que suponía aquello para cuatro mozos de 19 años que nunca habían tenido un coche a su disposición y que se alimentaban a base de espaguetis con tomate y filetes de hígado de cerdo 20 días de cada mes? Era el paraíso: un coche para movernos, dinero para comer y material para hacer la revolución.

Hoy voceábamos en Guijuelo consignas radicales. Mañana las gritábamos en Candelario. Al día siguiente, en Navacarros. «¡Os traemos la revolución y la cultura!», pregonábamos entusiasmados antes de parar a cenar en un churrasco argentino que había a la entrada de Béjar.

Aquello no podía durar mucho. Y no duró. Alguien le fue con el cuento a los jefes del partido y nos llamaron a capítulo. «Nos han dicho que andáis diciendo muchas tonterías por los pueblos de la provincia. ¿Pensáis que así vamos a ganar las elecciones?», nos soltó en su despacho el secretario general y candidato.

Uno de nosotros titubeó, balbuciendo algo así como que lo importante no era ganar, sino cambiar la sociedad. Y el líder explotó: «¿Y cómo coño la vais a cambiar, poniéndoos hasta arriba de churrasco con patatas fritas?» Ahí nos pilló. No pareció un argumento demagógico, pero nos dejó sin salida. Prometimos que de ahí en adelante solo comeríamos bocadillos, pero nos quitaron el coche y las ansias revolucionarias.

Después supimos que el partido se había hecho rico porque le había llegado dinero para que le arrebatara votos al PSOE. En Salamanca no sacamos ni un diputado y los jefes desaparecieron. A nosotros nos echaron del piso por colgar del balcón propaganda subversiva y pocas semanas después, me aburguesé y me eché novia. Pero jamás olvidaré aquella campaña del 77 en la que fui inconsciente, feliz y revolucionario.

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