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J. R. Alonso de la Torre
Jueves, 22 de mayo 2014, 08:35
¿Somos los extremeños graciosos? Sí, sin duda, el que sale gracioso es muy gracioso, tanto incluso como el más cachondo de Cádiz o el más divertido de Utrera. ¿Somos irónicos? Ahí ya empiezo a dudar. Me parece que nuestra gracia es más de risa primaria y directa, sin retrancas, sin adoración por el humor inteligente, una risa franca y a borbotones más que esa sonrisa con rictus que sigue al doble sentido. Última cuestión: ¿Nos reímos de nosotros mismos? Pues mire, no, ahí sí que somos un poco inútiles. En general, nos cuesta reírnos de nosotros mismos y solemos tomarnos a la tremenda los tópicos y las tonterías que dicen por ahí de los extremeños. En resumen, me parece que somos graciosos si toca, no acabamos de entrar de manera desinhibida en los vericuetos de la ironía y nos cuesta reírnos de nosotros y de nuestra sombra.
Después de esta introducción, entro en un debate que, referido a todas las regiones españolas, se mueve desde hace semanas por redes y revistas: ¿Podría un extremeño haber protagonizado la película 'Ocho apellidos vascos'? Carmen Machi hace un papel secundario, aunque importante, como cacereña, al igual que aquel señor de Badajoz que aparecía en Las brujas de Zugarramurdi. ¡Los extremeños como replicantes divertidos e inexplicables del cine español! Pero repito, ¿podría un extremeño haber protagonizado esa película, haberse reído de sí mismo y haber enamorado a la vasca? Pues no, según los tópicos nacionales al uso, no. Siguiendo el manual de personajes prototipo de las autonomías hispánicas, se apunta en las redes sociales que solo un gallego, y, desde luego, con un registro muy diferente al del andaluz, podría haber sostenido la trama de esa película, aunque cambiando la franqueza primaria y evidente por el juego al despiste, la retranca y la consiguiente desesperación de su interlocutor. Si Karra Elejalde, el padre de la vasca Clara, ofrece al andaluz alubias y chuletón, el andaluz responde que eso, para empezar, pero si se lo ofrece a un gallego, este debería responder: «Bueno, no sé, a ver...». Y la peli acabaría con cien gaiteiros cortejando a la chica vasca en la plaza del Obradoiro, como cuando don Manuel tomaba posesión de la Xunta.
La película real acaba con la muchacha en un coche de caballos cortejado por Los del Río en una escena autoparódica en la que el andaluz se ríe de él, de su sombra y de la región entera. Eso no es capaz de hacerlo un extremeño, siempre en conflicto con sus complejos colectivos, salvo si es de Almendralejo. Si me dieran a elegir un lugar ideal para vivir en Extremadura, yo escogería la ciudad de Cáceres con la historia de Zafra y la gente de Almendralejo. Para el resto de España, los extremeños somos un pueblo sin mucha identidad, pero al que se aprecia. Tú sacas un extremeño en una película y enseguida se le quiere porque se le asocia con la humildad, la hospitalidad, el esfuerzo, la emigración... Un perfecto contrapunto al que le ocurren desgracias y las supera con entereza y resignación, casi por costumbre, aunque no se ría ni de él ni de su desgracia.
Si fuéramos todos de Almendralejo, sería diferente. Últimamente voy mucho por allí por puro azar y me maravilla descubrir lo desinhibidos que son, no les da vergüenza nada, se atreven con todo, ya sea una empresa arriesgada, un atuendo dorado para ir a tomar cañas, un disfraz romántico, un cd casero que triunfa en América, un montaje que arrasa en Mérida y, sin dudarlo, una chica muy vasca, muy suya y muy abertzale. ¿Podría un extremeño prototípico y súper tópico protagonizar 'Ocho apellidos vascos'? Pues no. Pero si es de Almendralejo, sí.
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