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Las chonis tienen la culpa
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Las chonis tienen la culpa

En el bus urbano, la gente acusa a inmigrantes, vecinos y funcionarios

J. R. Alonso de la Torre

Miércoles, 28 de mayo 2014, 07:30

El otro día fui a dar una charla a un instituto y, al acabar, un estudiante me preguntó que por qué no escribía más de temas políticos y sociales. Me quedé dudando un rato y le respondí: «Escribo menos de temas políticos y sociales porque viajo menos en autobús urbano».

Y es verdad, siempre que se entienda esa respuesta en un sentido amplio: no viajar en autobús urbano quiere decir que te alejas de la realidad, que te puede la desmovilización general, los mensajes de desesperanza, el derrotismo, el no hay solución, el todos son iguales. Es decir, que soy una víctima más de esa corriente general de pensamiento que triunfa y nos lleva aceptar la desigualdad como algo innato y lógico y el individualismo como la esencia de la existencia.

Afortunadamente, aún me debe de quedar un poso diminuto de decencia, o de autocrítica, o de vergüenza. Resuelto a no dejarme llevar por el pensamiento único, he vuelto a montar en autobús urbano a primera hora, cuando viaja de los barrios al centro cargado de señoras que van a hacer oficios, de cajeras de supermercado, de mecánicos, reponedores y echadores de currículums.

Tras una semana de viajes, lo primero que he notado es mucho enfado en la gente y, también, una clara selección de culpables de la situación social. A saber y por este orden: los inmigrantes, los vecinos y los funcionarios. Los primeros porque vienen a quitarnos el trabajo y a llenar las urgencias de los hospitales; los segundos porque cobran el paro, hacen chapuzas y no quieren trabajar; los terceros, porque no trabajan nada, cobran mucho y solo disfrutan de ventajas.

Sobre los políticos se generaliza: son todos iguales. Y en esa globalidad se acaban salvando porque no hay culpables concretos y porque ni se precisa en qué son iguales ni se matiza si hay algunos más iguales que otros. La verdad es que, tras una semana de autobús, he vuelto a ir caminando a los sitios porque el ambiente en el urbano era asfixiante y demoledor.

Nadie culpaba en el bus a las élites sociales, ni a las políticas económicas que enriquecen a quienes más tienen y empobrecen a quienes de más carecen. No se criticaba en ningún caso las desigualdades y, antes que a la banca o a los mercados, se detestaba a los sindicatos.

Me llamaba mucho la atención que no se hablara de los problemas de la sanidad, la educación o la dependencia y sí de los funcionarios. Es decir, el discurso ha calado, no tanto el extremeño cuanto el general, el que recorre Europa y culpa a los últimos residuos de lo público y a las clases bajas (inmigrantes y parados) de parte los problemas económicos.

Para no dejarse llevar por el pensamiento triunfante, además de viajar en autobús, hay que analizar el propio entorno y leer textos críticos que te pongan en alerta. Repasando un par de revistas, recorriendo las redes sociales y tomando café en los bares del centro, me he dado cuenta de que, en público, nadie hace chistes racistas ni homófobos y tampoco se critica a los gitanos, a los judíos ni a los moros, salvo si eres alcalde de Sestao, sin embargo, nadie se corta cuando se trata de ironizar sobre esa tribu urbana que llaman poligoneros, chonis o canis.

Incluso en círculos progresistas, donde se es muy respetuoso con cualquier minoría, si se habla de la cultura de los hijos de la clase obrera, enseguida surgen las bromas despreciativas e insidiosas. No hace mucho, un trabajador mal pagado o un parado era una persona digna del mayor respeto y en su nombre se movilizaba la sociedad. Hoy, parecen los culpables de todo, algo habrán hecho, y si les va mal es responsabilidad suya por gastar más de la cuenta, esforzarse menos de lo necesario y preferir el parasitismo al esfuerzo.

Este es el ambiente en el bus, en el bar y en los foros. Tenía razón el estudiante: hay que escribir más de temas sociales, aunque solo sea para recordar que no siempre fuimos así.

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