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J. R. Alonso de la Torre
Viernes, 30 de mayo 2014, 08:42
Durante la pasada final de la Champions en Lisboa, la bandera extremeña fue muy visible. En las redes se preguntaban el porqué de tanta bandera palestina en el partido. Y es que nuestra bandera tiene unos colores muy islámicos. En las enseñas nacionales de los países árabes, están muy presentes el negro del estandarte de Mahoma, color de la venganza, el verde de la secta fatimí y el blanco de los omeyas.
Las banderas son un invento moderno. La extremeña, también. Los extremeños, tan escépticos y sensatos en temas nacionales, ironizamos a veces sobre nuestra bandera y decimos que es un híbrido del Club Deportivo Badajoz y el Club Polideportivo Cacereño. No es cierto. En tal caso, el Cacereño y el Badajoz bebieron en las mismas tradiciones que la bandera, pero esa actitud hacia nuestra enseña dice que nosotros vamos al revés que los nacionalistas: mientras ellos sacralizan sus banderas y su origen, nosotros las ponemos en su justo lugar.
Porque si la bandera extremeña es un invento tan moderno que su primera presencia pública tuvo lugar un 14 de noviembre de 1976 en Oliva de la Frontera, las demás no van mucho más allá y, en todo caso, fueron también un invento.
La bandera es una de las piezas fundamentales del nacionalismo Ikea de coger y montar. Según unas teorías, la extremeña hereda el color verde de la Orden de Alcántara, el blanco lo toma del pendón del reino de León y el negro, del estandarte de los reyes aftásidas del reino taifa de Badajoz. Otras fuentes hablan de verde esperanza, blanco pureza y negro marginación, emigración y dolor. Sea como fuere, la bandera extremeña tiene su raíz histórica y su raíz simbólica, más incluso que otras más «famosas», pero también más artificiales.
Los nacionalistas suelen adornar sus símbolos con orígenes ancestrales para así llenar de legitimidad sus exigencias. Es una ilusión falsa. Según Eric Hobsbawm, historiador británico clave en el pensamiento del siglo XX, la mayoría de los símbolos nacionales fueron creados entre 1870 y 1914. Las banderas, en concreto, empezaron a utilizarse en los barcos durante el siglo XVII para identificar su origen en alta mar. La española no empezó a llevarse obligatoriamente en los barcos hasta 1785. Y no se convirtió en símbolo nacional hasta la llamada Guerra de Independencia, cuando ondeaba en el Cádiz constitucional, como enseña de la Marina, durante el sitio francés de 1812.
Curiosamente, la bandera española fue símbolo de constitucionalismo y democracia durante el siglo XIX y quienes la defendían eran laicos y progresistas, muchos de ellos enterrados en el cementerio civil de Madrid. Al ser adoptada por Franco tras la Guerra Civil, se tiñó de unas connotaciones reaccionarias que nunca tuvo. En contraposición, las banderas de los otros nacionalismos españoles, de orígenes conservadores y reaccionarios, se tiñeron de simbología progresista.
Los tres nacionalismos llamados históricos tienen banderas tan inventadas como la extremeña. La senyera, que se vende como medieval y genuinamente catalana, en realidad era la bandera del rey de Aragón y no estaba vinculada al territorio, sino a la dinastía aragonesa. Fue adoptada como símbolo de catalanidad a mediados del siglo XIX, pero no fue bandera oficial hasta 1931, solo 45 años antes que la extremeña.
La ikurriña fue un parto ecléctico del gran racista Sabino Arana, que la montó a partir de la bandera británica y de la bandera de la Diputación de Huesca. Es oficial desde 1936 (40 años antes que la extremeña). Y la gallega era en realidad la bandera de matrícula del puerto de A Coruña, pero como la llevaban los barcos que llegaban a América desde esta ciudad, la emigración gallega la adoptó como bandera de su región.
Como ven, las banderas son inventos de ayer mismo, con la diferencia de que los extremeños no nos creemos demasiado la nuestra y otros creen que la suya ya ondeaba hace 2.000 años en caseríos, pazos y masías.
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