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La calle se ha llenado de repentinos fervores políticos. :: HOY
¡No toquéis a don Alfonso!
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

¡No toquéis a don Alfonso!

No me irritan monárquicos ni republicanos y Podemos me regocija

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 9 de junio 2014, 07:47

Estoy mayor. Lo noto en que ya no me irritan los monárquicos. Tampoco los republicanos. Y me produce mucho regocijo ver a la gente emocionada con el fenómeno 'Podemos'. Es bonito ver a jóvenes sentir una ilusión política nueva y a mayores recobrarla. Pero yo no soy capaz de renovar nada. Estoy mayor.

Cuando no era mayor, sino muy joven y bastante indocumentado, mi mundo estaba hecho de certezas muy simples: los de derechas eran incultos, los monárquicos, tontos y los de izquierdas tenían toda la razón. Pero a medida que la creencia en el paraíso terrestre se desintegraba, fui atemperando las creencias y aprendiendo a relativizar. Dejé de creer en el paraíso ahora y como ya no creía en el paraíso después, vivir se convirtió en un ejercicio complicado. Pero quedaban la ironía y la autoestima, dos armas muy poderosas que ayudan a sobrevivir.

Ahora, ya digo, sonrío escéptico ante tanta convicción republicana, tanto fervor nacionalista, tanta idealización frente a la casta. Es bonito ver a la gente contenta, creyendo en algo. Pero estoy mayor y me cuesta imaginar a Anguita, Felipe González o Aznar presidiendo una república con buen tino. Como me cuesta ser racionalmente monárquico, una convicción reñida con la lógica, pero admitida por mi posibilismo.

Y así, mayor, irónico, queriéndome y creyéndome voy pasando los días y, la verdad, los disfruto bastante porque sigue habiendo gente amada, libros, películas, caminos silenciosos y platos de ensaladilla rusa.

Mi ironía es genética. Atribuyo el mérito a mis tatarabuelos. Lo de la autoestima es más complicado. El otro día repasábamos con unos colegas la ideología política de nuestros profesores de la adolescencia. Uno de ellos se refirió al de Gimnasia (en los 70 aún no se había inventado la Educación Física), Alfonso García Aragón, o sea, don Alfonso, e ironizó sobre su pensamiento conservador. Yo salté como un gato: «¡Quieto ahí, no me toquéis a don Alfonso!».

No olvidaré jamás una escena infantil. Colegio Paideuterion de Cáceres. Dos de la tarde. Los alumno salen de clase, pero se paran en el patio a contemplar un interesante espectáculo. Cuatro alumnos de 12 años pugnan por la matrícula de honor en Gimnasia. Entre ellos, un servidor, poseído por todas las inseguridades propias de la edad, viviendo esa delicada transición de la niñez a la adolescencia, con el agravante de tener un solo brazo.

Don Alfonso va ordenando movimientos: marcar puntas, manos a las caderas, tierra inclinada por tiempos. Llega el momento que más temía: he de flexionar mi cuerpo apoyando mi única mano en el suelo. Lo consigo. Don Alfonso anuncia que la matrícula es para mí. Me llama legionario. El colegio prorrumpe en ovación cerrada. No volví a ser el mismo.

Supongo que Alfonso García Aragón hizo algo de trampa y habría alumnos mucho más atléticos y gimnásticos, pero yo me sacudí para siempre cualquier atisbo de complejo y cada vez que un imposible me desazona, me acuerdo de la tierra inclinada por tiempos y lo acometo.

«¡Quieto ahí, no me toquéis a don Alfonso!». Es decir: voy siendo mayor y cada vez me fijo más en las actitudes personales. No desdeño el grupo porque sin la lucha colectiva no hay avance social posible, pero las ilusiones repentinas me ponen en guardia. Solo creo en Lo Posible (lo imposible se lo dejo a mi hijo y a mis sobrinos) y ese movimiento puede llegar a ser muy chaquetero.

Antes, primero preguntaba por el carnet y luego sentenciaba. Ahora quiero ver actuar y luego, por curiosidad, me intereso por el carnet. Don Alfonso actuó y me regaló autoestima en un patio de colegio cacereño. Don Juan Carlos actuó y me dio tranquilidad mientras cogía una bolsa de ropa en una lavandería de Salamanca un 23 de febrero. Lo que viene ahora es ilusión, emoción, posibilidad. ¿De nuevo el paraíso en la tierra? Puede ser, pero me distancia la ironía y solo me sostiene la tierra inclinada por tiempos. Estoy mayor.

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