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Los mochazos de Benigno

Los mochazos de Benigno

Este hombre se casó clandestinamente y llegó a ser concejal

J. R. Alonso de la Torre

Jueves, 12 de junio 2014, 08:26

Esta historia comienza con una boda clandestina y acaba con una plácida jubilación. Se desarrolla en un pueblo con galones, Gata, y su protagonista tiene 72 años y un nombre sólido, antiguo y positivo: Benigno. Si hubiera que caracterizarlo por algo, nos quedaríamos con sus sentencias certeras y fundamentadas. Dice: «Por donde quiera que vas, si te portas bien, tienes amigos». Y también: «Para mantener tanto ganado, había que dar muchos mochazos». Y donde pone mucho ganado, lean ocho hijos.

El caso es que el primero, que se llamó como el padre, vino antes de tiempo y Benigno hubo de casarse a escondidas. «Fue un día de las Candelas, a las ocho de la mañana, con ropa prestada, de noche y con frío de febrero porque mi mujer estaba en estado y no podía verla nadie. Es que la miraban como si hubiera cometido un crimen. La borraron de todas las congregaciones: la del Sagrado Corazón, la de la Virgen del Carmen, la de las Hijas de María, la de San José... Yo tenía 21, ella, 19 y estábamos asustaditos y nerviosos porque enseguida yo me iba a la mili», repasa aquel trance.

Si los buenos principios no auguran nada bueno, este comienzo parece ideal porque se complementó con 17 meses de soldado en Sidi Ifni. «Fue una mili de chumberas, arena y estacazos. Allí zumbaban caña, te ponían más derecho que una vela», recuerda Benigno.

Antes de la boda y de la mili, nuestro hombre había cuidado cabras y acarreado madera. Después, emigró para levantar una central en el puerto de Pasajes, excavar un túnel en Villarino de los Aires (Salamanca) y mantener ferrocarriles en Suiza. En medio, anécdotas como la de una señora contrabandista de Navasfrías, que venía a Gata a vender género, descubrió en la puerta de Benigno un sobre como los que enviaba su hijo Pedro desde Sidi Ifni, investigó y juntó a los dos reclutas, hoy grandes amigos.

Pero ya estamos en 1976 y como no hay crisis que cien años dure, las cosas empezaron a mejorar. En Suiza, Benigno ganaba 20.000 cuando en España se ganaba 5.000, así que cuando regresó a Gata, tenía ahorros para montar una panadería, abrir un bar, comprar ovejas y hacerse con 2.000 olivos. Benigno culminó su biografía siendo concejal durante 12 años. «No hace nada, aún fui a comer a Valverde del Fresno con Monago», confiesa orgulloso.

A sus 72 años, Benigno Domínguez Jacinto es un ciudadano tipo de este pueblo serrano y bonito, que fue un Parnaso renacentista hace 500 años y aún mantiene su peso histórico y su economía privilegiada.

«En Gata siempre ha habido mucho dinero. Cuando yo entré en el ayuntamiento, teníamos 112 millones de pesetas a plazo fijo en el Banco de Extremadura, que como era de Ruiz Mateos, Rumasa nos pagaba las fiestas y venían las mejores orquestas de Extremadura», evoca Benigno los tiempos en que los vecinos de Gata no pagaban impuesto de circulación y el agua corriente era gratis.

La riqueza municipal llegaba a Gata gracias a los bosques comunales y la bonanza de las familias provenía de la emigración, la aceituna y los pinares. «Aquí, en temporada, era raro el día en que no salían cuatro tráilers de madera y cada año se subastaban 40 ó 50 millones de pesetas en madera», calcula.

Hace tres años, ardió el monte y Gata no se ha recuperado todavía. «Eso fue obra de algún desalmado con mala leche por no haberlo llamado a trabajar. Prendió fuego y se cargó la riqueza de todos», sospecha Benigno. Pero la vida sigue en el pueblo. Es verdad que antes había muchas cabras y ahora no quedan, que había 13 bares y resisten siete, «pero entre la limpieza, el ayuntamiento, las pensiones, los 400 euros, los frijones, las patatas y que no hay hipotecas, vamos tirando». Y eso sí, la gente se casa a la luz del día. En ese punto, Benigno vuelve a sentenciar con fundamento: «A nuestros hijos les hemos dejado que se casen con quien quieran. Ellos sabrán».

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