

Secciones
Servicios
Destacamos
J. R. Alonso de la Torre
Viernes, 20 de junio 2014, 08:18
El tipo que me metió en esto de escribir en los periódicos era grande, gallego, y barbudo. Lo de grande no sería bueno ni malo si no fuera porque, cuando bebía, me demostraba su afecto golpeándome la espalda con sus brazos fuertes y poderosos como los de una retroexcavadora.
Lo de gallego suena a racismo o, cuando menos, a xenofobia autonómica, pero tiene explicación: era un reservado y austero periodista nacido en Ourense que mostraba sus sentimientos al modo galaico, es decir, nunca sabías si te amaba o te detestaba. Pero si se emborrachaba, intentaba compensar su proverbial prudencia con una expansión brutal y yo notaba que me quería por sus abrazos de oso y sus palmadas de tiranosarius rex. En cuanto a lo de barbudo, eso sí que daba lo mismo: era un simple adorno.
Todos los borrachos me quieren. Bueno, nos quieren, a todos, al género humano en general. Pero hay diferentes formas de manifestar ese amor. El periodista gallego me amaba deslomándome y un compañero de piso leonés me demostraba su amor abofeteándome e insultándome a las tres de la madrugada. A tanto llegaron sus efusiones que cada vez que lo escuchaba llegar más tarde de las dos, me encerraba en la habitación y echaba el pestillo para que no me pegara.
El alcohol y el cariño están indisolublemente unidos. Siempre he oído hablar de los buitres que esperan despiertos hasta las siete de la mañana para acechar a las chicas borrachas que buscan afecto. No sé si se trata de un mito porque yo, a esas horas, acabo de levantarme y no estoy para que me quiera nadie, pero conozco a muchos que van de buitres profesionales y presumen de ser avezados ventajistas del amor etílico.
En lo que sí soy experto es en otra especie de la rica casuística del cariño borracho: los «tú pa mí», que actúan cuando el alcohol ya desinhibe, pero aún no provoca estragos. Es en ese punto, justo después de haber traspasado el punto, cuando aparecen en las barras nocturnas y en las puertas de los pubs los «tú pa mí».
Suelen ser desconocidos o casi que se acercan con descaro, te miran a los ojos con sus pupilas desorbitadas, te ponen las manos en los hombros y menean la cabeza con ese gesto impotente de los novios primerizos que ansían poseerlo todo, pero se conforman con lo que pueden. Los hay que incluso se muerden el labio inferior, componiendo un rictus de deseo efervescente, y tabletean tres palabras como si fueran ráfagas de ametralladora: «Tú pa mí, tú pa mí, tú pa mí.».
A continuación, explotan: «No sabes lo que eres tú pa mí. Es que eres mu grande, tú pa mí eres lo más grande, tío, te quiero. Eres un amigo, tú pa mí eres un amigo». Y por si no hubiera quedado claro, redondean la declaración totalizando: «Tío, tú pa mí lo eres to. to, to, tooo».
Ametrallado y abrumado, no sabes qué hacer ante tal avalancha de cariño. Y, sobre todo, no sabes cómo quitarte de encima una efusividad pegajosa y excesiva, que amenaza perseverar en su cariño hasta después de desayunar los churros del amanecer.
«Tú pa mí eres un hermano y ahora te vas a tomar una copa conmigo», ordena tu borracho. Y en ese punto, el tío te agarra por el cuello y, apretándote la nuca, te arrastra hasta la barra, te mete en un círculo de varios «tú pa mí» y hace ostentación de su presa: «Atención, chavales, os presento a este tío, que lo ha sido to pa mí».
No sé qué borrachos son más peligrosos, si los que me pegan o los «tú pa mí». Porque un par de collejas se sobrellevan con dignidad, eso lo aprendes de niño. Pero nadie me ha enseñado cómo reaccionar ante quien jura y perjura que lo soy «to pa él».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.