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Centro comercial cercano a la frontera portuguesa. :: hoy
Un hombre en la ferretería
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Un hombre en la ferretería

Grandes centros comerciales han sustituido en Badajoz a las aduanas

J. R. Alonso de la Torre

Sábado, 21 de junio 2014, 08:56

En Badajoz acaban de inaugurar una ferretería muy grande que tiene nombre de detective americano y apellido de mago encantador. Está en un polígono apartado y tiene un acceso algo enrevesado, pero está llena de gente desde el día de su inauguración. Como se encuentra en España, pero casi llega a Portugal, la cartelería es bilingüe.

Antiguamente, las fronteras estaban marcadas por unos edificios, adustos en Extremadura y monumentales en el Alentejo, llamados aduanas. Su finalidad era albergar a unos guardias o guardiñas cuyo cometido era impedir que pasaras de un país a otro cargado de café, loza, lencería, plátanos o bacalao. Modernamente, todo es distinto.

Ahora, las aduanas han sido sustituidas por grandes centros comerciales y ferreterías inabarcables y en vez de guardias y guardiñas bigotudos y suspicaces, hay vendedores muy simpáticos y atractivos que te animan a cruzar la frontera cargado de todo lo que antes estaba prohibido pasar y de mucho más. Antiguamente, cruzabas la frontera a tiro fijo (el ajuar, la vajilla inglesa y dos paquetes de Camelo), aunque siempre se acababa trayendo alguna tontería inútil. Ahora, cruzas y vas de compras sin saber qué comprar, en la seguridad de que en las nuevas aduanas-centros comerciales descubrirás necesidades que no tenías, pero que se te antojarán imprescindibles.

Esta semana, en las tertulias cacereñas, he sido el rey. Cada vez que notaba falta de protagonismo, anunciaba: «El sábado estuve en la gran ferretería que han abierto en Badajoz». Y ya solo existía yo. Porque sí, lo confieso, hace una semana me llevaron a la nueva ferretería-aduana y entre 65.000 artículos, descubrí varios cuya existencia desconocía, pero que al instante se convirtieron en una necesidad ineludible, so pena de sentirme obsoleto y desechable.

Y no crean que no tiene su mérito que servidor disfrute en una ferretería tan grande como 100 pisos de 100 metros cuadrados. Lo tiene y mucho porque servidor nunca fue un manitas y no solo no sé clavar una púa ni manejar una llave inglesa, es que ni tan siquiera distingo una broca de una alcayata y cuando me mandan a comprar chinchetas, me lo dan por escrito para que no me líe.

A un servidor, le aprobaban en el colegio la asignatura de Trabajos manuales porque ningún profesor quería ser tachado de cruel. Y cuando me echaba una novia en serio, más que fijarme en la riqueza de su dote, valoraba sus dotes... para la fontanería, la electricidad, la albañilería y la mecánica.

Queda claro, pues, que no soy un manitas, ni un chapuzas ni un brico-man y, si me sueltan en ese gran comercio con nombre de mago y detective, me dedico a buscar tonterías propias de mi abulia ferretera: ni disfruto entre tornillos, ni alucino entre visillos y me pierdo por las 13 secciones de la macrotienda haciendo que los 130 empleados se sientan útiles: «¿Puedo orientarle, señor... Desea alguna información, caballero...?».

Y el señor-caballero deambula por pasillos interminables fijándose en cuanta tontería sale a su encuentro: unos altavoces inalámbricos de 256 colores por 44.95 euros, una ducha masajeadora con 14 salidas de agua por 859, unos taburetes de bar muy plegables y muy molones...

En la aduana-ferretería, descubrí dos necesidades perentorias que hasta ese momento desconocía tener y las satisfice al instante. A la hora fijada, coincidí con mi mujer en la caja. Ella cargaba con escobillas de wáter súper baratas, lotes de perchas tiradas de precio, cortinas de ducha al 50% y varios lotes de clavos y arandelas. Servidor llevaba una lámpara con control remoto de casi 25 euros, un cargador de baterías portátil por el que pagué 45 y un irrigador dental de 73. Aún no he utilizado ninguno de esos extraños artilugios, pero no me siento mal por ello. Al fin y al cabo, mi suegra nunca ha usado el juego de café de Macao que compró en Galegos y nadie se lo ha afeado jamás. Es la frontera y en la frontera siempre se ha comprado por comprar.

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