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J. R. Alonso de la Torre
Viernes, 25 de julio 2014, 08:04
El martes acompañé a mi mujer a Mérida. Ella se fue a una manifestación y yo, a Decathlon. Ella reivindicó soluciones para el campo extremeño y yo busqué soluciones para mi edad. Su nosotros y mi yo conviviendo en armonía. Ella manteniendo principios sin echármelos en cara y yo disimulando mi cuerpo sin ningún remordimiento.
No sé qué tiene esa tienda francesa que nos atrapa a los hombres de una manera feroz. Sobre todo si pasamos de los 35, cuando empezamos a perder la batalla de los michelines y las canillas nos delatan.
Hombres comprando compulsivamente camisetas. Pero no una o dos, sino de cuatro en cuatro. «Mira qué camisetas más fresquitas y baratas he encontrado», anunciamos. «Vale, ¿pero por qué ocho?», se extrañan ellas. «Porque así. no tienes que lavarlas enseguida y puedes esperar a que se acumulen en el cesto de la ropa sucia», improvisamos haciendo gala de un machismo condescendiente muy de Varón Decathlon.
¡Cómo admiro a esos coetáneos gordos que llevan la camisa blanca por dentro de un pantalón bien ancho y pasan de fibras tecnológicas, camisetas ampulosas transpirables y tejidos especiales para el cicling, el trekking y el jogging! Detrás de cada barriga honorable y obvia, sin disimulos, suele haber un tipo sólido, maduro y emocionalmente inteligente. Me fío de las barrigas evidentes.
En estos días de veraneos inminentes, las tiendas de ropa deportiva están llenas de hombres. Renuevan los cajones informales del armario y los estantes de inutilidades del trastero. Un hombre a punto de irse de veraneo es ese espécimen humano que se compra un cortavientos para veranear en Carmonita. por si acaso hace frío este agosto. Un podómetro para Costa Ballena. por si acaso este año es capaz de levantarse a pasear por la arena a la salida del sol. Una nevera portátil eléctrica de coche. por si acaso nos traemos unas gambas de Huelva.
Caso aparte son los compradores de pantalones de travesía de montaña. Un extranjero que se deje caer de improviso por una tienda de deportes extremeña creerá que ha llegado a una región alpina. Los varones de Extremadura se pirran por los pantalones de montaña. Lo más arriesgado que harán en agosto será subir a la ermita de Chandavila, si viven en La Codosera, o a cualquier otra ermita, si viven en otro lugar, pero ellos se llevan pantalones impermeables, resistentes y flexibles adecuados para ascender al Naranco, al Cervino o al Puy de Dome. Y cuando los muestren, argumentarán con maneras de vendedor de crecepelo: «Fíjate la de cremalleras que tienen». Como intuyen que no ha colado, insisten: «Y son impermeables». Pero nada. Ya no les queda más remedio que manipular y recurrir a los más bajos instintos: «Pero lo mejor es que no hay que plancharlos». Antes de que resuene en la tienda un categórico: «Vete a la mierda», nuestro Varón Decathlon se habrá escabullido en busca de productos con pretexto incluido.
Producto uno, pretexto uno: «Me he comprado estos calzoncillos boxer porque son más cómodos ya que se ajustan, no me escuezo y ahorramos en pomadas». ¡Demasiado retorcido! Producto dos, pretexto dos: «Un paraguas gigante de golfista por si llueve durante el veraneo». Justificar esta compra yendo de vacaciones a Conil y no jugando al golf te convierte para los restos en hazmerreír de cuñadas, esa especie humana cuyo primer objetivo vital es dejarte en ridículo.
Tras relatarles la situación en Decathlon, no les extrañará que, cuando fui a recoger a mi mujer, ella me reprochara con una media sonrisa de desprecio mis compras de bebida energética (¿para recuperar lo que pierdes cenando en el balcón?), de taburete de pescador (¡ya me imagino lo que vas a pescar tú!), de chanclas ergonómicas (¡las querrás para dormir la mona porque tú del chiringuito no te mueves en todo el mes!). Sobre su manifestación agrícola no me comentó nada. Ellas son crueles hasta cierto punto.
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