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J. R. Alonso de la Torre
Martes, 29 de julio 2014, 08:07
En la Semana Santa de 2005, fui de excursión con mis alumnos a París y me compré en el rastro de Saint Ouen la única antigüedad que poseo: unos gemelos nacarados. El anticuario me certificó que eran de la época de Napoleón III y pagué por ellos 150 euros. Un mes después, en el mercado sabatino de Estremoz, me encontré media docena de gemelos idénticos, aunque a 120 euros. Según el anticuario, eran del siglo XVIII, casi 100 años más antiguos que los parisinos.
Esa misma primavera, me acerqué hasta La Nava de Santiago a conocer a un experto en antigüedades, que me tranquilizó: «Yo voy casi todos los sábados a Estremoz y hay que tener cuidado con lo que venden. A veces, hasta fabrican planchas usadas». Aquel coleccionista, que me convenció de la autenticidad de mi único capricho antiguo, se llamaba Ramón Carreto. Desde la semana pasada, lo mejor de su colección de antigüedades se puede ver en el nuevo Museo de Mérida.
Ramón Carreto nació en Badajoz, aunque suele moverse entre Madrid y La Nava de Santiago, de donde eran sus padres. En un antiguo lagar y molino de aceite de La Nava guardaba Ramón su colección y, cuando lo conocí, planeaba convertirlo en un museo etnográfico en vistas de que nadie le hacía mucho caso cuando ofrecía su tesoro.
«Soy viudo y sin hijos. Si las heredan mis sobrinos, no sé si sabrán valorarlas. Lo que tengo claro es que estas colecciones deben quedarse en Extremadura. Si me llaman de Badajoz o de Cáceres, estupendo, hablamos», me contaba. Pero no lo llamaron de Cáceres ni de Badajoz. Lo han llamado de Mérida nueve años después.
Ramón ha vivido del arte, más concretamente de sus cuadros impresionistas, que siempre se vendieron muy bien. Nacido en 1936, pronto se fue a Madrid a trabajar y a estudiar pintura. Ha expuesto en casi todas las ciudades importantes de España, ha ganado dinero con sus cuadros y se lo ha gastado en coleccionar.
En su lagar-molino, Ramón Carreto atesoraba 40 planchas antiguas auténticas, no de las falsificadas en Estremoz, 50 chocolateras de cobre, más de 200 almireces, decenas de candelabros, 3.000 llaves y monedas, crucifijos, colchas de punto Richelieu y juguetes, muchos juguetes. Todos estos objetos son anteriores a 1936. Recuerdo el recorrido por su viejo lagar-almacén como un momento inquietante. Lo que más impresionaba era descubrir su colección de más de mil muñecas de porcelana, también anteriores a 1936.
En diversas vitrinas, exponía las mejores marcas del mundo muñequero: Armand Marseille, Heubach, Mari Lo, Rheinische Gummiund, Hermanos Conde. Alguna, como el modelo 1.329 de Simon & Halbig, una japonesa de 39 centímetros, valía, en 2005, 6.000 euros. Una selección de esas muñecas se expone desde la semana pasada en El Costurero, el nuevo museo emeritense.
Si se contara la historia de cada muñeca, las visitas al Museo de Mérida se llenarían de emociones especiales con su punto tétrico y morboso. Porque esos muñecos, muchos de ellos conseguidos por Ramón en países del Cono Sur americano, fueron casi todos propiedad de niños que murieron siendo muy pequeños. Sus madres los guardaron y los conservaron con mimo. «Si no, lo normal es que los niños los hubieran roto. Los que no estaban en muy buen estado se los llevaban a una monjas contemplativas de Badajoz para que los restauraran y los vistieran», me confesaba Ramón.
En España hay pocas colecciones de muñecas tan importantes como esta de Ramón Carreto, que desde ahora se podrá ver en Mérida. La del museo modernista Casa Lys de Salamanca es fabulosa, pero Ramón siempre ha estimado que la suya es mucho mejor. Entre esas muñecas, se pueden ver las entrañables Mariquita Pérez, pero las auténticas, no las que fabrican tan falsas como los gemelos y las planchas de Estremoz. Ramón las distingue perfectamente: hay que fijarse en sus orejas y deben pesar bastante.
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