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Verbena con 'Republika' durante las fiestas de Alfaiates. :: E.R.
La Raya se pone tonta
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

La Raya se pone tonta

En verano, miles de 'franceses' acaban con el encanto portugués

J. R. ALONSO DE LA TORRE

Viernes, 12 de septiembre 2014, 08:52

O Pelicano es un hotel de habitaciones a 40 euros que se encuentra en la carretera de Vilar Formoso a Sabugal. O Pelicano tiene piscina, un prado con árboles y hamacas y un cartel en las habitaciones donde el dueño anuncia que se comportará con los clientes como los pelícanos con sus crías, dándoles hasta su sangre si la necesitan para alimentarse. Pero no hace falta llegar a tales extremos porque el jefe de O Pelicano ofrece un menú cerrado de 15 euros que incluye un self service de sopa, entrantes, postres y quesos, más el café, el pan, la bebida, los petiscos de aperitivo y dos platos principales de carne y pescado que te sirven los camareros cuantas veces quieras.

En este restaurante de la Raya se habla portugués en invierno y francés en verano. A pesar de dejar claro que somos españoles y entendemos el portugués, la carne es «viande», allí es «lá bas» y beber agua es «boire de l'eau». El aparcamiento de O Pelicano, en agosto, parece el salón del automóvil de París. Hasta mi Opel Corsa se acompleja al aparcar entre un Porsche Carrera y un Porsche Cayenne. Los coches son todos de matrícula francesa, todos de marcas alemanas: BMW, Audi, Porsche o Mercedes con el añadido sueco de algún Volvo.

Así es la Raya desde el otro lado de Valverde del Fresno hasta el otro lado de Xinzo de Limia, o lo que es lo mismo: entre Sabugal y Montalegre. Miles y miles de portugueses emigrados a Francia regresan a sus pueblos y arrasan con todo: aparcan donde quieren, conducen como quieren y hablan el idioma que quieren, es decir, francés, hasta con sus bisabuelos de Bragança.

Este complejo de superioridad, que tiene su base en un poderoso complejo de inferioridad, los convierte en unos personajes despóticos e ineducados, que cambian la fisonomía de la parte norte de la Raya hispano-lusa convirtiéndola en un lugar inhóspito. No saludan ni aunque les chilles un buenos días en varios idiomas: «Bom dia, bonjour, buenos días, good morning...». No hay manera, ni se inmutan, ni un leve arqueo de cejas.

Estos 'franceses' dan gritos en las piscinas, en los bares y en los pasillos de los hoteles como si fueran españoles de excursión. Se suben los cuellos de sus polos y sus camisas buscando una elegancia casual y desenfadada que no acaba de llegar y, sobre todo, parecen haber perdido las virtudes que adornan al portugués común: la educación, el silencio, el saber estar, la discreción y el orgullo de ser portugués.

Las chicas que trabajan en O Pelicano miran a los franceses con una mezcla de sorna, escepticismo y mala leche. «Ah, los franceses y las francesas, solo presumen y nos quitan los novios», ironizan.

La Raya, en agosto, pierde parte de sus encantos y todo gira alrededor de estos visitantes que presumen de coche y de dinero y reniegan de su idioma y de sus costumbres. También de las verbenas de toda la vida. Esta noche, a medio kilómetro de O Pelicano, se celebra una grandiosa verbena con la actuación de una de las mejores orquestas de Portugal: Republika. Son de Viseu, llegan en un trailer y una furgoneta y tocan en un escenario con efectos casi galácticos. Seis músicos, dos bailarinas, cuatro cantantes y una pasarela gigante, que desciende de las alturas, conforman un espectáculo total con el añadido castizo de un olivo centenario situado delante del escenario: entorpece la visión, aunque da autenticidad.

Pero a los franceses les da lo mismo. Ellos, a lo suyo. Los paisanos bailan una sí y otra no (la música verbenera portuguesa obliga a danzar tan deprisa que agota y obliga a descansar). Los franceses miran con displicencia, fotografían con superioridad de antropólogo postizo, beben whisky escocés, comentan riendo, en francés, los caracoleos bailones de las nativas y, a la primera de cambio, montan en sus berlinas alemanas y se marchan a presumir de coche alquilado, de idioma prestado, de vida inventada. En septiembre, todo ha vuelto a ser real: en la Raya y en Francia.

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