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¿Qué ha pasado hoy, 31 de marzo, en Extremadura?
Hombres besándose con naturalidad y afecto. :: HOY
Besar a los hombres
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Besar a los hombres

Se impone el muac muac entre varones porque sienta muy bien

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 22 de septiembre 2014, 07:16

Trabajo en un sitio donde se besa mucho. Los hombres besan a las mujeres, ellas se besan entre ellas y, lo que más me llamó la atención al principio, también los hombres besan a los hombres. Aunque bien mirado, lo que me llamó la atención a lo bestia fue que se besaran todos los días. Me explico: yo llegaba cada mañana y mis compañeras me daban besos hasta que dije que no, que me ponía nervioso tanto besuqueo y que, además, soy un hipocondriaco y siempre creo que me van a contagiar una enfermedad terrible. De hecho, durante años, he debido de ser el único profesor que hacía los exámenes orales a tres metros de distancia del alumno por una simple constancia empírica: tras las pruebas orales, siempre me cogía una gripe, un resfriado o cualquier virus que estuviese de moda en ese momento. Así que imagínense cómo llevaba lo de los besos.

Mi generación no nació besando. Aún estábamos marcados por la teoría de que la española cuando besa es que besa de verdad y, primero, solo besábamos a mujeres, segundo, siempre eran españolas y, tercero, eran besos de verdad, es decir, de amor, ya fuera maternal, fraternal o pasional. Fue ya con 17 años cuando, una mañana de verano, me presentaron a una chica española, sí, pero con matices: era canaria y se llamaba Pinona (derivado de Regina Pino). Yo le iba a dar la mano y ella me plantó dos besos que me dejaron estupefacto pues eran los primeros que recibía en una presentación. Al instante, mis amigos y yo, tan marcados por la copla de la Piquer, imaginamos que si besaba así en las presentaciones, cómo lo haría con un poco de trato. Pero no, Pinona no era una española al uso y no besaba de verdad, besaba por frivolidad, o sea, por educación, por protocolo, porque en Canarias eran unos modernos y besaban para cualquier cosa. Más o menos como el sitio donde trabajo.

He de reconocer que, con el tiempo, empiezo a ser menos tiquis miquis con lo de los besos y he cambiado algunos hábitos. A algunas compañeras las beso todos los días. La verdad es que no sienta mal, es un contacto agradable y reconfortante. Además, si cualquier roce contagia, pues de perdidos al río y rozas a lo grande.

Pero lo más trascendental y revolucionario es que ya empiezo a habituarme a besar a mis compañeros varones. No a todos ni todos los días, pero sí cuando nos reencontramos tras unas vacaciones o incluso después de un puente y siempre que nos despedimos para largo. Es guay: te sientes más apreciado y, sobre todo, te ves como moderno, desinhibido y tan en la onda como el día que me besó Pinona.

Ya puestos, he empezado a extender esta costumbre del beso entre varones a mi familia política. He besado a algunos cuñados, primero con tacto y prudencia, por sus cumpleaños y cosas así, pero como he constatado que no les disgusta, ahora los beso cada vez que los veo y, oye, tan contentos.

Hay lugares donde aún no me atrevo a universalizar el beso. Por ejemplo, cuando me paso por la redacción del HOY. Los veo un tanto reticentes, fríos, clásicos. Solo los fotógrafos, que siempre han sido gente bohemia y alocada, parecen receptivos. Bueno, algunos fotógrafos, porque sospecho que si le doy dos besos a Lorenzo Cordero, podría salir corriendo escaleras abajo.

Pero no hay escapatoria posible. El beso entre hombres se extiende y universaliza. Al igual que la inolvidable Pinona me introdujo en un hábito bisex del muac muac, del que ya no pude escapar, ahora llega un tiempo de besos unisex que se impone porque es bonito y sienta muy bien. Tiempo al tiempo.

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