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J. R. Alonso de la Torre
Lunes, 20 de octubre 2014, 07:56
Van a nombrar a Cáceres Capital Gastronómica justo cuando acabo de ponerme a dieta. El año pasado por estas fechas me puse el traje para acudir a la fiesta del HOY y no me entraba. Me conjuré conmigo mismo para adelgazar unos kilos, pero no conseguí tomármelo en serio hasta hace unos días y toma, Cáceres Capital Gastronómica. Ahora, que ya me entraba el traje, mi ciudad se vuelve loca y nos lanzamos a las calles a beber, a comer y a engordar para celebrarlo.
Como venía a decir el otro día en estas páginas Marce Solís, lo de la capitalidad cultural era algo abstracto. ¿Eso de la cultura cómo se come? Pero lo de la capital de la gastronomía lo entiende todo el mundo. Se trata de ir a los bares y picar algo, y en ese punto ya nacemos aprendidos.
Así que en cuanto nos dieron el título, nadie en Cáceres tuvo dudas sobre qué hacer: a la calle y a los bares. Riadas de ciudadanos llenaron el centro, en las terrazas había que pugnar por encontrar una mesa libre (yo mismo quise colarme y quitarle el velador a una jugadora del Al-Kazeres de baloncesto) y una alegría inusitada se extendía por la ciudad.
A las cinco y media de la tarde, la alcaldesa y su equipo aún celebraban el título en la calle Moret tras dar buena cuenta del bocadillo kilométrico de patatera. Una señora que pasaba por allí resumió con una frase lapidaria la situación política. Miró a Elena Nevado y le dijo a su pareja: «La ha venido Dios a ver».
Una de mis cuñadas, en concreto, la más Maléfica, preguntaba desde la provincia de Badajoz en las redes sociales: «¿Pero dónde se come bien en Cáceres?». Exageraba, pero tenía algo de razón porque en Cáceres ya no se come, en Cáceres se tapea. En ese punto, sí que la calidad de la gastronomía ha pegado un salto asombroso. Y lo digo precisamente porque estoy a dieta.
Cuando sigues un plan de comidas para adelgazar, lo primero que te quitas es el pan. Gracias a ese sacrificio, empiezas a disfrutar de los sabores y reparas en gustos y texturas que nunca te habían llamado la atención. Al comer sin pan, puedes distinguir mejor la calidad de las tapas. Además, al huir de salsas, rebozados y guarniciones, has de optar por platos sin máscaras, donde el cocinero tiene muy poco margen de error. Resumiendo, que gracias a la dieta he descubierto el salto que ha pegado la gastronomía cacereña de la tapa.
Hay quien razona que esta capitalidad es una bobada y que mejor sería repartir ese medio millón de euros que se van a gastar en su promoción en dar de comer a los hambrientos. En Cáceres somos mucho de dar pescado en lugar de enseñar a pescar. Sucedió con el arreglo de la plaza Mayor, cuando se razonaba que el dinero invertido en su arreglo se tendría que haber repartido entre los parados. La derecha criticaba la plaza y la izquierda critica la capitalidad. No se trata de ideología, se trata del gen local del espanto ante las novedades. Y es transversal.
La plaza reformada se ha llenado de gente, la hostelería prospera y genera empleo. Y hasta la tradicional calle de los vinos, la antigua Empedrada, la actual General Ezponda, empieza a recobrar el ambiente de los 70.
El medio millón de la capitalidad gastronómica es lo que hubiera costado la aparición gratuita de Cáceres el viernes en todos los medios de comunicación. Esa promoción es impagable y potencia la principal fuente de ingresos de esta ciudad tras el empleo público: el turismo.
Es verdad que las ciudades modernas padecen capitalitis. Es una enfermedad que si ganas, se agudiza. Cáceres perdió el 2016, pero ha ganado el 2015. ¡La ha venido Dios a ver!
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