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J. R. ALONSO DE LA TORRE
Sábado, 25 de octubre 2014, 09:23
Terminamos nuestro viaje por los pueblos más curiosos de la Raya en Barrancos, un pueblo fronterizo con Huelva y Badajoz caracterizado por varias singularidades: es el municipio menos poblado del Portugal continental (1.834 habitantes en 2013); sus habitantes hablan barranqueño, un dialecto medio alentejano, medio castellano; desde 2002, tras una reforma exclusiva de la constitución portuguesa, es el único lugar donde se pueden matar los toros en las corridas; desde siempre, prefieren ver la tele española a la portuguesa y desde hace unos 20 años, se imparten clases municipales de sevillanas para niños, adolescentes y mayores.
Barrancos es teóricamente portugués desde el tratado de Utrecht de 1715, pero en realidad fue tierra de nadie desde 1305: un territorio compartido o contienda de 123 kilómetros cuadrados que en 1893 se dividió entre España y Portugal. Es un pueblo caracterizado por su hospitalidad. Acogió a españoles que huían del ejército francés a principios del XIX y, en 1936, a carabineros franquistas que huían de la Huelva republicana y a 1.020 extremeños que escapaban de la represión de las tropas de Yagüe.
A Barrancos lo llaman el pueblo de los 100 kilómetros porque esa es, aproximadamente, la distancia que lo separa de Beja, Évora, Badajoz, Mértola, Sevilla y Huelva. Aunque lo que de verdad les preocupa es estar a una hora del hospital más cercano y que los estudiantes, a partir del 9º curso, tengan que viajar, cada mañana a las 7, una hora en autobús hasta el instituto de Moura para regresar muchas noches a las ocho.
Esta distancia a la ciudad portuguesa más cercana provocó anécdotas tan curiosas como que, en 1974, se enteraran con seis meses de retraso de que en Lisboa había triunfado la Revolución de los Claveles. El dato no es leyenda, lo recogía la investigadora Victoria Navas en una comunicación científica a un congreso de historia en 1991.
Menos pintoresco es el hecho de que los barranqueños tengan que ir al pueblo onubense de Encinasola, a 15 minutos, para ser atendidos por el médico de urgencias. Los españoles de Oliva, Valencita, Fregenal, Jerez o Higuera la Real hacen el viaje inverso para comer en sus restaurantes, bañarse en sus piscinas o disfrutar de sus corridas de toros.
Barrancos es muy pueblo: sus casas blancas siempre tienen las puertas abiertas y se alquilan viviendas de dos habitaciones por 150 euros mensuales. No hay mucho trabajo, pero los jóvenes se aferran a lo que tienen para no marcharse. La principal empresa es el ayuntamiento, con 100 empleados. El hogar de ancianos da trabajo a cuarenta barranqueños y en los dos secaderos de jamón están colocadas entre 40 y 60 personas. El resto: pequeño comercio y hostelería familiar.
El embutido de Barrancos es ibérico, de bellota, curado sin humo, es decir, al estilo español. De hecho, son empresarios de España quienes controlan las dos fábricas de 'enchidos'. Su jamón tiene una gran calidad, pero no ha conseguido convertirse en referencia en el país. En Portugal, decir jamón es decir España o decir Chaves, ciudad del norte, en la frontera con Ourense, donde se hace jamón serrano. No se asocia el presunto con el ibérico que se cura en este pueblo, que se exporta a España, Angola, China o Brasil.
El personaje más famoso de Barrancos es Zé Maria, ganador del primer Gran Hermano portugués en 2001. Ya pasa de los 40 y, tras unos años de fama en Lisboa, es cocinero en el asilo. Ha hecho lo que hace todo buen barranqueño: regresar a su pueblo para vivir tranquilo, aislado y feliz.
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