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¿Qué ha pasado hoy, 1 de abril, en Extremadura?
Textos extremeños de Unamuno prologados por J.L. Bernal. :: E.R.
Contra esto y aquello

Contra esto y aquello

Unamuno nos dio mucha caña cuando no había redes sociales

J. R. Alonso de la Torre

Jueves, 30 de octubre 2014, 08:02

Pocos escritores nos han dado tanta caña a los extremeños como Miguel de Unamuno. Baroja decía que los libros de Unamuno eran como una venganza y el propio don Miguel reconocía que buscaba siempre agitar, «hacer que todos vivan inquietos y anhelantes». Al cumplirse el 150 aniversario de su nacimiento en Bilbao, me pregunto si Unamuno hubiera sido capaz de mantener su permanente actitud a contracorriente hoy, en la era de Internet y las redes sociales.

En Extremadura, estamos acostumbrados a que quienes nos visitan nos halaguen y nos pidan que no cambiemos. Lo hacen por puro egoísmo, para seguir disfrutando de este paraíso virgen los fines de semana. Pero lo cierto es que pocos extremeños critican esos halagos, muy al contrario, se nos pone cara de bobos y parece como si creyéramos que, en efecto, somos maravillosos y lo mejor de España.

Unamuno no era así. El rector de Salamanca nos visitaba y nos ponía a caldo porque, como él decía: «Si yo vendo pan, no es pan, sino levadura y fermento». ¿Se imaginan ustedes los cientos de comentarios a degüello que provocaría la publicación de sus escritos en 'Los lunes de El Imparcial' (periódico donde salieron a la luz algunos de sus artículos 'extremeños')?

Por ejemplo, aquel en el que escribía que los veratos «riñen en invierno por el vino y en verano por el agua», que matan fácilmente, que el alcohol hace estragos en ellos y que hay en la comarca zánganos que se dedican a ojear a las mozas que van para mujeres (para hacerles un niño).

O cuando se refiere a la mala fama de Cuacos de Yuste, a la secular siesta que duerme Plasencia, solo agitada por las peleas entre canónigos, o al claustro arruinado (convento de las garrapatas) del monasterio de Guadalupe, donde vivían 40 familias pobres.

Unamuno no se callaba de ninguna manera, no se casaba con nadie y hay una anécdota que lo retrata. El 22 de agosto de 1936, el gobierno de la II República lo cesa de su cargo de rector por formar parte del Ayuntamiento franquista de Salamanca. Pero es que dos meses después, el 22 de octubre de ese mismo año, Franco también lo destituye como rector por haber dicho en voz alta en el paraninfo de la Universidad de Salamanca su famosa frase: «Venceréis, pero no convenceréis».

En sus numerosos viajes a Extremadura, Unamuno queda subyugado por el paisaje y lo manifiesta. Y al igual que nos sacude estopa e intenta despertarnos, también se adelanta a quebrar tópicos, aún hoy vigentes, cuando escribe: «En Extremadura hay valles que superan en verdor, en frescor y en hermosura a los más celebrados del litoral cantábrico».

El escritor compara el esfuerzo de los hurdanos para doblegar la tierra con el de los holandeses para domar el mar, aunque no por ello calla cuando tiene que culpar a los cabreros hurdanos de provocar incendios en los pinares comunales. Ensalza la agreste hermosura de Monfragüe y el Tajo y alaba la ciudad de Trujillo, pero no esconde su teoría de que el paludismo endémico nos ha hecho irritables, apáticos e inconstantes.

Es en Trujillo donde Unamuno se desboca y dispara contra esto y aquello. Se desespera al ver por todos los rincones a grupos de hombres jugando al cané y su irritación ya es superlativa cuando entra en el casino, descubre su pobrísima biblioteca sin lectores y la compara con la sala de juego, llena hasta los topes.

Llega a situar en esa pasión de los extremeños por el juego el origen de nuestra participación en la epopeya americana: nos embarcamos en ella por el ansia de enriquecernos rápidamente. Dice que nos falta sutileza y finura intelectual y que nuestra pobreza de imaginación nos empuja, para salir de la monotonía, al juego en vez de a la ciencia, el arte, la política o la acción social. ¿Habría sido capaz don Miguel de escribir todo esto con las redes sociales acechando o nos habría dicho lo que nos dicen ahora todos: Sois fantásticos, no cambiéis nunca?

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