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Un gran bazar chino, en Extremadura. :: hoy
Nunca seremos chinos

Nunca seremos chinos

Los orientales empiezan a adoptar el modelo de vida extremeño

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 31 de octubre 2014, 08:45

Me lo temía. Los chinos se están haciendo extremeños. Ya no resulta tan sencillo aquello de quedarse sin tomate frito o necesitar unas alcayatas a las tres y media de la tarde y actuar con la tranquilidad de que, a cinco minutos de casa, El Bazar Oriental o la Multitienda Sanghai nos están esperando con sus puertas siempre abiertas.

Los chinos descubren el encanto de nuestro modo de vida y abandonan sus horarios de sol a sol y sus vidas esclavas del negocio. Es lo lógico. Lo raro hubiera sido lo contrario, lo que aventuraban los agoreros derrotistas, que los extremeños acabaríamos obrando como los chinos y adoptando su manera de entender la existencia: vivir para trabajar. Por aquí, siempre hemos sido más gitanos que chinos. Lo nuestro es trabajar para vivir y por mucho que los mangantes y los aprovechados de la crisis se empeñen en esclavizarnos, pagarnos poco y hacernos trabajar mucho, siempre acabaremos encontrando un resquicio para engañar al estajanovismo.

El desayuno, el café, otro café, la cañita, la siesta, el paseo, un vinito, tele hasta tarde y pierna suelta. Para un luterano y para un chino, incluso para un valenciano o un donostiarra, eso es pecado. Para nosotros, es la esencia de la vida. Y la segunda generación de comerciantes chinos empieza a contagiarse de esta filosofía y a entender que de sol a sol hay cosas mucho más importantes que trabajar y ganar dinero.

En El Corte Chino y en las Galerías de Pekín, las madres vigilan, atienden, despachan. Las hijas, también, pero, en cuanto pueden, tiran de móvil y hacen planes: «El tío ese no está bueno, lo siguiente. Te voy a mandar a la mierda o más lejos. Esas pizzas están como yo, pero en comida». La segunda generación china emplea los superlativos modernos y las comparaciones sorprendentes con la misma destreza que sus colegas extremeños de resaca. ¿Cómo van a exigirles sus padres que mantengan el resto de costumbres orientales, sobre todo las referidas al trabajo y al horario?

Uno no es de donde nace, sino de donde hace botellón. Los catalanes no son emprendedores por genética; ni los chinos, trabajadores por herencia; ni los extremeños, funcionarios por maldición secular. Cada uno es lo que es por culpa del ecosistema social. Si te trasplantan a Ibiza, te harás camarero, montarás un after o abrirás una boutique de ropas vaporosas. Pero si te mandan a Cádiz, te saldrá una nieta cantante (si pasean por los barrios populares gaditanos, se asombrarán de la cantidad de jóvenes que ensayan coplas y flamenco-pop en las habitaciones de sus casas).

Cuando los Calaff, los Busquet y otras familias catalanas dejaron Cataluña en el siglo XIX para buscarse la vida camino de Lisboa y recalaron en Extremadura, actuaron como los chinos y se dedicaron a lo que sabían: hacer negocios. Pero eso fue solo la primera generación. La segunda generación se tomó las cosas con tranquilidad y la tercera descubrió el encanto de la buena vida extremeña y empezó a vivir de las rentas y de la especulación. Es decir: invirtieron en la construcción, entraron en política, compraron tierras, se hicieron profesionales liberales y se apuntaron a las bondades de la función pública.

En el camino inverso, los extremeños que emigraron a Cataluña o Madrid en los 60-70 del siglo pasado, tras emplearse los padres en fábricas, muchos de los hijos se dejaron contagiar por el entorno y se convirtieron en emprendedores. Ahora le toca a la segunda generación de inmigrantes chinos, que rechaza los horarios inhumanos. Mejor vivir como un extremeño que trabajar como un chino es su máxima. Y si te quedas sin pan a las tres, lo hubieras comprado de molde. Así que todos tranquilos. Los pájaros de mal agüero no conocen la historia. Avisaban de que el modelo chino se impondría en Extremadura, pero se equivocaban. Los chinos ganaban mucho trabajando mucho. Pero ya están aprendiendo que es mejor ganar poco haciendo como que trabajan mucho.

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