Torrejoncillo disfrutó de su noche más mágica

Todo transcurrió según el guión establecido. Caía la noche en Torrejoncillo y sus calles desprendían un aroma especial. En cada plazuela una hoguera anunciaba que aquella no era una noche cualquiera. Los vecinos comenzaron a reunirse en torno a ellas, se encendieron las primeras jachas y los escopeteros hicieron acto de presencia. Pasadas las nueve de la noche, se comenzó a escuchar el relinche de algún que otro caballo y la Sede de los Paladines se empezó a llenar de gente. Hasta allí había llegado Javier Núñez, portaestandarte de la Encamisá, y sus dos acompañantes, Javier Núñez (su hijo) y Javier López. Decenas de familiares los acompañaban mientras eran vestidos con sábanas blancas con la imagen de María a sus espaldas. Por ese mismo punto, todos los jinetes fueron pasando para recoger el farol que portaban durante la procesión.

A escasos cinco minutos para alcanzar las diez de la noche, alcanzó la plaza el portaestandarte seguido de unos 150 jinetes. Con el repique de campana se anunciaba la salida del estandarte, y llegó el momento más esperado de la festividad. Salió el estandarte escoltado por los Paladines de la Encamisá, entre vítores y salvas a María.

Las casas de los vecinos de Torrejoncillo se fueron abriendo al paso de la procesión y en ellas no faltaban los coquillos o un vaso de vino de pitarra. Tras tres horas y media de recorrido, llegaron de vuelta a la plaza, donde nuevamente fueron recibidos por miles de personas. Javier Núñez, cedió el estandarte a los Paladines de la Encamisá, después de haber servido a la Virgen.