Sabrina y Cicciolina

Hoy es Nochevieja y tomaremos las uvas con las campanadas de la Puerta del Sol, como siempre, pero después, los mayores de 40 haremos zapping sin que ningún programa nos atrape. En Nochevieja, nos seguimos pegando a la tele creyendo que nada ha cambiado y buscando algo para comentar al día siguiente. Pero no, ya no hay galas como las de antes.

Cuando vivía en Galicia, regresaba siempre a pasar las Navidades a Cáceres y el día de Año Nuevo tenía una manía casi masoquista. Me levantaba temprano y me iba a desayunar a Lux, una cafetería de la calle Pintores donde se reunían clientes muy castizos a comentar el especial de la noche anterior en TVE. En el tiempo de que les hablo, no había más que una cadena y eso tenía la ventaja de que la noche anterior casi nadie se había perdido El Fugitivo, El Santo o el Un, Dos, Tres y en los bares y en el trabajo era más fácil meter baza en las conversaciones.

Pero lo que más éxito tenía y más se comentaba cada temporada era la gala de fin de año de Televisión Española. A tanto llegaba el interés que los periódicos dedicaban páginas enteras al análisis del programa, que se convertía en una cuestión política: ¿cómo olvidar las acerbas críticas de la prensa conservadora a los especiales de fin de año cuando Pilar Miró era la directora de la televisión pública?

Hubo una etapa, entre 1983 y 1989, en que los especiales de Nochevieja fueron gloriosos, marcaron época y se incrustaron en la historia sentimental de la tele española. Precisamente, coincidieron en parte con el periodo de Pilar Miró como directora de TVE (1986-1989). En esos años, los cafés del 1 de enero en Lux fueron memorables. Yo era joven y me callaba mientras escuchaba a aquellos señores tan señores hablar de lo buena que estaba Sabrina, lo gracioso que habían resultado Martes y 13 o lo malos que se ponían con Rocío Jurado, aunque colocaran un discreto velo sobre su pecho. Me parecía la España cañí de siempre resucitando en Año Nuevo y me indignaba, pero al mismo tiempo ejercía una extraña atracción sobre mí: era mi Cáceres de siempre, la que no cambiaba ni quería cambiar.

Aquellas galas eran en directo, no grabadas, y te encontrabas con que Mayra Gómez Kemp o Concha Velasco, que solía ser la presentadora, se caían al suelo tras un paso de baile mal dado. En el especial de Nochevieja de 1983, que marcó un hito, se estrenó el vídeo 'Thriller' de Michael Jackson, que se había presentado en Estados Unidos unos días antes.

Pero lo que agitaba las tertulias del Lux, de los saltos de esquí y del café del día 2 de enero eran los atrevimientos eróticos de aquella televisión, en la que nunca se había visto ni un desnudo integral ni un pecho liberado hasta que las galas de Nochevieja rompieron los tabúes.

Todo empezó en 1984 con los escotes vertiginosos de Rocío Jurado y Norma Duval, que parecieron allanar el terreno a las dos galas televisivas de Nochevieja más recordadas de la historia: la de 1986-87 y la de 1987-88. En la primera, los espectadores se rieron de lo lindo con el número de las empanadillas de Martes y 13. Pero aún no nos habíamos repuesto de las carcajadas cuando el desnudo integral de Cicciolina nos heló la risa. No se había visto nada igual y en Lux, a la mañana siguiente, los clientes se quitaban la palabra para manifestar su asombro sin capacidad para componer frases, pero articulando muchas exclamaciones.

Al año siguiente, ya fue el éxtasis cuando Sabrina, cantando lo de 'Boys, boys, boys' y dando saltos, dejó escapar un pecho completo y se desencadenó el apocalipsis: salieron chicles con su nombre y sus pegatinas, se creó un videojuego Spectrum basado en su baile descocado con el siguiente reclamo: 'Juega a ser mayor', y las revistas multiplicaron las tiradas regalando cromos suyos. Ese 1 de enero de 1988, en Lux no había palabras.