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Mi madre y Podemos

Mi madre y Podemos

La política espectáculo ha conseguido que las abuelas digan Tsipras sin titubear

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 23 de enero 2015, 07:24

Algo raro está pasando. Ayer me llamó mi madre por teléfono y no se interesó por mi resfriado. Nada más descolgar, me soltó: «¿Y qué me dices de las elecciones griegas?» Mi madre nunca se había emocionado con las elecciones de España. ¿Por qué le interesan de pronto las de Grecia? Algo raro está pasando.

Mi madre está en plena forma mental y se conserva muy bien físicamente. Presume de que los médicos le echan 70 años. Pero tiene 84. De política hablaba poco, pero contaba muy bien las historias de la Guerra: cómo denunciaron a sus abuelos por apagar la radio al sonar el himno nacional o cómo participó mi tía Carmen con un grupo de falangistas en la toma de Cachorrilla. Esto último, lo narra con tal dramatismo que yo, desde niño, siempre he pensado que la historia universal es injusta: ¿cómo puede dedicarle tantas páginas a la toma de La Bastilla y ninguna a la toma de Cachorrilla?

Mi madre vive la política emocionalmente. La ideología le importa menos. Bueno, en realidad le importa una higa. Cuando ganaron los socialistas en el 82, se despertó sobresaltada bien entrada la madrugada. Creyó escuchar una escuadrilla de aviones de combate sobrevolando Cáceres. Era el camión de la basura, pero quien ha sufrido una guerra vive marcada para siempre por los recuerdos.

El caso es que me llamó mi madre, me preguntó por las elecciones griegas y me dejó descolocado. ¿Por qué le inquietan tanto los comicios helenos? Es más, ¿por qué es capaz de desmenuzar al dedillo la personalidad de Albert Rivera o relacionar a Pablo Iglesias con Alexis Tsipras? Aunque lo más preocupante es que pronuncia Tsipras perfectamente y no titubea al nombrar su partido: Syriza, cuando yo, que siempre fui para ella un entendido en temas políticos, he tenido que consultar en Google cómo se escriben ambos nombres.

Algo raro está pasando para que servidor no sepa casi nada de Albert Rivera y mi madre lo sepa todo sobre él y sobre su programa político. El fallo es mío. Lo sé. No se puede escribir en un periódico todos los días y no controlar a Albert Rivera. Aunque mucho peor es que el éxito de Podemos en las elecciones europeas me pillara desprevenido: no tenía la menor idea de que existiera ese partido y Pablo Iglesias me sonaba al Pablo Iglesias de siempre, el linotipista madrileño, el fundador del PSOE. Tuvo que ser mi madre quien me presentara figuradamente al líder de Podemos. Es cierto que ella no lo llama Pablo Iglesias, sino el de la coleta, pero la misma noche de las europeas me desgranó su programa, una semana después me describió a su compañera Tania y no tardó mucho en llamar tonta a una hermana mía que defendió al joven profesor de la Complutense.

Para mi madre, la Complutense es lo peor. Se imagina una especie de trastero desordenado y sucio o la plaza Mayor de Cáceres tras una noche de Womad o una escombrera clandestina. O sea, lo peor. Y piensa que de ese infierno poblado por demonios con coleta no puede salir nada bueno.

Porque a mi madre, digámoslo sin ambages, no le mola mucho Podemos. Ella no dice que no le mola, sino que no se fía. Cree que si gana Podemos, le quitarán la casa del campo. Yo le explico que me extraña mucho que el futuro ministro de la Vivienda, aunque tenga barba de tres días y coleta de tres meses, se vaya a interesar por su casa de Ceclavín. Pero ella cree emocionalmente en esa expropiación y no hay quien la convenza de lo contrario.

La culpa de todo esto la tiene la tele. La culpa de que mi madre conozca a Tsipras, le encante Albert Rivera y no se fíe de Pablo Iglesias la tiene la política televisada. Ahí, en los programas de política espectáculo y no en las redes sociales es donde se está jugando el partido. Y los que no encendemos la tele, ya ven, hemos de recurrir a nuestras madres octogenarias para enterarnos de quiénes nos van a gobernar dentro de unos meses.

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