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J. R. Alonso de la Torre
Sábado, 11 de julio 2015, 09:01
La silla número uno de la fila 14 estuvo vacía durante el concierto de Ana Moura. Algún espectador hizo amago de ocuparla, pero enseguida le avisaron de que la dejara libre. Sucedió el jueves, durante la primera jornada del Badasom. En la puerta, desde una hora antes, ambientillo de cervezas y bocadillos Polvillo, un pan blando y rico con un queso o un embutido que se podía comer.
Badasom es el mejor festival de Extremadura para quienes buscamos certezas y comodidad. Aquí no hay trampas ni sorpresas, fado y flamenco de primera calidad sin fraudes, botellones ni fiasco de sonido. Los artistas son reconocidos, sabes lo que te ofrecen, no son impredecibles conjuntos, formados para la ocasión y presentados como la voz más rompedora de Oceanía o el nuevo son del Sudán.
En el Badasom se paga para asistir a los conciertos, pero como se ofrece calidad, se agotan las entradas con días de antelación; en esta edición, tres llenos como tres soles. El jueves, al reclamo de Sara Baras, mucho anglosajón, y al reclamo de Ana Moura, mucho portugués. Pero la fadista no brilló como otras veces ni se entregó como suele, fue un concierto corto y faltó alma.
Me había acercado al Badasom a escuchar a la Moura. A la entrada del recinto me encontré con otro espectador que había viajado desde Cáceres, José Ignacio Fernández. Me preguntó que si iba a ver a la Baras, le respondí que no, que le vería un par de bailes y me iría. ¡Me equivoqué con creces! Moura me dejó frío y Baras me volvió loco.
El caso es que llegó el intermedio, medio auditorio se fue a por bocadillos Polvillo y la silla 1 de la fila 14 seguía vacía. Los descansos del Badasom tienen mucha efervescencia social. En las gradas y las sillas del Ricardo Carapeto están quienes tienen que estar y es un momento magnífico para hablar con el alcalde y con los concejales, con los fiscales, los médicos y la profesora del niño.
La organización barajó hace años la posibilidad de prohibir acceder al recinto con los 'Polvillo', las bolsas de patatas y las cervezas, pero desistieron; es un festival, o sea, una fiesta y eso implica que el descanso dure un buen rato y que el público vuelva a su silla con la consumición en la mano incluso cuando la Baras ya es dueña y señora de la noche y la silla 1 de la fila 14 acaba de ser ocupada, de manera discreta y a oscuras, por José Manuel Calderón, el base extremeño de los New York Knicks. Él era el chico de la fila 14.
Calderón es un entusiasta seguidor de Sara Baras. Durante el descanso, en el backstage, el deportista estaba a la puerta del camerino de la flamenca hablando con su gente. También estaba por allí el marido de la protagonista, un gran bailaor que encandilaría al respetable. Calderón cogía en brazos a unos niños y se fotografiaba con ellos, charlaban, se reían. Ana se acercó a saludar a Sara. Las bailaoras calentaban sobre tarimillas. Los músicos afilaban los dedos. Los backstage del Badasom tienen fama de acogedores. Se recuerda que cuando actuó Paco de Lucía, vino con él su hijo pequeño, que se negó a pasar la siesta en el hotel, prefirió quedarse jugando en el backstage.
Llega la peluquera y da los últimos toques al peinado recogido de Sara. La bailaora es menuda y graciosa. Parece mentira que quepa tanto arte en un cuerpo tan delicado. Unos minutos después, con Calderón ya sentado en la fila 14, la Baras revolucionaría el auditorio Ricardo Carapeto con zapateados, giros y movimientos de manos que parecen sobrehumanos.
Habíamos visto ya a la bailaora en el teatro romano de Mérida, pero no emocionó igual. El Badasom tiene algo, tiene duende, saca belleza de lo hondo y consigue que escenografía, vestuario, música, luces, cante y baile se conjunten en un espectáculo que solo podría explicar un poeta. Callemos, pues, y disfrutemos del hallazgo. Salimos de Cáceres a las ocho de la tarde en busca de Ana Moura y volvimos de Badajoz a las dos de la madrugada subyugados por Sara Baras.
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