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Guerra contra el fuego

Guerra contra el fuego

Antonio J. Armero

Domingo, 9 de agosto 2015, 08:48

«Esto es la guerra». El hombre del bigote canoso sube por la vereda con una escoba de monte al hombro pero se para a mitad de camino para coger resuello. Deja el móvil un momento para estrechar la mano y justo después suelta esa frase de cuatro palabras con la que parece hablar medio en serio medio en broma. A tres pasos de él, un mastín no le quita el ojo a la puerta de la casa, en mitad del monte de la sierra de Gata, que anoche seguía ardiendo.

El incendio de Gata es un desastre en toda regla. Natural porque gran parte del paisaje ya no es verde sino negro; económico porque supone un palo al turismo, pilar económico de la comarca; y sentimental porque deja en la memoria de muchos vecinos recuerdos de días tristes y bienes perdidos. Unos el ganado, otros la vivienda, la nave o los olivos de los que viven. Ayer por la tarde, algunos de ellos pudieron volver a casa. Los de Perales del Puerto y Acebo, desalojados durante la madrugada del jueves al viernes, regresaron al pueblo a partir de las seis de la tarde. No pudieron hacerlo los de Hoyos (909 vecinos), que fueron evacuados a las dos y media de la madrugada siguiente, la del viernes al sábado. Para ellos se habilitaron camas en instalaciones municipales de Moraleja y Coria, gestionadas por Cruz Roja. Esos espacios de solidaridad dejaban, quizás, la única imagen alegre del día, la de los niños saltando y riendo a carcajada limpia con las canciones y las gracias de los monitores que la oenegé incorporó al operativo.

Un día más, el viento manda

Probablemente ellos, los pequeños, vivieron la jornada ajenos a lo que sucedía. Por tercer día consecutivo, el fuego volvió a moverse por la sierra como le mandó el viento, que por momentos y en determinadas zonas, llegó a correr a setenta kilómetros por hora. Se afanaron en pararle los pies a las llamas medios aéreos y terrestres de Extremadura, Castilla y León y Andalucía, más los de la UME, que amplió su despliegue hasta los 331 militares y 82 vehículos. Por hacerse una idea del operativo del Infoex: acudieron todos los retenes de la zona de coordinación de Gata, 7 de La Siberia, 5 de Monfragüe, 7 de Las Hurdes, 3 de La Serena, 3 de Ambroz, Jerte y Tiétar, uno de Cáceres, dos de Sierra de San Pedro y otros dos de Las Villuercas. Al caer la noche, además, se incorporaron unas 50 unidades de bomberos procedentes de diversos distritos de Portugal.

  • 24 Medios aéreos 18 helicópteros, tres de ellos del Ministerio llegados desde Plasencia, Plasencia del Monte (Huesca) y Villares de Jadraque (Guadalajara). Y seis hidroaviones, estos últimos llegados desde las bases de Talavera La Real, Los Llanos (Albacete), Torrejón (Madrid), Málaga, Rosinos (Zamora) y Matacán (Salamanca).

  • Más de 30 retenes del plan Infoex Más de treinta a lo largo del día. Llegados desde toda la región. Tanto terrestres como helitransportados.

  • 5 BRIF (Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales) Las de Pinofranqueado, La Iglesuela (Toledo), Puerto El Pico (Ávila), Lubia (Soria) y Laza (Orense).

  • Cruz Roja Tres ambulancias, dos vehículos adaptados, 90 voluntarios, un ERIE, monitores para niños y una cocina, entre otros medios.

  • Protección Civil 40 voluntarios.

  • Más Personal y vehículos de las dos diputaciones provinciales extremeñas. Cientos de vecinos voluntarios de toda la comarca.

En la zona llegaron a juntarse 18 helicópteros y seis hidroaviones, que tuvieron que enfrentarse a la escasa visibilidad por la enorme columna de humo. Cuando ellos se retiraron, a la caída del sol, el incendio seguía desmadrado, generando focos a cada rato, alejados entre sí. La noche implica que no se pueden combatir los frentes desde el aire, y eso es lo que más preocupa a quienes están al frente del operativo, sobre el que ayer se extendieron las críticas de los vecinos. «Por aquí no ha asomado un solo retén en toda la mañana, el único es este que se acaba de ir, con dos bomberos, dos nada más», se quejaban a las tres de la tarde el hombre del bigote canoso y anónimo en estas líneas por expresa petición.

En torno a él, en la zona que rodea al camino asfaltado que lleva hasta la ermita de Cilleros, una decena de paisanos se organizan entre ellos. Uno tiene un bar en Moraleja y ha traído cervezas, agua en botella grande y refrescos, todos metidos ente bolsas de hielo en una cuba negra de plástico. Otro saca de la furgoneta una lustrosa sandía y con una mano se basta para cogerla, sostener el cuchillo y hacer una ronda repartiendo cachos y riñendo al que los rechaza alegando falta de apetito.

La cuadrilla, una de las muchas improvisadas que estos días están encarando el incendio por iniciativa propia, se arma con tractores, escobas de monte, mochilas de las que usan para sulfatar las plantaciones y camisetas viejas y agujereadas a prueba de sudores. Sus armas son esas y la generosidad. El grupo se ha juntado para defender terrenos que no son de ninguno de ellos. Ahora están en los de Enrique Serrano Martín, de Moraleja, dueño de «ciento y pico de hectáreas y ciento y pico de vacas» en el término municipal de Perales del Puerto. Y es verdad que en dos horas con ellos, entre monte bajo y arboledas tupidas, no asoma por el lugar un camión de bomberos, que van donde sus jefes les mandan. «Aquí estuvieron ayer diez o doce chavales gallegos -se refiere a la Brigada de Refuerzo en Incendios Forestales de Laza (Orense)- y punto final», explica uno de los jóvenes, que tiene su smartphone repleto de fotos y vídeos que muestran una casa quemada, otra con bomberos echando agua sobre los muros de una vivienda, el fuego campando libre en plena noche... «Aquí -tercia uno en el grupo-, los bomberos somos nosotros».

En la comarca de Gata hay bomberos forestales, agentes de la Guardia Civil y agentes del Medio Natural de la Junta de Extremadura que arrastran jornadas laborales de más de veinte horas seguidas. Los hay que aseguran llevar 35 horas sin parar al pie del cañón, y a los que si se les menciona la Ley de Riesgos Laborales, les entra la risa floja, y se les frunce el ceño cuando le mentan a los jefes. Entre ellos, también los hay que siguen trabajando voluntariamente. Tienen sus vidas en esos pueblos y esos montes, y eso les importa más que los cuadrantes de turnos.

El otro motivo de queja generalizada estaba en boca de los residentes en Acebo, Hoyos y Perales del Puerto (unos 2.500 habitantes censados entre los tres, el doble en estas fechas entre emigrantes y turistas), los tres municipios desalojados. A las cinco y media de la tarde, en La Fatela, un cruce de caminos muy conocido en la zona, los ánimos estaban calientes. La relativa tranquilidad en ese punto hasta entonces se rompe al aparecer una retahíla de coches que nadie esperaba. Los agentes al frente de ese control de accesos vuelven a repetir la explicación que ya han dado cientos de veces en lo que va de día: No se puede pasar por razones de seguridad, solo vehículos de emergencias. Pero entre los que preguntan, la contestación a esa respuesta oficial es nueva. «En Moraleja nos han dicho que ya podíamos pasar al pueblo», le replica un paisano, y luego otro y otro más, a los agentes. Alguna autoridad se ha equivocado al decir que se habían abierto las carreteras, y a quienes llevan casi dos días sin saber de su casa o su finca o su ganado, les ha faltado tiempo para subirse al coche y enfilar el camino de vuelta. La negativa que se encuentran al llegar al cruce desmonta planes y rompe expectativas, una mezcla ideal para desatar los nervios.

Esa reacción humana se repitió ayer en los pueblos de la Sierra de Gata en los que todos miran a un monte salpicado de columnas de humo. Con la noche por delante, el que ya es uno de los peores incendios en la historia de Extremadura, seguía avanzando sin apenas freno. Nadie en la zona se imaginaba el pasado jueves, cuando todo empezó, que esta guerra, como diría algún paisano de escoba de monte al hombro, duraría tres días. O más.

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