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Claudio Mateos
Miércoles, 26 de agosto 2015, 00:09
La foto de Brígido Fernández dio la vuelta al mundo. Es la imagen que ha quedado para la posteridad como el icono de la masacre de Puerto Hurraco y muestra el instante de la detención de Antonio Izquierdo, al que llevan sujeto entre dos guardias civiles. Uno de ellos, con bigote, es Vicente Salguero Rodríguez, quien ya contó en HOY su experiencia hace cuatro años. El otro, pistola en alto y con media camisa fuera, es Blas Molina Cantero, la primera persona que se topó con los hermanos Izquierdo al amanecer del 27 de agosto de 1990. Después de haber guardado silencio durante 25 años ahora ha decidido, por iniciativa propia, hablar de aquellas horas que le marcaron.
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Blas Molina (Beas de Segura, Jaén, 1954), ingresó, en la Guardia Civil en 1977. Tras varios destinos, entre ellos de voluntario en Canarias para combatir a los independentistas armados del Mpaiac, llegó en 1997 a Villanueva de Serena como jefe de equipo de la Policía Judicial. Desde allí partió junto a otros compañeros la noche del 26 de agosto de 1990, al recibir por radio el aviso de la masacre que se estaba perpetrando en Puerto Hurraco.
Al llegar se encontró inmerso en el horror: «Era espantoso. Muertos en el suelo y sangre por todos lados. Nosotros, como Policía Judicial empezamos a consignar las pruebas del delito y a tomar declaraciones». Los hermanos Izquierdo, a quienes se identificó enseguida como los autores, andaban sueltos.
Fueron horas de enorme tensión, sabiendo que los Izquierdo podían retomar la matanza en cualquier momento. La pedanía, apenas una calle con un puñado de casas a los lados, estaba protegida por medio centenar de guardas civiles. Al amanecer, todo se precipitó. «Nada más salir el sol le pedí al alcalde pedáneo que me enseñara el terreno. Cuando apenas habíamos salido unos metros del pueblo, veo que alcalde se echa hacia atrás de un salto y sale corriendo. Me giro y veo a Antonio Izquierdo bajo una higuera apuntándonos con la escopeta. Me protejo tras un muro, le grito que tire el arma y disparo varios tiros de aviso a unos metros de él. Entonces tira la escopeta, y mientras un compañero que llegaba en ese momento la recoge, yo me lanzo sobre él. No ofreció resistencia, y lo que recuerdo perfectamente es que me pidió que le pegara dos tiros allí mismo». Unos minutos más tarde, el helicóptero interceptó a Emilio Izquierdo, que fue detenido mientras trataba de huir monte arriba.
La relación de Blas Molina con el suceso de Puerto Hurraco no terminó ahí. Unos días más tarde, también le tocó a él desarmar y reducir a las puertas del juzgado de Castuera en medio de un tumulto de curiosos y periodistas, a Antonio Cabanillas, el padre de las dos niñas asesinadas, que había ido en busca de venganza. «Le vi llegar muy tranquilo, pero intuí que si estaba allí era por algo y me fui a por él». Las imágenes de Blas forcejeando con Cabanillas mientras afloraban varios cuchillos salió en todas las televisiones.
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