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J. López-Lago
Domingo, 29 de noviembre 2015, 00:36
Cuando el jueves pasado Carlos Dávila, Nicolás Durán y José Antonio Diéguez llegaron a su lugar de trabajo, una pareja de búhos reales salió volando para hacerles hueco. No era el único anfitrión. Un buitre permaneció escondido en una roca, pero al rato despegó. Es raro ver personas allá arriba. Desconfiado, se quedó planeando alrededor de uno de los riscos cercanos a Villar del Rey, municipio pacense ubicado en la Sierra de San Pedro.
El ave carroñera seguramente sintió curiosidad por el motivo que trajo a estos tres humanos hasta su territorio. El trabajo que se disponen a iniciar le afectará directamente.
Extremadura tiene 268 agentes del medio natural que se encargan de cuidar el patrimonio silvestre de la región, considerado el gran tesoro de una comunidad que carece de otros recursos considerados artificiales. Plantas y animales catalogados como protegidos o en peligro de extinción tienen en estos profesionales sus mejores aliados.
Pero el hábitat donde hay que intervenir no siempre queda a mano, al final de un camino o un sendero. Por eso la región cuenta con un reducido grupo de tres agentes que tienen los conocimientos y la destreza necesarios en trabajos verticales. No son un subgrupo especial sino simplemente unos profesionales que, al practicar el alpinismo y la escalada en sus ratos libres, ofrecen su capacidad técnica y destreza en su profesión.
Así consiguen atender necesidades muy concretas en lugares prácticamente inaccesibles, desde una cueva o un risco a un árbol singular que tiene que ser podado. «Unas veces hay que descender rapelando a una mina para cerciorarse de que abajo habita una colonia de murciélagos, los cuales están protegidos; y otras hay que trepar para cambiar el nido de una cigüeña negra, que acostumbra a establecerse muy cerca del agua, así que si sube el nivel se le inunda el nido», pone de ejemplos Nicolás Durán, con 18 años en la profesión de agente del medio natural, los mismos que Carlos Dávila. Junto a Pedro Holgado, los tres forman este reducido grupo de especialistas.
Esta vez les acompaña el agente de la zona José Antonio Diéguez, que ya está agachado cortando retama, material natural que habrá de pasar a sus compañeros cuando estén colgados a más de veinte metros de altura.
«Hay un águila perdicera a la que los buitres están desplazando. Le hicimos una plataforma a salvo de depredadores que pudieran comerse sus huevos, pero los buitres se meten en su nido y como son más grandes y pesan más lo están destrozando. Lo que tememos es que el águila se vaya de aquí, por eso vamos a reforzarle el nido en un lugar que por encima tiene un techo de roca para que el acceso sea incómodo para los buitres. En Extremadura hay demasiados y empiezan a molestar al águila, que aunque es un ave muy territorial le incordian tanto que al final se cansa y se va», explica Nicolás Durán mientras conduce.
Se acaba el camino. El todoterreno ha quedado aparcado ante una valla. La tarea llevará una mañana entera, incluido el paseo cuesta arriba entre jaras y setas. ¿Y esos agujeros? Son de jabalíes que han pasado la noche hocicando, contesta Nicolás como si fuera obvio. Al final, espera una cresta de roca cuarcítica por donde hay que progresar haciendo equilibrios con la mochila a la espalda. Asomados a una de las caras de la peña, los tres agentes identifican la parte superior de la pared en cuyo hueco ubicaron por última vez el nido inestable de la rapaz. Solo ellos se percatan de algunos indicios que lo confirman, como huesos de paloma esparcidos que el animal ha escupido tras un festín reciente.
Sueltan la mochilas, de donde salen cuerdas, arneses, mosquetones, un taladro, una pequeña sierra y alambre con el que terminarán de fijar el nido después de casi tres horas de trabajo colgados. El asiento no es el más cómodo, pero es imposible tener un despacho con mejores vistas, sobre todo en un día soleado de otoño sin viento.
El de esa mañana es un trabajo bonito, pero las misiones que tienen encomendadas este personal no siempre son tan bucólicas. Cuando solo han de tratar con animales no hay encontronazos. Los conflictos surgen cuando aparecen las personas.
Los agentes del medio natural, también conocidos como guardas forestales, o para la gente del campo, 'los de verde', dependen de la Consejería de Medio Ambiente y Rural, Políticas Agrarias y Territorio de la Junta de Extremadura. Se diferencian del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil en que no llevan arma, pero en realidad tienen funciones muy parecidas. De hecho, existe un convenio de colaboración entre ambos colectivos, acostumbrados a cruzarse por el monte.
Los forestales están repartidos por nueve zonas denominadas Unidades Territoriales de Vigilancia (UTV), la cuales no responden a criterios provinciales o comarcales sino más bien relacionados con los accidentes geográficos de la región.
Con los años llegan a conocer los caminos y veredas como si fueran propios. No es exagerado afirmar que tienen identificados cada árbol y prácticamente a cada bicho que se mueve por la zona. Con el tiempo, son conocidos por todos los vecinos y habituales de la zona. De hecho, suelen tener las llaves de las cancelas que dan acceso a las fincas privadas, aunque si necesitaran llegar a algún punto para revisar cualquier detalle relacionado con su trabajo no dudan en saltar vallas.
Sus competencias son muy amplias. De hecho, dependen de la Dirección General de Medio Ambiente, pero los trabajos, informes y denuncias de este colectivo profesional salen en cualquier dirección: Caza, Forestal, Vías Pecuarias, Conservación,...
Inevitablemente, las estaciones marcan su trabajo, por lo que existen prioridades según la época del año. En verano su atención se concentra en los incendios, por eso pasan buena parte del día oteando el horizonte y las guardias se multiplican. Del 15 de octubre al 1 de noviembre se rebaja esta alerta y los agentes se centran en los aprovechamientos forestales, como la poda, la entresaca, el corte de pinares, eucaliptos... «Es la época ideal porque no hay reproducción y la savia está parada, así que se le hace menos daño al árbol, de modo que durará más tiempo y dará más fruto», explica Diéguez mientras rodea con una cuerda otro hatajo de retama que bajará a sus compañeros para que terminen de reforzar el nido del águila.
En primavera toca hacer censos, aunque hay especies que permiten realizar antes este conteo, como ocurre con el búho, el buitre leonado o el águila perdicera. ¿Pero cómo se realizan estos censos, cómo saber cuántos ejemplares hay de cada especie? «Sencillo, controlando sus dormideros -responde Carlos Dávila-. Los censos se realizan al atardecer. Si sabemos dónde van a dormir los pájaros es fácil contarlos. En ese caso se avisa a todos los guardas de la zona para ayudar». «En la Sierra de San Pedro conozco cada nido de águila real-interrumpe Nicolás Durán-, hay 25 parejas». «Esto supone -añade Dávila- el 10% de la población mundial».
Además de censar especies protegidas (tanto de fauna como de flora), los agentes del medio natural recogen animales heridos. También controlan los aprovechamientos forestales (principalmente podas), elaboran informes para declaraciones de impacto ambiental que igual están relacionadas con el trazado de una posible autovía, o una planta de extracción de áridos, que con un pequeño cebadero de cochinos.
Por supuesto, estos agentes controlan zonas de pesca y monterías para que pescadores y cazadores se ajusten a los permisos que concede la administración. Y entre muchas más cuestiones, revisan la ocupación de vías pecuarias, pues sobre todo en zona de viñedos, explican, es muy común que los propietarios se adueñen de estos espacios públicos que atraviesan fincas privadas. «Si un jabalí provoca un accidente de tráfico, la compañía de seguros contacta con nosotros para que hagamos un informe que detalle los cotos de ambos lados de la carretera y el tipo de vallado», pone Nicolás Durán como ejemplo para ilustrar la variedad de competencias.
Competencias muy variadas
Para José Antonio Diéguez, su trabajo es un regalo, pero no siempre es agradable: «Estás entre plantas y animales. Pero también hay que tratar con personas, y entonces hay días en que ya no es tan bonito». Se refiere a encontronazos con gente que lleva toda la vida en el campo. «Su único razonamiento es que de siempre se ha hecho así», dicen casi a coro los tres agentes.
«Hay gente que está podando un alcornoque y se cree que como está en su finca puede hacerlo como quiera, pero hay una manera correcta que viene en la normativa. También ocurre que los cazadores ponen más puestos de la cuenta en una montería, o que tienen permiso para matar cinco ciervas y si pasa una sexta le tiran, sin pensar que en los años siguientes se pueden quedar sin ejemplares».
Todos estos roces dicen solventarlos con mano izquierda, y solo si no hay más remedio tramitan una denuncia. No obstante, llegan a entender que gente mayor que ha tenido unas costumbres ahora se pierda en el laberinto administrativo que hay que seguir para ejecutar alguna actuación.
De hecho, no todo es calzarse las botas, coger el 4x4, bajarse y patear monte. El trabajo burocrático también está en su agenda, el cual suelen aplazar para momentos de frío intenso en invierno o calor extremo en verano, cuando trabajar al aire libre puede ser una pesadilla.
De momento, le quedan unas semanas al otoño, cuando el campo extremeño está en su mejor momento. El nido del águila perdicera ya está reforzado, los tres recogen sus mochilas, se alejan y el silencio regresa a lo alto de este risco solitario. Durante el camino de vuelta el buitre los vigila desde lo alto. Los agentes calculan que el águila no vendrá a verlo hasta dentro de dos meses. Todos están deseando saber si le gustará su nueva casa.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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